Por Carlos Higuera
Periodista EL NUEVO SIGLO
El dolor que producía a un aficionado al fútbol una derrota no iba más allá de una ofuscación pasajera que, en muchos de los casos era calmada por un hincha del equipo contrario, mientras compartían una cerveza y analizaban los pormenores del partido.
Ahora, el dolor lo producen las muertes ocasionadas, no por una ofensa, una broma de mal gusto contra el equipo de sus afectos -porque eso nunca ocurría cuando el fútbol era tomado como lo que es: un juego, un entretenimiento-, sino por personajes que en su mayoría ni siquiera van al estadio, sino que se dedican a descargar la ira que llevan dentro, sus resentimientos, contra el comercio, los sistemas masivos de transporte o contra quien con orgullo luce una camiseta del elenco que sigue.
El fútbol colombiano ya vivió una tragedia en 1989 cuando fue asesinado el árbitro Álvaro Ortega, lo que motivó la cancelación del torneo y la revivió con la muerte del defensor del Atlético Nacional y la Selección Colombia, Andrés Escobar.
Pero cuando parecía que la violencia había sido erradicada del fútbol colombiano, ésta recrudeció por cuenta de las llamadas barras bravas y la fiesta que se vivía cada domingo en los estadios colombianos se transformó en una pesadilla para los verdaderos hinchas, a quienes el temor a ser agredidos, apuñalados o a perder la vida, terminó por volverlos aficionados a distancia o de televisor.
Dentro de los estadios había camaradería, se compartía el piquete que las familias llevaban, lo que tampoco volvió a suceder porque ahora existen fronteras para las barras de los protagonistas del espectáculo y, por si por casualidad algún aficionado del equipo visitante se mezcla con los del local, le toca celebrar o protestar al unísono, para evitar ser descubierto y agredido.
Pero la violencia ha ido mucho más allá. Supuestos hinchas exigen resultados a los directivos y jugadores y hasta los amenazan si los resultados no son los esperados.
Unido a ello están las riñas entre barras, muchas veces pactadas a través de redes sociales, en las que, cuando la Policía ha logrado interceptarlas, siempre encuentra armas blancas, una que otra de fuego y drogas.
El detonante, en la mayoría de los casos, es la derrota del equipo de sus afectos, aunque no son los aficionados que entran a los estadios los que rompen lo que encuentran a su paso o agreden a los hinchas del equipo adversario, sino los que están afuera.
A tal punto ha llegado la violencia que ya las peleas no se dan entre aficionados de diferentes equipos, sino entre seguidores de un mismo equipo, como ocurre con los del Deportivo Independiente Medellín, en la capital antioqueña.
A ello se sumó el odio por las camisetas. Hoy, ya nadie puede salir tranquilo a la calle con una prenda distintiva del equipo de sus amores, porque esos hinchas con instintos asesinos están a la ofensiva para atacarlos, herirlos y hasta causarles la muerte.
Eso ocurrió el sábado en el barrio Santa Cecilia, localidad de Engativá, donde un hombre de 66 años, pensionado de la Policía, Pedro Contreras, por defender a su hijo -que llevaba una camiseta del Santa Fe- fue asesinado por supuestos seguidores de Millonarios.
Ahora se sabe que el señalado agresor es investigado por la muerte de otro aficionado, también de Santa Fe, hace tres años, en el parque del mismo barrio.
Los ataques de los ‘hinchas de la muerte’ volvieron a suceder el lunes en la estación Ricaurte de Transmilenio, Carlos Andrés Medellín, de 20 años de edad e hincha de Nacional, perdió la vida a manos de presuntos seguidores de Millonarios, apenas unas horas antes del partido previsto para hoy y que fue aplazado para el ocho de octubre.
Pero no fue el único hecho mortal que ocurrió el lunes. En el sector de Suba, en el barrio La Cañiza, otro seguidor de Nacional fue apuñalado por supuestos seguidores de Millonarios. Carlos Javier Rodríguez, de 21 años de edad, quien murió en el hospital de esa localidad.
Las autoridades de Bogotá adoptaron medidas tendientes a poner fin a la violencia que rodea al fútbol, como la suspensión del partido Millonarios-Nacional, previsto para hoy, así como algunas otras pedagógicas, como el llevar una ofrenda floral a las 11 de la mañana al lugar donde murió el hincha de Nacional en la estación Ricaurte y también invitar al alcalde de Medellín, a aficionados del Nacional y jugadores insignias de otros clubes al partido del ocho de octubre.
No obstante, pensar en que pronto se podrá volver a los estadios, llevar a los hijos, sobrinos, esposas o novias para compartir un ‘piquete’, es una utopía.
Más bien, las autoridades deberían ir pensando en tomar medidas más drásticas para controlar a esos ‘hinchas de la muerte’, que se escudan en la camiseta de un equipo, del que muchas veces ni siquiera son hinchas, para atracar, exigir dinero a los aficionados de bien, y ante todo, para causar desmanes y asesinar.