Crisis económica, acumulación de tensiones y conflictos regionales y posibles recomposiciones territoriales brillan en el horizonte comunitario. De allí la encrucijada de algunos gobiernos, dirigentes y la trascendencia que tendrán las citas electorales
Por Juan Carlos Eastman Arango *
Especial para EL NUEVO SIGLO
PARA la edición final de 2013 y las iniciales de 2014, queremos ofrecer a nuestros amables lectores una apreciación sobre los temas que más inquietud generan a ciudadanos, gobernantes y analistas, de cara a lo que evidenciamos como una acumulación de elementos que favorecen una implosión sistémica.
Una especie de “tormenta global” se cierne cada vez más sobre la Humanidad, y desde todas las esquinas del mundo se contribuye a su desarrollo. En este primer acercamiento, queremos valorar los rasgos más recientes de la experiencia europea.
Hacia el agotamiento de una forma de relacionarse
Las posibilidades que tiene hoy la sociedad internacional para administrar sus contradicciones y ofrecer una mediación satisfactoria y sostenible frente a la proliferación de crisis regionales y nacionales, son reducidas. De hecho, poco más de una década atrás, la perspectiva de un horizonte social, político y militar marcado por la implosión sistémica se temía, pero lucía manejable. No es la sensación colectiva de nuestros días. La transición del año 2013 al 2014 ofrece más temores que tranquilidad, más inseguridad que confianza, y promete ser muy desestabilizador, gracias a la acumulación de tensiones y conflictos regionales, casi sincrónicos, y con evidencias de su profundización y complejidad.
Ésta, en particular, viene dada por las declaraciones públicas de dirigentes de potencias emergentes y tradicionales, como por la telaraña de acuerdos y tratados que pueden convertir un incidente, con desigual gravedad política, diplomática o militar, en el detonante de la crisis sistémica.
En estos primeros 13 años del siglo XXI, hemos perdido la capacidad de construir soluciones y adquirido la habilidad de evadir el principal desafío colectivo: la sostenibilidad de la convivencia humana organizada en países, bloques y organizaciones. El resultado no puede ser más pesimista: una tormenta global está cada vez más cerca, y creo que debemos pensar seriamente en nuestras oportunidades frente al cambio drástico que se aproxima.
Sin lugar para ocultarse
No existe región del mundo que no contemple el futuro con reserva y disgusto. La relación de expresiones de una crisis acumulada y creciente son numerosos: los reajustes económicos, los límites energéticos, el limbo social de una generación, el regreso de la oferta “salvadora” de los extremismos políticos laicos, la afirmación de los mesianismos religiosos, la reestructuración territorial al interior de algunos países, la violencia político-militar regional selectiva, las explosiones de furor y malestar vandálicos en varias ciudades capitales, las crisis políticas derivadas de conflictos institucionales y rivalidades de poderes públicos tradicionales y emergentes, los trastornos climáticos y la parálisis de las instituciones sobrevivientes del anterior orden global, entre otros más.
Sin duda el listado es corto, y no está jerarquizado en términos de causalidad e importancia, como tampoco se asocian esas expresiones a algunas condiciones o características nacionales en especial. Si bien las urgencias locales y nacionales son desiguales, hoy más que ayer tienen la virtud de impactar y enlazar a sus vecinos en la explosión del problema y la construcción de soluciones compartidas.
Ya no existen las soluciones nacionales como la vía aislada porque la soberanía y las fronteras tradicionales así lo imponía. No. La etapa de civilización que experimentamos impide, más allá de los discursos y de los imaginarios soberanistas que gustan tanto a los populistas y aventureros políticos de todas las tendencias -tanto laicos como religiosos-, que las soluciones nacionales se aíslen de sus impactos e interdependencias, más o menos simétricas, pero sin duda, más asimétricas en la mayoría de los casos.
Ni siquiera las potencias tradicionales pueden sustraerse a los impactos domésticos que sus decisiones de política exterior provocan; la misma red que construyeron para dominar a los demás, forma parte hoy de su propio cautiverio y limitaciones. La superioridad y poder tecno-militares ya no son suficientes.
Por su parte, las contadas potencias emergentes que se reconocen en la sociedad internacional actual carecen aún de la confianza subregional y de un liderazgo propositivo que permita sumar esfuerzos más que encontrar resistencias y silencios calculadores.
A manera de ejemplo, y de forma muy general y agregada, proponemos una apreciación preliminar de algunos de los componentes subregionales que anuncian la llegada de la gran tormenta sistémica del siglo XXI. Como en todas las reflexiones de este tipo, algunas expresiones quedarán por fuera, y quizás otras sean sobrevaloradas por mi parte. En uno y otro caso, forman parte del debate que debemos abrir.
Hoy, con mayor trascendencia que en épocas anteriores, los ciudadanos que participamos en procesos electorales debemos exigir agendas públicas y abiertas, visibles y explícitas, en los programas y plataformas partidistas y de los movimientos políticos que aspiran a conquistar la confianza del elector. La política exterior del próximo gobierno y la forma de inserción que se busca para el país en la volátil sociedad global de esta década, son derechos ciudadanos.
¿Hacia el desconcierto europeo?
Las tensiones actuales y las venideras forman parte de la agenda de fin de año de los europeos, con la persistencia de la crisis económica como fondo del asunto -aunque ya se pueden identificar profundidades y alcances desiguales, regionalmente hablando-, y las presiones por un liderazgo político-militar más abierto y explícito sobre Alemania.
A mediano plazo, el horizonte electoral comunitario, en mayo de 2014, se vislumbra pleno de temores y dudas alimentadas por la crisis social y la pérdida de confianza en la sostenibilidad de la Unión Europea. Las recomposiciones territoriales están a la orden del día, así como la encrucijada en que se encuentran algunos gobiernos y sociedades.
Una de sus expresiones más recientes la encontramos alrededor de Ucrania. Este ha sido una especie de “país-frontera” durante siglos entre los poderes europeos occidentales y centrales y la Rusia de diferentes denominaciones y administraciones. La crisis se ha convertido en una prueba de fuerza que no resulta ajena a los actores políticos locales, con desestabilizadoras intervenciones del este y del oeste. Para Rusia, un paso más en su decisión de recuperar los territorios ancestrales y las áreas de influencia del zarismo y de los Soviets históricos del siglo XX. Para la Unión Europea, una parte importante de su proyecto de mercado comunitario hacia el este y de seguridad frente a una Rusia renovada e influyente.
En el eje euro-atlántico, desde el norte al Mediterráneo, se advierte la fragmentación venidera del espacio nacional. Al tiempo que se consolida la apertura institucional del espacio político para impulsar la independencia efectiva de Escocia, con sus eventuales efectos dominó sobre el Reino Unido, en España, por el contrario, el tono del proceso soberanista en Cataluña anuncia una crisis profunda para el gobierno peninsular, a partir de la negación de cualquier expresión secesionista.
Acompañan este debate, por un lado, el ambiente desfavorable que enfrenta la monarquía, y por otro, la resurrección, en algunas autonomías, del discurso republicano. Curiosamente, en términos históricos, estos países pioneros en los modelos de construcción autoritaria del sentido de pertenencia territorial monárquico-nacional, durante el siglo XVI, enfrentan cinco siglos después la amenaza de su disolución, pacífica y negociada, o violenta, a pesar de las advertencias en contra de esos procesos por parte de los funcionarios de Bruselas.
La más reciente reunión del Consejo Europeo, celebrada los días 19 y 20 de diciembre pasados, había creado una expectativa diferente por los eventos que habían colocado en posiciones irreconciliables a los socios euro-atlánticos con Rusia, a raíz del debate político sobre la “opción Este” adoptada por el gobierno de Ucrania, dejando de lado la agenda integracionista propuesta por la Unión Europea.
Como pocas veces en la historia reciente presenciamos la participación abierta e injerencista de congresistas estadounidenses en las protestas civiles en Kiev, declaraciones destempladas de representantes de la Unión Europea y advertencias poco amigables por parte del Kremlin.
El Consejo Europeo ratificó su interés por Ucrania, al tiempo que anunciaba la apertura de negociaciones con otros países hacia el Este, como Georgia y Moldavia, y con Serbia. En este sentido, el proceso de “alargamiento hacia el Este” encontró un nuevo aliento en medio de las tensiones con Rusia. A pesar de que el presidente Herman Van Rompuy pretendió centrar la controversia sobre el derecho de los ucranianos a escoger libremente con quién asociarse, y que de ninguna forma se debería considerar como un objetivo en contra de Rusia, el asunto coloca en posiciones enfrentadas a Bruselas y Moscú.
Resulta cada vez más obvio que varios desafíos políticos se levantan hacia el Este, comprometiendo la seguridad energética de los países europeos con abastecimientos no sujetos a “contraprestaciones políticas” en el “vecindario” o en otras regiones del mundo en donde los gobiernos y las corporaciones europeas tienen intereses.
Por otra parte, la Unión Europea enfrenta la decepción turca por la dilatación del proceso de negociación para su adhesión al conjunto comunitario, lo que ha llevado a las autoridades de Turquía a mirar hacia el Este y regresar de forma activa y amenazante al llamado Medio Oriente; China es cada vez más visible en las controversias políticas en esta región, así como sus proyectos económicos (energía e infraestructura) lo convierten en interlocutor obligado en el rediseño de la región. El derrumbe de los referentes tradicionales para administrar las tensiones y contradicciones, no solo compromete la capacidad de Estados Unidos: los europeos tiene ahora competidores decididos a contener y disminuir sus lazos y presencia en aquellos territorios.
Como tema destacado de esa reunión en Bruselas, impulsado por el cambio dramático en las condiciones políticas en el entorno europeo (el llamado Medio Oriente y África del Norte), conocido institucionalmente como el “vecindario” y las “fronteras externas”, se abordó la “Política Común de Seguridad y Defensa”. Uno de sus grandes desafíos internos ha sido la construcción de un sistema de defensa europeo, así como una mayor concertación en todos los aspectos ligados a dotar a la Unión Europea de un dispositivo menos supeditado a las tradiciones y protagonismos nacionales en la materia.
La percepción de inseguridad ha aumentado y la conciencia de vulnerabilidad regresó; la necesidad de trascender la historia de “cautiverio” o condición de “rehén” padecida durante los años 1949 a 1991, terminará imponiéndose; a pesar de suscribir expresiones elogiosas a la cooperación en el marco de la Otan, esta organización no es europea, y no representa, al menos en esta etapa, los intereses y necesidades de la Unión.
Si llegara a firmarse el tratado de libre comercio con Estados Unidos, en 2014 o 2015, evidentemente la concepción de la Otan encontraría un escenario institucional nuevo, obligando a la revisión de la capacidad de iniciativas y toma de decisiones por parte de los europeos, con el correspondiente aumento de los aportes en recursos económicos.
De momento, al lado de los temas urgentes para los ciudadanos en términos de empleo, calidad de vida, el agotamiento del multiculturalismo, los avances sociales del populismo y de las extrema derecha racista y xenófoba y las tensiones alrededor de la convivencia con inmigrantes legales e ilegales, el tema de defensa promete acaparar más atención en los dirigentes comunitarios (aún no sabemos si sucederá lo mismo entre los parlamentarios europeos de cara a las próximas elecciones). Una vez más pareciera que la “Europa de los Mercaderes” sigue adelante, dejando atrás a la “Europa de los ciudadanos”.
* Historiador, Especialista en Geopolítica y analista de asuntos internacionales. Catedrático de la Carrera de Historia en el Departamento de Historia y Geografía de la Pontificia Universidad Javeriana. Miembro de Cesdai (Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales), Resdal (Red de Seguridad y Defensa de América Latina), Red Latinoamericana para la Democracia, Caribbean Studies Association, Atlantic Community y Alabc, Australia-Latin America Business Council (Member Overseas).