Evidentemente los devaneos de Trump se van haciendo cotidianos en Washington; van adquiriendo el carácter de un auténtico diluvio de escándalos que afectan –como no podía ser de otra forma- las perspectivas, las relaciones y los pronósticos de lo que ocurre en el ámbito internacional. Todo ello, a raíz de esta convulsa presidencia en Estados Unidos.
Estos rasgos se hacen ahora más palpables a partir de dos hechos actuales y complementarios: (i) la reunión del G-20 en Hamburgo; y (ii) los agravios que se ubican más allá de cualquier límite de elemental decoro, por parte de un gobernante cuyas actitudes y decisiones influyen incuestionablemente en el espacio internacional.
“Forjar un Mundo Interconectado” es precisamente el tema central de la XII Reunión Cumbre del G-20 en Hamburgo –las 20 economías que dan cuenta del 85 por ciento del total de producción del mundo. De manera omnipresente desde los preparativos y estructura de la reunión se han perfilado los temas principales: (i) calentamiento global; (ii) comercio y circuitos financieros internacionales; y (iii) crecimiento económico “sostenible e incluyente” como se ha encargado de enfatizar, cada vez que tiene oportunidad, la canciller germana Ángela Merkel, ahora que Alemania tiene la presidencia del grupo.
Se trata de tópicos que no se encuentran en la agenda de Trump –aunque es difícil identificar temas que se mantengan dos días como parte de las aspiraciones en positivo del mandatario- o bien son aspectos en los que Washington ha entrado en una perturbadora fase negacionista, tal la situación del calentamiento global, tema que es plenamente elemental y reconocible en el mundo civilizado.
En cuanto a la violencia de Trump, en verdad la situación no es nueva. Quizá allí radique parte de su “atractivo”. Las prácticas de violencia son moneda de uso corriente en la vida de Estados Unidos. No sólo se trata de la práctica de las llamadas artes marciales –el lenguaje da para todo- mediante las cuales se dirimen los diferendos a la manera más emotiva e incluso cruenta, es decir mediante lo irracional; todo ello en pleno Siglo XXI. Lo último que ha emergido ha sido un deplorable video donde Trump golpea el rostro de un individuo que tiene las siglas CNN en la cara.
No, no sólo se trata de ello. Se trata de la violencia enraizada en la cultura gringa más genuina y rancia. Allí está la posesión de armas. Es un deporte nacional; aunque los niños no disparen contra blancos humanos, por algo se comienza. Como lo documenta Joan Faus, cada día un promedio de 309 personas son víctimas de disparos, dejando muertas a 93 de ellas. Al año hay 115,00 víctimas de disparos en Estados Unidos. De ellas 34,000 mueren. No es agradable pensar en ello, y más peligroso ignorar las consecuencias, pero se impone la evidencia: hemos transitado de la imbecilidad a la locura.
La Asociación Nacional del Rifle entre tanto, se frota permanentemente las manos. Sus ganancias crecen incluyendo las ventas de armamento a América Latina, en especial a México. Se estima que el negocio de armas –y modernización de equipos bélicos, faltaba más- representa cerca de 70,000 mil millones de dólares anualmente. Nótese cómo el país que pone la demanda por las drogas vende también las armas. ¿Quiénes hacen las ganancias y quiénes ponen los muertos? En Estados Unidos, en todo caso, para hablar sólo del mercado doméstico, habría más armas que habitantes en el país.
Sin embargo por más violencia mediante la cual trate de defenderse o de desviar la atención el mandatario, los convencimientos están a la vista. Con derroche de detalles –algo que incomoda al caótico y subjetivo Trump- el New York Times ha documentado el consistente expediente del presidente mentiroso. El actual inquilino de la Casa Blanca ha mentido 74 de los 113 días que lleva en la Oficina Oval.
Trump se perfila desde ya como el peor presidente en la historia del país aún antes de haber completado un año en el poder. Por donde se le mire, es de admitirlo, se trata de un record impresionante. En la actualidad, un 61 por ciento de los estadounidenses estiman que es hombre deshonesto –véase edición del New York Times del viernes 23 de junio de 2017. Los que aún le creen lo hacen esencialmente por motivos subjetivos, lo emocional exacerbado en el plano irracional. En esas personas es posible distinguir tres rasgos que se disputan la prevalencia en cuanto a atributos individuales: ignorancia, prepotencia y odio vehementemente declarado contra Barack Obama (1961 -).
Esa vorágine que promueve Trump, es la que deben enfrentar los líderes mundiales. La esperanza radicaría en que Emmanuel Macron pueda aglutinar conjuntamente con Ángela Merkel, un frente racional que detenga la esquizofrenia predominante en Washington. India, China, México, Brasil y Argentina, además de Australia, como países emergentes, podrían unirse a tal propósito. Al menos se trataría de rescatar algo del Acuerdo de París. Algún rescoldo de civilización debe existir en estos retorcidos tiempos.
Es claro que sin Estados Unidos no puede alcanzarse mucho, respecto a mitigar el calentamiento global. Este país, con un 5 por ciento de la población del mundo, produce cerca del 27 por ciento del total de producción mundial, un 34 por ciento de la basura del planeta y un 26 por ciento de la totalidad anual de los gases fluoro-cloro-carbonados (CFC) responsables del efecto invernadero.
Trump, con su temperamento impredecible, más propio de infantes que de su senil edad, no va a morir por indecisiones. Los riesgos convergen en el estado potencial de acabose respecto a lo internacional, a la realidad de su propio país, a la perspectiva de las generaciones futuras.
En contraste al contenido de lo que es la fábula del burro de Buridan, asociada al teólogo escolástico de la Baja Edad Media, Jean Buridan (1300-1358) Trump no se paralizará al momento de decidir. Ese es el gran problema y de allí los grandes riesgos. La mano no le tiembla para ser coherente con sus desvaríos.
De manera más substancial, el requerimiento angustioso para quienes todavía razonan en Washington es lidiar con el principio de la razón suficiente de Wilhelm Leibniz (1646-1716). Pero ya para este punto es demasiado pedir en cuanto a un mínimo de atención siquiera, no se diga de tímida comprensión. El analfabetismo funcional del que hace gala Trump y sus seguidores, puede colocar en riesgo el entramado de la civilización nuestra. El psicótico estilo amenaza con desbordarnos a todos.
(*) Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.