Por Guillermo León Escobar *
Especial para EL NUEVO SIGLO
En Romahay quienes piensan que el acontecimiento de la canonización de la Madre Laura es algo común y no comprenden que de los países andinos, de España y del África aparezcan gentes que manifiesten una alegría desusada por la canonización de una monja colombiana que ni siquiera sus mismos compatriotas conocen, y quienes algo saben terminan con rapidez con sus conocimientos.
Pero hay quienes sí conocen de ella, fuera de las hermanas de su congregación y del arzobispo emérito Alberto Giraldo, quien acompañó todo el proceso de beatificación y cargó sobre sus hombros -con las hermanas- las dificultades, ya que después de lograda esa primera exaltación el trabajo posterior le corresponde a la ya beata: realizar un milagro que por sus características convenza a la oficina de la “Causa de los Santos”. Ya allí todos los trámites han sido cumplidos y las fatigas se centran en la comunidad que ha tenido que “hacer milagros” para difundir la imagen y el significado de esta mujer modelo de humanidad.
Laura realizó un excelente milagro, calificado siete sobre siete en los votos que se dan para abrirle el camino hacia los altares. Acostumbrada estaba a hacer las cosas bien y sus milagros y prodigios son irrefutables.
Claro que ahora van apareciendo aquellos que dicen haber hecho tanto que, sin sus fatigas, Laura Montoya no sería festejada hoy día por el Papa Francisco y por su intermedio por la Iglesia universal.
Lógicamente para las “lauritas” es una gran dicha que las reafirma en su carisma. Qué bueno sería que luego del evento que hoy estamos viviendo, los devotos y los curiosos devotos de última hora se decidieran a leer la vida, la autobiografía de la Madre Laura y entendieran que es ella quien, desde su espíritu fundador, está diseñando desde entonces las grandes líneas de la “Nueva Evangelización”, esa de la que muchos teorizan con gusto y no se atreven a practicar porque les implicaría salir de soberbias y comodidades propias.
Y es que esa monja escuchaba a Dios y tenía con Él una línea directa con compromisos reales y testimonios ciertos. Fue humilde pero veraz y llena de celo apostólico que la habilitó para -sin perder la humildad y sin negarles la reverencia que entonces exigían algunos de esos prelados de vieja época- colocar puntos sobre las íes y no torcer el destino que la Providencia le había trazado.
El Papa Francisco es de esa misma estirpe. Pide de los obispos que “huelan a oveja”, dictado que implica una enorme exigencia ya que “por sus frutos los conoceréis” y que expresa con delicadeza y determinación que las tareas de la evangelización se ubican en esa dinámica de escuchar, dialogar, predicar. Anunciar más con el ejemplo que con las palabras.
Laura y sus hijas “huelen” a indio, a negro, a pobre, a marginado, a excluido. Algunos presidentes de Colombia lo entendieron. Uno de ellos, y su amigo más acendrado fue Eduardo Santos, quien le otorgó no solo la Cruz de Boyacá, sino que puso todos los medios de entonces para que ella cumpliera más fácilmente su tarea evangelizadora, promotora de la dignidad personal y vinculante a un desarrollo en donde no perdieran esos marginados sus señas de identidad . Hoy Juan Manuel Santos cultiva cercanías con ellas, que a nivel de lo espiritual y de lo temporal siembran paz y prosperidad donde trabajan, sin esperar recompensa pero esperando las ayudas que durante tanto tiempo les han sido esquivas.
Una santa global
Son muchos los países en tres continentes que sienten a Laura como propia. Es -a decir verdad- una santa global que desafía la imaginación, descoloca de la rutina y exige con perseverancia entender que no solo vale la primera piedra de las promesas, sino la última de las realizaciones, que reclaman testimonios personales que superan en mucho a las organizaciones civiles, que si bien son necesarias no llegan al interior de lo que se define como “radical”. Y que no es otra cosa que el viaje hacia las raíces que garantiza que el mundo ha de cambiar desde ellas y no sufrir tan solo la “cosmetología” de una serie de obras de lucimiento personal pero que no aportan cambios fundamentales.
Y eso es así. Lo que sembró Laura y las siete que cultivaron en tierra de misión la certeza de estar trabajando por darle un puesto a Dios en el mundo permanece. Laura y las “lauritas” conciben la vida como Misión y no como Tarea, como alguien afirmó alguna vez. No acuden a los aplausos pero reconocen que en la sonrisa del desvalido Jesucristo manifiesta su contento.
Hoy “nuestra América” está de fiesta. Colombia está de fiesta y es de esperar que esa alegría se concrete en apoyo a las tareas con quienes a través de Laura reciben beneficios de humanización.
De Laura puede bien decirse lo que Gandhi -otro de esa estirpe- afirmaba: “nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible”.
El ejemplo imitable
Emerge con la canonización un nuevo modelo de vida imitable, que es aquello que la Iglesia pretende con el ritual de las canonizaciones, y es el mostrar que las cotas de verdadera humanización son posibles y reales aplicando en pensamiento, palabra y acción el Evangelio.
Santos hay muchos, innumerables, pero hay entre ellos quienes señalan la profundidad del creer, del pensar y del sentir mostrando una metodología, un camino imitable. Laura lo es y es a ello a lo que apunta la ceremonia que hoy vivimos desde la Basílica de San Pedro con una colombiana que cuando visitó en vida el Vaticano difícilmente fue acogida y hoy -allí mismo- se le recibe con la plenitud del honor que la Iglesia es capaz cuando asume la tarea de ensalzar a los humildes.
Se sabe que ahora son muchos los que dan por múltiples razones salida a las emociones y a la alegría que la canonización produce; cuando todo pase es de desear que quienes han tenido el privilegio de estar allí presentes o han participado de verdad en el acontecimiento trabajen por la Nueva Evangelización en este año, en donde se ha llamado a la profundización en el sentido maravilloso de la fe confesada a la manera de Laura Montoya, es decir transformando, humanizando, divinizando.
* Ex-embajador de Colombia ante la Santa Sede
Sofía, la alegre y orgullosa sobrina de una Santa
Con gran emoción y entusiasmo Sofía Montoya recibió la noticia de la canonización de su tía la hermana, la Madre Laura Montoya. Hoy verá por televisión la ceremonia en el Vaticano, ya que no puede viajar a Roma por falta de recursos económicos.
EL NUEVO SIGLO:- ¿Qué se siente ser sobrina de una Santa?
SOFÍA MONTOYA:-Para mí ha sido la cosa más maravillosa, unas emociones que no puedo describir. Primero, mi padre no fue muy creyente, salió muy joven de Antioquia y fue muy desprendido de mi familia, pero en mi casa toda la vida hubo una foto de la hermana Laura y yo sabía de la existencia de esa tía, que era misionera, eso era todo lo que yo sabía.
Hace 9 años cuando se dio la ceremonia (en Roma) de beatificación, mi concuñada Clarita de Sánchez me dijo que cómo no iba a ir a Medellín, donde harían una ceremonia para celebrar. En ese momento hicieron una colecta entre todos para poder ir a Medellín porque carecíamos de medios económicos. Me acuerdo que en esa época las monjitas nos alojaron en Belencito y desde ese momento hemos estado pendientes de la hermana Laura.
En esa época las hermanas que estaban me conocieron pero hoy por hoy me tocó presentarme otra vez, porque a ellas las cambian y las envían de misión, pero logré mostrar mis registros civiles.
ENS:- ¿Y qué siente?
SM:-Pues siento una alegría enorme y les puedo decir que de pequeña ella sufrió mucho, pero ya se veía que iba a ser Santa. Es un sentimiento indescriptible el ser su sobrina directa. Han salido muchos descendientes, pero la más directa soy yo y mis hermanos. Por el lado Upegui también tiene familia. Yo nací en Medellín pero a los tres meses nos fuimos a vivir a Cali y por eso no tengo muchos vínculos con Antioquia.
ENS:- ¿Cómo fue el ver su santuario en Medellín?
SM:- Una emoción grande, a ella la tienen en un santuario especial, ahí están sus restos, su cama, que es muy angosta. Ella murió muy gorda, está su silla de ruedas, ir allá es increíble.
ENS:- ¿Usted no estará en la canonización?
SM:- No puedo por medios económicos. Mi esposo ha estado comunicándose con los medios de comunicación para ver si logramos algún apoyo para poder viajar, pero como les digo salen muchos parientes, pero comprobable ninguno por ahora, solo yo que sepa.
ENS:- ¿Usted asiste a un voluntariado?
SM:- Voy a un voluntariado ubicado en Cedritos. Y allí siempre me la paso con las viejitas. Les leo, las distraigo, les pregunto, les juego, las atiendo, y las mimo. Voy a ese voluntariado hace tres años y eso fue a raíz de que murió mi suegra, que estaba en una casa en Chía, y desde entonces iba cada quince días. El día que estábamos en la funeraria a mi cuñada le llegó un sufragio sobre el voluntariado de “a my ser”. Me dije: quiero entrar allá. Llamé y me entrevistaron. Hoy tanto ellas como yo estamos felices de hacer esa labor.