La coalición se mantiene pero asoma la urgencia de la diferenciación, sobre todo en los liberales. Conservadores se inclinan más por la gobernabilidad que la independencia. Polo y Alianza Verde con dilemas internos
El ajedrez partidista a seis meses de las elecciones regionales está muy movido y si bien se mantienen los principales bloques, en cada uno de ellos hay cambios y ajustes que podrían ser determinantes no sólo frente a la escogencia de gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles, sino en cuanto a la evolución de los últimos tres años del segundo mandato de Santos.
Pasados ocho meses de la reelección presidencial la coalición de Unidad Nacional se mantiene como el soporte político y parlamentario del Gobierno. Sin embargo, aunque no se presentan fisuras que lleven a considerar que hay riesgo de rompimiento en la alianza que componen La U, Cambio Radical y los liberales, es claro que la última colectividad es la que ha cobrado más autonomía frente a los directrices de la Casa de Nariño, sobre todo a medida que se acercan los comicios regionales y locales, en los cuales, más allá de la bandera de la paz, se requiere enfatizar en algunos principios diferenciadores para atraer votos de opinión, pues confiarse únicamente en los de la maquinaria política puede resultar riesgoso.
Aunque cada vez que el Ejecutivo ha requerido de sus mayorías para imponer finalmente sus criterios y aprobaciones, lo ha conseguido, los matices en la coalición son más notorios a medida que pasa el tiempo.
Paradójicamente el proceso de paz, como principal plataforma del gobierno Santos, ha llevado, en el día a día político, a que la coalición supere esos matices crecientes y se muestre compacta a la hora de defender la accidentada negociación en La Habana y replicar las críticas incesantes del Centro Democrático. Es más, no son poco los analistas que consideran que el uribismo es, en la práctica, el lazo que mantiene ‘amarrada’ a la Unidad Nacional, sobre todo en un escenario político (que no nacional) que se mantiene polarizado alrededor de promotores y contradictores del proceso de paz.
La coalición
Los liberales han sido los que más han dado campanazos de ‘rebelión’, no sólo porque se han generado roces con el Gobierno respecto a sus cuotas de poder (especialmente en el gabinete y el perdido pulso por la Contraloría), sino porque decidieron tempraneramente empezar a remarcar que la coalición tiene fecha de vencimiento e incluso la fijaron para el 7 de agosto de 2018. En otras palabras, que si bien acompañarán a Santos en su segundo mandato, pujarán por la sucesión en el solio presidencial con uno de los suyos. Desde el mismo momento en que Horacio Serpa dio ese campanazo, quedó claro que el mensaje directo era para el vicepresidente Germán Vargas Lleras, quien es desde el día cero de este gobierno el más fuerte y seguro candidato a sucederlo.
Los liberales han dado varias puntadas sobre ese margen de autonomía que reclaman para hacer valer sus tesis y buscar una diferenciación con el santismo. En el Congreso ya advirtieron que sólo votarían los proyectos gubernamentales que fueran con su programa. Aunque inicialmente se pensó que era una movida para tener una mejor posición de negociación de ‘cuotas de poder’ ante la Casa de Nariño, ya en varias iniciativas en Senado y Cámara los liberales, pese a que el titular de la cartera política, Juan Fernando Cristo, es de sus toldas, han puesto no pocos peros, como es el caso de la reforma de equilibrio de poderes.
Incluso fue una de sus congresistas, Vivian Morales, la que la semana pasada propuso una moción de censura contra el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, por el tema de la venta de Isagen. Si bien no se prevé que la proposición tenga el apoyo mayoritario de su bancada y menos de La U o Cambio Radical, y tampoco de los conservadores (partido del zar de las finanzas), la propuesta resultó sintomática de una actitud más crítica del liberalismo frente a las políticas gubernamentales. En el entretanto, en las toldas rojas apuestan a que en los comicios de octubre deben quedar en el podio, a lo sumo detrás de La U y por encima de conservadores y los debutantes uribistas.
Muy por el contrario, ya es común escuchar en los pasillos del Congreso que el partido más disciplinado a la hora de apoyar iniciativas oficiales y salir en defensa del Gobierno es Cambio Radical, la facción que sigue las indicaciones del vicepresidente Vargas. Este último no sólo maneja los ministerios e instituciones encargadas de los obras y proyectos de infraestructura, sino que gracias a una gestión calificada por amigos y detractores como eficiente y de alto impacto mediático, posee en estos momentos una de las imágenes favorables más altas en el Ejecutivo. Esa combinación es muy importante a la hora de apostar por subir su participación en ejecutivos y legislativos departamentales y municipales en los comicios de octubre.
Paradójicamente la fuerza política de Vargas Lleras se ha convertido en la principal preocupación de Cambio, porque a cada tanto debe salir a replicar a quienes consideran que siendo un candidato presidencial en ciernes tiene, al manejar todo el plan de infraestructura, una ventaja muy amplia frente al resto de posibles aspirantes para 2018.
Incluso, fue la bancada de Cambio Radical la que tuvo que acudir a solidaridades dentro y fuera de la coalición cuando recientemente, en el marco de la reforma al equilibrio de poderes, parlamentarios de La U y algunos uribistas quisieron inhabilitar al hoy Vicepresidente para aspirar a la Casa de Nariño en tres años.
De otro lado, aunque a La U hay quienes le reprochan que en ocasiones se deja desplazar por Cambio Radical en su función de “partido de gobierno”, lo cierto es que la colectividad sí se ha notado en los últimos meses más cohesionada alrededor de la Casa de Nariño, sin que ello oculte las pujas internas en su bancada y dirigencia para que se les dé mayor juego y participación en ministerios, institutos y otros cargos de mediano y alto nivel. Incluso, hay analistas que consideran que las actitudes críticas y debates de control político impulsados por senadores y Representantes de La U contra asuntos del Ejecutivo, más que un ejercicio de marcar diferencia y autonomía partidista, o de posicionamiento político ante la opinión pública y electorado, esconde ‘mensajes’ de inconformismo de sectores de la colectividad a la Casa de Nariño.
En diálogo con un periodista de EL NUEVO SIGLO uno de los más altos mandos de La U admitía que la mayor derrota para la colectividad, y que “seguramente impactaría gravemente en la gobernabilidad de Santos” sería perder la supremacía electoral en departamentos y alcaldías.
Igual, no faltan quienes consideran que La U es la más interesada en mantener a flote la coalición, no tanto por ser el soporte del mandato Santos, sino porque ‘amarrarla’ es la única forma de evitar que precandidatos presidenciales de otros partidos y facciones sigan tomándole ventaja a una colectividad que no ha logrado proyectar a uno de los suyos para pujar por la sucesión en la jefatura de Estado.
Los conservadores
En cuanto a los conservadores, hay dos escenarios: uno teórico y otro real. El primero deriva de la postura del Directorio Nacional Conservador, en cabeza de David Barguil y con la influencia de la excandidata Marta Lucía Ramírez. Aquí la tesis que se defiende es que el partido es independiente de la Casa de Nariño pero no está en la orilla de la oposición. En otras palabras, ni con Santos o Uribe.
Es una directriz discursiva que, a la hora de la praxis política y el día a día parlamentario, en realidad tiene un escenario distinto, más real. Uno en el que la bancada ha votado mayoritariamente la agenda gubernamental en el Congreso y salido a respaldar el proceso de paz y otras ejecutorias del Gobierno, aunque también, cuando le ha tocado, no duda en buscar alianzas con el uribismo para imponer asuntos como el fuero al Procurador General, en contravía del Ejecutivo.
Para algunos analistas, ello se debe a que si bien el conservatismo se dividió en la contienda presidencial del primer semestre del año pasado, en el segundo mandato de Santos no se borró del mapa burocrático a los senadores y Representantes que estaban con Ramírez y luego se fueron con la candidatura del uribista Oscar Iván Zuluaga. En otras palabras, el conservatismo es parte del Gobierno pero no de la coalición.
También es obvio que respecto al proceso de paz la balanza conservadora se inclina más hacia el Gobierno que al uribismo. Igual, está visto que la alternativa de ubicarse en el centro del espectro político, en una línea independiente, resulta muy difícil en el día a día. Y, por si fuera poco, el partido no sólo tiene una bancada decisiva para hacer mayorías en el Congreso, sino que ve en los comicios de octubre la urgencia de no dejarse sonsacar dirigencia regional y local por parte del Centro Democrático, facción que ha coqueteado más en las toldas azules que en las de La U.
Uribismo
¿Cómo está hoy el uribismo? Esa es la pregunta que trasnocha a más de un analista político. Los más optimistas sostienen que tras un año largo, contado a partir de los comicios parlamentarios, el Centro Democrático no sólo se ha logrado posicionar como el foco principal de oposición, sino que las crisis y el desgaste propio de un proceso de paz que lleva más de dos años y medio a cuestas, así como un clima político, económico y social más candente, han creado un escenario en donde sus tesis críticas tienen más eco y apoyo, algo que se considera clave estando apenas a seis meses de las elecciones regionales, en donde el uribismo participará por primera vez pero aspira a ser, como mínimo, el segundo partido en votación.
Otra visión apunta a que el uribismo ha polarizado tanto el escenario, al no dar tregua ni margen de tolerancia al Gobierno y su proceso de paz, que esa línea negacionista y negativista podría desembocar en una sorpresa no muy agradable en las urnas, tal como le ocurrió el año pasado tanto en los comicios del Congreso como en los presidenciales.
Para algunos analistas, el dilema uribista no está tanto en cuántos cargos saque en gobernaciones o alcaldías, sino cómo afrontar una campaña en la que el nombre del expresidente no se juega directamente, como sí ocurrió en las parlamentarias de 2014.
Los otros
El resto del escenario político lo completan otros partidos minoritarios. El Polo, por ejemplo, es claro que ha perdido posicionamiento en la oposición, al ser desplazado por el uribismo, pero los 400 mil votos que sumó hace ocho días en las consultas internas sin duda son un empujón político clave para una colectividad que tiene su principal apuesta en recuperar la Alcaldía de Bogotá con Clara López. Sin embargo, para ello será clave que pueda superar la división que existe frente al bloque del senador Jorge Enrique Robledo, que si bien perdió en las urnas el domingo pasado aún tiene suficiente fuerza para condicionar la marcha de las toldas amarillas.
En lo que tiene que ver con la Alianza Verde aunque es evidente que ha logrado un posicionamiento político de figuras como los senadores Antonio Navarro y Claudia López, arrastra el pulso interno con la facción peñalosista, que podría incluso escindirse si éste decide lanzarse a la Alcaldía capitalina. Ello impactaría el escenario electoral en octubre.
Por su parte el partido Opción Ciudadana ha demostrado en los últimos ocho meses que si bien no hace parte de la Unidad Nacional, vota en esa misma línea, por lo que sectores de oposición señalan que sus parlamentarios han recibido cuotas burocráticas a nivel de institutos y otros cargos no tan de alto nivel.
Como se ve, el panorama político ya no es el mismo que existía tras la contienda presidencial y es seguro que los comicios de octubre podrían variar sustancialmente el ajedrez. Habrá que esperar.