Por María Catalina Monroy Hernández* y Alejandro Bohórquez Keeney**
Gracias a Proexport, el realismo mágico está de moda una vez más. Mediante este género literario, la realidad se funde con elementos mágicos hasta el punto de considerar lo imposible como parte de la normalidad o realidad. Pues bien, el realismo mágico es hoy una estrategia de la política exterior colombiana para atraer un mayor número de turistas que reemplazó al anterior “Colombia: el único riesgo es querer quedarse” que, al parecer, generó temor entre los extranjeros que sorprendidos reclamaban: “¿Existe un riesgo de quedarse?” (nota: revisar cifras de secuestro en Colombia).
Ahora bien, ante una nueva generación de internacionalistas y estudiosos de la política exterior latinoamericana que deslumbrados intentan descifrar por qué y cuándo el realismo, una de las principales teorías de las Relaciones Internacionales que explica el comportamiento de los Estados en el sistema internacional desde una óptica de competencia, intereses, fortalecimiento militar, combate de amenazas externas y poder, logra convertirse en algo “mágico”.
Ante este desconcertante escenario, intentamos brindar nuestra propia interpretación de “realismo mágico” aplicado a la política exterior colombiana y, aún agobiados por el reciente fallo de la CIJ a través de la cual perdimos una importante extensión de mar territorial, logramos concluir que lo realmente fantástico, alejado de la realidad y mágico es la formulación y conducción de la actual política exterior colombiana, una “política exterior macondiana”.
Teoría y variantes
Dentro de la teoría de las Relaciones Internacionales existe una bastante prominente que recibe el nombre de realismo. Según esta teoría, los Estados se encuentran en una eterna competencia por el poder, donde cada uno de ellos busca promover sus intereses a costa de los demás. Incluso, varios de los críticos a esta teoría la caricaturizan, argumentando que retrata el campo internacional como una guerra sin cuartel, donde lobo come lobo, y el mundo es retratado como un lugar totalmente inhóspito.
No obstante, deben existir razones de peso para que se dé la prominencia de dicha teoría y permanezca vigente hasta la actualidad. Una muestra de ello, es la diversidad de ramas que han surgido intentando explicar la existente competencia del poder: así algunos encuentran la razón de ello en la naturaleza perversa de la humanidad, otros la justifican con el estado anárquico en que se encuentra el campo internacional, y una tercera variación sugiere que se debe a la mala interpretación de la comunicación entre Estados, por ejemplo.
También, estas variantes han servido para asesorar la política exterior de varios países, como el realismo periférico que le aseguró a Menem que de alinearse con los intereses de la potencia, Argentina sobreviviría en la competencia internacional.
Y por supuesto, en Colombia tenemos nuestra propia variante, y se trata del realismo mágico cuya particularidad está en hacer ver lo estrambótico, fantasioso y mágico como algo cotidiano. Al igual que la corriente literaria que lo bautiza, la teoría que guía nuestra política exterior tiene harto de cursi, aúlla claustrofobia, y sus desenlaces suelen tener el mismo sino trágico que en cierta forma nos deja en el mismo lugar donde comenzamos.
La maniobra
Es realista por cuanto tenemos unos intereses que consideramos privilegiados, aun cuando sea mantener nuestra soberanía intacta, que es el interés primordial, según el realismo. Pero en vez de defenderlo con manifestaciones de fuerza, o elevar nuestro prestigio para inspirar respeto, o simplemente leyendo el acontecer internacional para estar preparados, recurrimos a la magia del derecho internacional de una manera ciega e irresponsable. Y se dice magia porque es difícil creerle a un derecho que carece de una autoridad central que lo respalde, aún más cuando nuestro derecho interno teniendo tal tipo de autoridad deja mucho que desear.
Esto se ve reflejado en el hecho de que varios Estados débiles aprovechan la existencia de la Corte Internacional de Justicia, para avanzar sus intereses aprovechando la nebulosidad del derecho internacional, y su concepción infantil de justicia. Solo así se explica que rivales materialmente más débiles estén actualmente avanzando territorialmente en la región, rivales que por cierto han demostrado un carácter expansionista basado en unos valores contrarios a los nuestros.
Recientemente hemos perdido una buena porción de mar a Nicaragua, porfiados en que la habilidad de nuestros abogados iba a resolver el litigio territorial, y que la justicia brillaría al final. Al parecer, no nos percatamos que la Corte Internacional de Justicia arregla estas disputas partiendo al “bebé” por la mitad, o que de no asistir a la corte no vendría la policía a preguntar por nosotros. Ahora nos rasgamos las vestiduras, queremos apelar como si se tratara de una vulgar demanda por alimentos, mientras que los asombrados habitantes de Macondo responsabilizamos a nuestro Bismarck unificador, quien queriendo agradar a todos no agrada a ninguno.
Sin embargo, es obtuso buscar chivos expiatorios cuando observamos algo macroscópico como las relaciones exteriores de un país, incluso de aquel que, como señaló el célebre autor del realismo mágico local, tiene dos océanos para alejarse del resto del mundo. Este sólo es un traspié en un ciclo incrementalista de larga data, uno más prolongado que éste cuyos iniciadores ahora culpan al actual mandatario por recibir la estocada final. Desde su nacimiento, Colombia como doña Úrsula Iguarán ha ido reduciéndose de tamaño con el pasar de los años, mientras espera paciente su destino.
Claro, insumos ha habido para que mantengamos esa fe irredenta en una moral superior a los Estados a la cual todos se suscriben, y que nos protegerá de los perjuicios recibidos. Baste recordar la compensación recibida por perder un punto geoestratégico clave, dinero que nos bailamos y no volvimos a ver mientras alguien más cobraba un peaje. Eso sí, si no nos equivocamos, aún esperamos la compensación por parte de Perú cuando recibió toda esa selva luego de que le ganáramos la guerra, la misma que ganamos lanzando cocos. De todos modos, la selva es un monstruo que se traga vivas a las personas (sabemos que don José Eustacio pertenece a otro género, pero por esta vez perdonen elatrevimiento).
Continuando con el argumento macroscópico, una visión de este tipo no se limita al presente y al pasado, sino que también tiene en cuenta el futuro. En medio del desasosiego causado en el Atlántico, no notamos lo atractivo que es Malpelo en el Pacífico, y que en ese océano nuestros límites aún los definen tratados antediluvianos. De igual manera, aquella selva tragahombres que tanto nos espanta está en los objetivos nacionales de Brasil, aquella selva cuyos fieros e indómitos habitantes cada vez más hablan “portuñol”.
¿Culpa de quién es que se den estos sucesos? ¿Está mal que en una competencia se aproveche la ingenuidad del rival? Tal vez moralmente sí, pero eso no cambia el hecho de que otros se aprovechen de una adhesión ciega a un fin espurio, carente de toda astucia. Incluso se considera en el realismo mágico que si el rival obtiene lo que desea se quedará tranquilo, mientras éste aprovecha la mencionada ingenuidad para llegar hasta nuestras costas. Pero claro, Macondo tiene tantos problemas en su interior que no vale la pena que se fije en el resto del mundo, ni siquiera en su vecindario, y por eso su Ministerio de Relaciones Exteriores es potestad de los Buendía, sin que nadie chiste al respecto.
Pero tranquilos, nuestros intereses se mantendrán salvaguardados mientras exista aquella luz que guía a los Estados, y los recompensa al final, sólo queda guardarnos y esperar. Pero queda un resabio: recordemos que en el realismo mágico, las familias condenadas a 100 años de soledad, no tienen una segunda oportunidad.
*Coordinadora del área de Relaciones Internacionales. Escuela de Política y Relaciones Internacionales. Directora del Observatorio de Política Exterior Latinoamericana (Oplat). Universidad Sergio Arboleda.
**Estudiante de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales. Director línea de seguridad del Oplat. U. Sergio Arboleda.