Por Giovanni Reyes (*)
EL mundo tiene actualmente varios lugares donde el conflicto se va incubando de manera potencial, o ya arrecia el cobro de vidas, de una manera directa. Lo más notorio ahora son las situaciones del Estado Islámico, cuya presencia se desborda en Iraq y Siria, con amenazas en Turquía e Irán. También el laberinto del Medio Oriente, con las posiciones irreconciliables de siempre sigue su curso, aparte de la guerra civil en Siria, para solo mencionar casos reconocidos.
Estos hechos van cambiando la perspectiva que se tenían sobre la globalización en dos sentidos complementarios.
Primero, ya no son solo las preocupaciones económicas las que exclusivamente causan desvelos a los analistas y políticos de las principales potencias, arriesgando como estamos una nueva recesión mundial; ahora es también la condicionante de seguridad con todos los gastos que ello implica.
Segundo, el debate ha sepultado la euforia neoliberal, con privilegio casi exclusivo de las fuerzas del mercado, y los gobiernos en los centros de poder mundial han tomado un papel más activo.
Tanto la globalización como los nuevos desafíos que plantean las carreras armamentistas son condicionantes para nuevos acontecimientos mundiales. En ellos emergen: (i) nuevos actores (incluyendo países y las dirigencias del Medio Oriente); (ii) condiciones inesperadas hasta hace poco, por ejemplo, gobiernos europeos -incluyendo las posiciones del Vaticano- reclamando la constitución de un estado palestino y (iii) nuevas circunstancias en las cuales se insertan los retos especialmente para las naciones del Tercer Mundo.
No es posible trazar una relación directamente causal entre miseria y terrorismo. No obstante, las condiciones de marginalidad y exclusión a que se ven sometidos grandes conglomerados sociales en un mundo globalizado son precondiciones para un enraizamiento fanático, intolerante, con sus secuelas de terror.
Este surgimiento de la marginalidad mundial se relaciona con las condiciones históricas en que ha nacido esta última modalidad de globalización. Estos nuevos mecanismos y procesos surgieron más propiamente a partir de 1973. Fue desde ese año en que las barreras para la libre circulación de los capitales fueron significativamente disminuidas, básicamente al abandonarse los patrones de referencia internacional (ejemplo del patrón dólar-oro). Fue entonces el momento en que se comenzó a confiar más en las fuerzas de los mercados.
Los nexos comerciales, sin embargo, han sido liberados de manera "asimétrica". Hoy día, son las naciones pobres las que han abierto más sus economías frente al proteccionismo de los países de mayor desarrollo. Las barreras arancelarias y no arancelarias -tal el caso de cuotas, restricciones de calidad y medidas de protección sanitaria- siguen siendo importantes trabas para varios productos en los grandes mercados.
De allí las controversias y los encendidos debates, no obstante algunos acuerdos mínimos de la reunión de Dohá, Qatar. Una cumbre que está insepulta y que inaugurada en noviembre de 2001, ya pocos recuerdan.
Con influencia de la nueva tecnología y antes de la desintegración de los regímenes de Europa Oriental, era posible distinguir tres sistemas de relaciones internacionales en el mundo: (i) interdependencia entre los países occidentales más desarrollados; (ii) dependencia entre los países más desarrollados, con las naciones pobres del sur e (iii) independencia entre las naciones con economías capitalistas y los países socialistas.
Hoy día esas condiciones han cambiado y mientras los países más desarrollados generan nuevos mecanismos de competencia y concentran más riqueza, las naciones del sur se tienden a quedar rezagadas. Un estudio elemental de las naciones periféricas muestra un sector excluido al sur del Sahara en África y en el sur asiático. Especialmente en esta última región se tienen las condiciones para el reforzamiento de grupos que, reclamando su posición en el mundo, se aferran a la religión y la intransigencia.
Por otra parte, la posición de Asia y Oriente Medio no deja de tener móviles económicos. Allí se impone la existencia del petróleo. Esa región es clave en el control de las rutas de energéticos en el centro y sur de Asia. Además, ocurren las jugosas ganancias producto de contratos armamentistas: todo un efecto multiplicador en la economía.
Aún con la condena drástica que se hace a la situación actual del Tibet, es evidente que seguir exclusivamente la estrategia violenta, es un callejón sin salida, sangriento y poco efectivo en estricto sentido del término. Lo importante es, muy especialmente, la lucha contra la intolerancia, abrir espacios para quienes sí desean una solución negociada.
Lo importante es retomar de nuevo la agenda inconclusa que se relaciona con ampliar las capacidades de las personas y aumentar sus oportunidades vía el empleo y la preservación del medio ambiente. La lucha debe ser contra la inequidad, la carencia de bien común y las condiciones de injusticia, contra todas las injusticias que aún persisten.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.