Por Juan Gabriel Uribe V.
Existen libros que enseñan la conducta de la vida. Son ellos referencia de los patrones buenos. Sólo para recordar, ahí están los preceptos y aforismos de Lin Yutang, Kempis, Rochefoucauld, Marco Aurelio y Gómez Dávila, entre otros admirables. Vale tenerlos cerquita, en la mesa de noche.
Los patrones buenos son mejores cuando obedecen a testimonios. Es el caso de los textos del inmolado y nunca bien ponderado Guillermo Cano, que de modo gentil nos ha brindado su esposa, doña Ana María Busquets.
Bien titulan el libro Tinta indeleble, porque las personas tenemos memoria escasa. Mejor, hacemos uso restrictivo de ella, abúlicos, inmersos en la precipitud cotidiana. Un error. Y por eso siempre es positivo leer, y volver a leer, más en un país donde la recordación histórica, además de la individual, es fugaz.
Yo ya había leído varios de los escritos, en particular de los años ochenta, durante la universidad. El Espectador era un referente insoslayable en medio de las vicisitudes nacionales. Y hoy comprendo que así me ocurría, no sólo por García Márquez y una plétora de columnistas, algunos con la chispa neta de humor bogotano tan diciente, sutil y escaso, sino porque en la dirección estaba Cano, con su mano tenue de orientador perspicaz. Nunca, por supuesto, disputando protagonismo a los demás. Y he aquí que hoy, a poco más de 25 años de su asesinato, es a través de las razones fluidas y rotundas, como savia palpitante que circula en su prosa imperecedera, el protagonista que nunca quiso ser.
Dice Gay Talase en la biografía del New York Times, El reino y el poder, que los periódicos son el trasunto de la personalidad del director y su talante lo que finalmente se imprime en las páginas. Es ello, justamente, lo que muchas veces no puede palparse en la intangibilidad del periodismo virtual. Leyendo Tinta indeleble se descubre esa verdad por cuanto, mirado en perspectiva, El Espectador de Guillermo Cano era su prolongación existencial, la de sus venas y arterias, un matrimonio indisoluble entre el ser y la manera de ser. De allí que con el libro en la mano se perciba en cada frase la vigencia de los pálpitos y el por qué de la ofrenda de su vida en el mortero de lo que amó y supo hacer: periodismo excelso. Fue por éste, y nada más que por sus cánones y convicciones, que murió. No por las balas, fruto del complejo y la vergüenza de Pablo Escobar quien, en los textos de Cano, descubrió de repente el espejo de su infamia y el abismo de su alma. Por eso nunca pudo matarlo. Lo que intentaba era matarse a sí mismo.
Hoy, cuando se emite la serie “Patrón del mal”, con el recuento de Escobar, los patrones buenos de Cano deben revivificarse. Para ello está Tinta indeleble, su vida y obra, la sublevación que practicó ante el mal, en defensa de este “lindo país”, según el reiterado decir de sus columnas.
¡Guillermo Cano vive!
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