Miércoles, 17 de Agosto de 2011
Buscar la paz negociada, en Colombia, no es fácil, básicamente porque no hay un consenso social. Mientras no se consiga será imposible. Por el contrario, durante los últimos ocho años (inclusive nueve) el apoyo de la sociedad ha apuntado a una salida militar. Aún antes, cuando los diálogos del Caguán, se obtuvo en paralelo el Plan Colombia, el esfuerzo más grande en el país para fortalecer la Fuerza Pública.
En principio, las conversaciones del Caguán se sustentaron en el llamado Mandato por la Paz, una papeleta informal que el país votó a favor. Igualmente, los candidatos presidenciales de entonces formularon propuestas similares, de suerte que existía una base democrática generalizada para adelantar contactos y entendimientos con la subversión. Durante los diálogos, sin embargo, las guerrillas, tanto las Farc como el ELN, siempre se sintieron incómodas, poco convencidas, como en un estado de minusvalía conceptual. Puede decirse que dentro de ellas no existía una unidad de criterios en torno de los beneficios de la llamada salida política negociada. El tema sustancial derivó, entonces, en cómo se situaban frente a la firma de un eventual cese de fuegos. La respuesta fue acrecentar el terror y el secuestro a fin de hacer sentir a los colombianos por vía de la guerra lo que no lograban transmitir por la política y sacar ventajas militares. Ese gigantesco error de cálculo erosionó, no sólo la mesa de negociación, sino la base social inicial, acrecentada con la firme colaboración del exterior, hasta que a causa de los ataques a la población civil se perdió todo margen, se rompió el proceso por inviabilidad y la sociedad viró hacia la salida militar, que fue bautizada seguridad democrática.
Resultado de ella fue el ataque unánime a las Farc, que debían suponerse derrotadas en el término de dos mandatos consecutivos para lo cual, rompiendo las vértebras constitucionales, se instauró la reelección presidencial inmediata con nombre propio y bajo esa mira. Para unos, los resultados fueron la panacea, para otros todo quedó trunco y en suspenso. En realidad, durante la última década el protagonista real, en medio de las incidencias de la guerra, fue el denominado acuerdo humanitario con sus pugnas y propagandismos. En tanto, se produjo la entrega parcial de jefes y tropas paramilitares, hoy recicladas en ‘bacrim’, bandas criminales ya no emergentes, sino en consolidación. Las Farc, por su parte, conjuraron algunas bajas en su Secretariado y actualmente incrementan sus acciones, mientras la comandancia del ELN se toma fotos en la frontera sin mella de sus jefes. El narcotráfico, asimismo, sigue cultivando y exportando.
Ahora, el Jefe de Estado, Juan Manuel Santos, permite cierta retórica hacia la paz, pero está muy lejos de cambiar de agenda. Lo único ha sido el reconocimiento del conflicto armado interno. Igualmente se percibe una cierta desmoralización de las tropas, entre otras por la guerra prolongada. Habla Santos, habla Cano y los expertos violentólogos. Pero hasta que, como en Irlanda, la sociedad no hable, nada estará dicho.
JGU