Por Catherine Nieto Morantes
Periodista EL NUEVO SIGLO
CRÓNICA. Como en un cómodo asiento de oficina, don Erickson atiende a diario entre 9 y 14 usuarios en su taxi, cada uno con una ruta, servicio, temperamento e historia diferente. De 4:00 p. m., a 4:00 a. m., este bogotano recorre las calles de la capital en busca del sustento para él y su familia en su labor como conductor, aunque no precisamente es la única tarea que termina ejerciendo.
“A nosotros nos pasan infinidad de chascos, yo me he vuelto psicólogo, sacerdote, consejero y hasta enfermero”, afirma el hombre de 40 años, quien prefiere manejar de noche para evitar el pesado tráfico, pan diario en Bogotá.
Mientras cumple con el trayecto hasta llegar a la dirección indicada, este conductor, como en muchos de los casos termina entablando una conversación con sus pasajeros, por lo que retroalimenta a diario su memoria con historias o vivencias que le dejan una lección o viceversa.
Aunque la profesión del volante siempre le gustó, nunca se imaginó hacer parte del gremio de los taxistas, pues años atrás había tenido una vida desordenada que posteriormente dio un giro de 180 grados, donde aprendió a valorar cada oportunidad que la vida le brindaba y así mismo aconsejar a aquellos pasajeros desconocidos que iban por el mal camino como alguna vez él escogió.
“En mi juventud (14 años), tomaba de jueves a domingo, fumaba 6 cigarrillos diarios que eran 3 paquetes y aparte metía marihuana, ese trote lo tuve como por 15 años. Por el trago y el vicio yo era muy imponente, autoritario y se hacía lo que dijera. En una ocasión casi mato a alguien y tuve que pasar 5 años en la cárcel. Allá en el Barne fue donde aprendí a valorar a las personas, aprendí a valorar la libertad, a no menospreciar a nadie. Yo perdí mi primer hogar por esa forma de ser", recuerda.
Según su apreciación, él es sacerdote, pues sus pasajeros le cuentan infidencias que a nadie más le importan, por su condición de desconocidos. Consejero principalmente con los infieles, aunque a él le convengan.
“Yo he tenido que cubrir infidelidades, pero esas infidelidades para mí son buenas porque el pasajero me dice que cuando me pregunten ¿de dónde venimos?, diga que de tal parte. Llegamos y la esposa obviamente pregunta ¿usted por qué llega a esta hora?, y él antes serio me señala y dice, cuéntele de donde me trae y yo contesto lo que ya me había advertido, luego me pregunta cuánto le debo y como le estoy haciendo el cuarto, pues le cobro los $30 mil que costaba desde esa lejanía cuando realmente puede costar $15 mil. Mi silencio vale, entonces ni modo, deben pagarlo”, cuenta con jocosidad.
“En muchas ocasiones yo los aconsejo, porque el machismo de uno es como a menospreciar la mujer, entonces le hago ver que como va culpar a su esposa de lo malo si lo estoy recogiendo de una zona alegre, donde puede llevar enfermedades y maldiciones, en cambio ese dinero puede invertirlo en su mujer con detalles y así las cosas serán mejor. Ellos se quedan pensando y les queda sonando”, resalta el hombre que aprendió a manejar desde los 13 años por gusto.
El extranjero
En el turno diurno, de 5:00 a.m. a 5:00 p. m., se desplaza Martín Cordero, un español de 47 años, quien llegó hace uno a Colombia, debido a la crisis económica que atravesó su país y la cual lo dejó sin oportunidad laboral.
Su vínculo con Bogotá es su esposa, con quien lleva casado 12 años, y aunque en un principio tomar la decisión de conducir fue complicada por no conocer la ciudad, se lanzó al ruedo por un allegado de la familia que le brindó la posibilidad de emplearse.
“Bueno, mi situación es compleja porque dirás que qué hace un extranjero recién llegado, llevándote por direcciones que ni yo conozco. A mí me enseñaron el uso de una herramienta electrónica por el celular y ahí me voy guiando”, afirma Martín, quien aún prefiere moverse por el sector del norte y parte del centro, mientras aprende a coger cancha.
En su labor, Martín cuenta que ha tenido que ser hasta enfermero, pues llevando 5 meses conduciendo, una mujer estuvo a punto de dar a luz en su vehículo, mientras la transportaba hasta la clínica Marly. “Esta chica iba sola, yo tuve que calmarla, decirle como respirara, le brindaba agua, porque sus quejidos me hacían poner nervioso. Finalmente me comuniqué con su familia y la dejé en el lugar, pero fue una experiencia que nunca olvidaré”.
El hombre que reside en Suba, cuenta que su labor como conductor no tenía nada que ver con lo que desempeñaba en la madre patria, ya que allí administraba una procesadora de aves, pero está aprendiendo de una labor que le complementa con experiencias a diario.
“Yo soy miedoso y aquí los compañeros cuentan historias paranormales como el de la pareja que se subió con el niño que resultó ser fantasma, o la monja del cementerio, un poco de historias así. De sólo escuchar me pasa un corrientazo, espero no encontrarme nada de eso en el camino”, afirma entre risas.
De político a conductor
Cesar considera que su labor como taxista ha sido un poco accidentada, pero va ejerciendo el proceso con paciencia en lo que va corrido del año debido al cambio de vida que tuvo de un momento a otro, pues su título de abogado y su cargo como concejal en un municipio de Boyacá quedaron atrás una vez finalizó su período en la política. “Es un cambio radical, porque ser alabado y buscado por la gente para ayudarles con alguna necesidad, a pasar a conducir, aguantar vaciadas porque en últimas para ellos el culpable de que el usuario llegue tarde es uno, pero no tiene en cuenta que salen tarde, o los trancones, entonces eso no es fácil, pero tengo que ser consciente que debo responder por una familia y por eso, simplemente asumo este rol de conductor”.
“Cuando escucho conversaciones o me comentan asuntos relacionados con juzgados o procesos, mejor dicho algo que tenga que ver con lo mío, trato de orientarlos y cuando me preguntan por qué sé tanto del tema, quedan asombrados por mi trabajo, pero aun así los guío y de paso algunos quedan con mis datos por si requieren de mis servicios”, cuenta.
Este hombre de 38 años considera que la labor del taxista es muy valiosa, pues soportar el tráfico, evitar caer en trampas para evitar algún atraco, no dejarse meter billetes falsos y el sólo hecho de estar en la calle es admirable, pues de ser en muchas ocasiones pasajero y recibir consejos de quienes le prestaban un servicio, ahora es quien abre las puertas de su carro y de su vida para complementar lo que le ofrece la sociedad.