SE ACABA la semana del arte en Bogotá. Ayer escribí sobre ARTBO, que tomó lugar en Corferias. Contaba que me pareció muy significativo que las tres personas que invité al evento, todas involucradas en el mundo del arte, rechazaron mi invitación con la excusa de que este era muy caro: 30.000 pesos por la boleta general.
Sin embargo, había igualmente oportunidades valiosas dentro de la Feria. No me refiero a la posibilidad de comprar obras a los artistas, las galerías mayores y las galerías menores, sino que había la ocasión de interactuar con el arte. Si bien coleccionar pedía pagar en muchísimas obras por lo menos $15.000 dólares, asistir a los foros era gratis y hablar con los encargados de las obras no estaba tan mercantilizado.
Sentí, no obstante, que el ambiente de ARTBO era el más excluyente de los eventos que hubo esta semana en Bogotá. La publicidad y el tipo de restaurantes significaban lo privilegiado y poco democrático que es el evento. En la Feria del Millón, en cambio, uno habla directamente con los artistas, y ninguna obra sobrepasa el millón de pesos. Además, esta situación del artista haciendo arte para vivir se ve menos enrollada con la dinámica de la especulación y fetichización del arte.
Barcú, aunque tiene un precio no tan distante al de ARTBO, es una feria en la que uno se involucra más y en la que más sinceramente se trata de compartir del arte. Ocurre en 14 casas de la Candelaria y tiene talleres, performances, películas y ventas de obras. Ir allá es más divertido y puede ser más largo. La razón es que el espacio está diseñado para hacer accesible el arte, y los problemas que lo subyacen.
Odeón, con cinco galerías, y mucho más barata la entrada, incorpora a su espacio, su arquitectura, con las obras. Los precios de las obras, de muy buena calidad, tienen precios muy inferiores a los de ARTBO. Tal vez su curaduría es la mejor y más articulada.