El viernes a las cinco de la tarde, cuando vence el plazo para que los candidatos presidenciales, con sus respectivas fórmulas vicepresidenciales, se inscriban en la Registraduría, arrancará la recta final de la contienda por la titularidad de la Casa de Nariño a partir del 7 de agosto.
Serán 79 días a todo vapor en una campaña que tendrá cuatro características básicas. En primer lugar, será un puja proselitista muy corta, ya que si bien desde finales del año pasado candidatos como el uribista Oscar Iván Zuluaga o Clara López (del Polo) se lanzaron a recorrer el país en busca del favor popular, el hecho de que el presidente-candidato Juan Manuel Santos haya aplazado hasta esta última semana su inscripción, pese a que pudo arrancar la campaña el 25 de enero pasado, dejó la competencia en una especie de stand by, pues el principal rival no subió al ring mientras los otros aspirantes ya estaban arriba, desgastándose solos.
¿A quién favorece más una campaña corta? Al decir de los analistas las contiendas presidenciales que se desarrollan en poco tiempo le benefician más a quien encabeza las preferencias electorales que a quien se encuentra detrás. Ello bajo la tesis de lógica simple en torno a que subir en favoratismo siempre es más complicado que bajar.
En otras palabras, mientras el puntero no cometa graves errores o se presenten circunstancias extraordinarias que afecten su status quo político, mantiene una regularidad que difícilmente perderá rápida y sustancialmente en una campaña corta. Por el contrario, quienes vienen atrás están obligados a impactar, impactar e impactar para tratar de recortar la distancia en tiempo récord.
En una campaña corta, según los estrategas políticos, para el candidato que va adelante cada día que trascurra sin que pase algo extraordinario en el plano político o electoral, es un día que se gana, mientras que para el aspirante o los aspirantes que persiguen cada día que dejen pasar sin impactar, es un día que pierden en la inexorable cuenta regresiva para la cita en las urnas.
Nuevo mapa
La segunda circunstancia clave de la campaña que arranca el viernes entrante está referida al impacto que tenga el nuevo mapa político que dejen las elecciones de Congreso.
Es claro que hay una diferencia muy sustancial entre un candidato que tiene bancada parlamentaria electa y decisoria, y otro u otros que no. Es lo que los estrategas llaman “la capacidad de poder”, pues el ciudadano le da más credibilidad a quien demuestra que tiene cómo cumplir o hacer cumplir lo que promete, que a quien no evidencia tal característica. Los votos aliados y el balance de los escaños en Senado y Cámara son un diferencial muy importante en la psiquis del elector. Negarlo sería apenas ingenuo.
En ese orden de ideas, es claro que la principal puja será por cuántos escaños pueda llegar a sumar la coalición de Unidad Nacional, que respalda la candidatura reeleccionista de Santos, y cuántos logre conquistar el uribismo en ambas cámaras. Si la coalición mantiene el dominio de por lo menos el 60% de los escaños, el Presidente-candidato recibe un espaldarazo muy importante y habrá un mensaje contundente al electorado sobre su “capacidad de poder”. Sin embargo, si la oposición (que en principio está representada en el uribismo y el Polo) logra afectar gravemente esas mayorías, entonces el panorama se podría complicar para las toldas gobiernistas.
Margen de acción
La tercera característica de la campaña que se avecina se basa en determinar quién o quiénes tienen mayor capacidad de maniobra para mover la política y atraer más apoyos.
En principio, como en toda campaña de reelección en cualquier país, siempre el Presidente-candidato tiene más poder para “hacer” que sus rivales, que tienen que limitarse a “proponer” o criticar lo que “hace” el Gobierno.
Cualquier mandatario en trance de repetir tiene a su favor el impacto que produzcan en la ciudadanía los llamados “actos afirmativos de gobierno”, es decir la ejecución e impacto de obras, proyectos y programas, que si bien no puede ser inaugurados o encabezados por la persona del Jefe de Estado, sí se suman como valor agregado a una plataforma en la que la base de la propuesta es evidenciar lo positivo del continuismo.
En cambio, quienes se enfrentan a un Candidato-presidente tienen un margen de acción más limitado pero no por ello menos importante. Deben dividir su estrategia en dos: en primer lugar, tratar de hacer calar en el electorado las desventajas o peligros del continuismo, y, segundo, tener una capacidad de propuesta y correctivos lo suficientemente creíble e impactante. El problema aquí es que en una campaña corta el margen de acción para lo segundo no es mucho.
Por último, - el cuarto elemento- siempre es claro que en toda campaña tarde o temprano los candidatos lanzan sus ases, ya sea porque los tenían muy bien guardados y calculados o, en su defecto, porque no les queda de otra que jugárselas a un riesgoso acto de desesperación.
¿Cuáles serán esos ases bajo la manga de Santos, Zuluaga, Peñalosa, López, Ramírez y Abella? Por ahora no se intuyen, aunque es claro que el Presidente-candidato tiene en el proceso de paz con las Farc una carta que, jugada con inteligencia y credibilidad, podría ser fundamental a la hora de definir hacia dónde se inclina la balanza el 25 de mayo.
Sin embargo, en la otra orilla los rivales también analizan sus movimientos y es claro que más temprano que tarde, sobre todo ante la presión de unas encuestas que los muestran cada día más rezagados, tratarán de dar un golpe de mano, de opinión y de efectismo político lo suficientemente fuerte como para cambiar el escenario de la campaña.