La selección de Brasil, guiada por su estrella Neymar, atravesó el primer gran escollo este jueves en su camino hacia la sexta corona al derrotar 3-1 a Croacia en el partido inaugural del Mundial, desatando el éxtasis en el país del fútbol tras una jornada de protestas.
El ídolo Neymar, autor de los dos primeros tantos de la Seleçao fue el artífice de una victoria clave para afianzar la confianza de un equipo que busca con obsesión la revancha por el Maracanazo de 1950, cuando Uruguay le arrebató la Copa y dejó una herida abierta que aún se mantiene.
Pero los brasileños confían ciegamente que este joven desgarbado y de sonrisa fácil les regale el festejo que se frustró hace 64 años.
La fiesta comenzó mal para la verdeamarilla porque temprano, a los 11 minutos, el defensa Marcelo marcó en contra, generando el estupor y la sorpresa de los 61.000 torcedores que llenaron el flamante Arena Corinthians de Sao Paulo.
Pero apareció el talentoso jugador del FC Barcelona y mostró que pese a su juventud puede guiar a una selección que vive bajo presión permanente en un país donde el fútbol es religión.
El primer partido del Mundial terminó con polémica por el fallo del árbitro japonés Yuichi Nishimura que pitó penal en una falta inexistente que Neymar transformó en gol para el 2-1 parcial,
"Si alguien vio penal en cualquier parte del estadio que levante la mano. Yo no creo que fue penal. Por desgracia, el árbitro está fuera de su categoría", se quejó el técnico croata Niko Kovac visiblemente enfadado tras el encuentro.
En su comparecencia, el orientador brasileño Luiz Felipe Scolari, dijo que apostaría por Croacia para pasar a octavos de final.
Tras el choque Brasil-Croacia, México y Camerún completarán el viernes en Natal, noreste, la primera fecha del Grupo A.
- Tensión antes del festejo -
Antes de que Neymar marcara sus dos tantos y Oscar sellara el triunfo y desatara la algarabía en todo el país, el clima era tenso con protestas en Sao Paulo y otras varias ciudades en rechazo a los exorbitantes gastos del Mundial.
Manifestantes antiCopa y policías se enfrentaron en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais de 2,5 millones de habitantes, aún cuando el partido estaba en marcha, dejando al menos cuatro detenidos y un periodista herido.
Más temprano en Sao Paulo, un centenar de manifestantes, muchos de ellos del colectivo anarquista Black Bloc, vestidos de negro y con el rostro cubierto, rompieron carteles de señalización, semáforos y montaron barricadas en llamas en una céntrica avenida.
Como ocurrió hace un año durante la Copa Confederaciones, los manifestantes repudiaban los excesivos gastos en las obras del Mundial, estimados en 11.000 millones de dólares, y exigían redirigir los fondos hacia la salud y la educación.
Cinco periodistas resultaron heridos en esa manifestación y otra más pequeña que tuvo lugar cerca de allí más temprano.
En la fiesta inaugural, el público acompañó la canción del Mundial, "We Are One", que interpretaron juntos la superestrella estadounidense Jennifer López, el rapero Pitbull y la brasileña Claudia Leitte, integrando una bella coreografía en la que participaron más de 600 bailarines.
Pero además, miles de hinchas insultaron a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, presente en el palco con otros jefes de Estado. "Dilma, ¡vete a tomar por c...!", gritaban muchos hinchas brasileños.
Además del compromiso deportivo para consolidarse como la potencia del fútbol mundial, para los brasileños esta Copa tiene sabor a revancha.
El comienzo con buen pie del equipo dirigido por Luiz Felipe Scolari es clave para consolidar la confianza de una Seleçao que tiene que cargar una mochila muy pesada en sus espaldas.
- Un Mundial agridulce -
La organización de la Copa representa un enorme desafío para Brasil, que al adjudicarse la organización del Mundial-2014 hace siete años pretendía asentar su estatus de potencia emergente y al mismo tiempo espantar de una vez por todas el fantasma del Maracanazo, cuando en 1950 sufrió la inédita derrota ante Uruguay en la final.
Pero los atrasos crónicos en las obras, los sobrecostos y promesas incumplidas de infraestructura de transporte han transformado el Mundial en un plato agridulce para los brasileños, que aman este deporte y lo elevaron a la categoría de arte pero deberán pagar una factura multimillonaria.