La nueva Cataluña: un Estado-nación, a medias | El Nuevo Siglo
Foto Xinhua
Sábado, 28 de Octubre de 2017
Pablo Uribe Ruan
La región, hoy “república”, ha logrado una mayor autonomía, que no significa independencia total de España

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 “Constituimos la República catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social”, dice la resolución aprobada con 70 votos a favor sobre 135 de la Cámara. Esto puede significar muchas cosas. Sed de revancha, pasada con un Cava, cantos tradicionales con bastones levantados –recordando los fueros- , cantos, cantos; miedo, angustia, españolidad, unidad.

Los catalanes ya no son españoles. ¿O sí lo son? Desde lo jurídico-político, lo siguen siendo, al menos hasta que el “Estado independiente” cumpla con los elementos de un  Estado-nación moderno. No quiere decir, por los relatos de la gente, que los ciudadanos independentistas –no todos lo son- crean que desde el viernes viven en una república. Eso hace parte del plano simbólico, algo que los separatistas han logrado con creces; quizá, con un uso arbitrario de este recurso.

El elemento simbólico es fundamental para lograr una acción política, pero no es, al final, lo que determina su efectividad. Después del viernes, Cataluña está, al menos ahora, en este escenario. Los independentistas dicen que ya no tendrán que ver “los discursos del Rey Felipe VI en Noche Buena” (lo escribió una columnista de Ara, diario separatista”. Eso es cierto, por voluntad propia: cada quien elige si lo quiere ver o no; seguro no lo verán, porque no les gusta. Pero la televisión pública española seguirá emitiendo su señal en Cataluña, hasta que esta se convierta en un Estado-nación. Lo que aún no es.

Para ser un Estado- nación, las normas internacionales dicen que se necesita territorio, población, autoridades y, lo más importante, reconocimiento de otras naciones. Sin problema, Cataluña cumple las tres primeras condiciones. Incluso, puede ir más lejos y ahondar en la primera, diciendo que tiene lengua, historia y, como dijo una vez Oriol Junqueras, un pasado étnico “más cercano a los franceses, que a los españoles”.

Esto, sin embargo, no es suficiente. Parecen muchos requisitos cumplidos en fila: sí, sí, sí. Pero falta el cuarto: el reconocimiento, aquel que puso a esperar a Kosovo más de una década y tiene a las repúblicas de Abjasia y Crimea contra la pared, pese a que Vladimir Putin intenta, con sus aliados, lograr unos cuantos espaldarazos (sólo consiguió cuatro).

Según Jean-Claude Piris, exdirector de los servicios jurídicos del Consejo de la Unión Europea (UE), “es muy probable que muy pocos Estados reconozcan un Estado catalán. Les garantizo que nadie lo reconocerá en la UE” (AFP). Con más de 23 años en el bloque, explica que la declaración hecha el viernes es “vacía” porque “no podrán hacer nada y seguirán formando parte de España jurídicamente”.

Apostando, se puede decir que los políticos que buscan la independencia regional, Geert Wilders (Holanda), los flamencos de Bélgica, escoceses e irlandeses, dirían que reconocen a Cataluña. Pero ninguno de ellos, salvo en Escocia, están en el poder, por lo que se descarta que los jefes de sus países adopten una posición en contra de la unidad española.

El reconocimiento parece descartado, al menos ahora. Empezando porque el derecho a la independencia suele concederse cuando hay “opresión” o “explotación de un pueblo”, lo que no ha pasado, sin desconocer el mal manejo de la Guardia Civil el día del referendo. ¿Opresión? Parece más bien un uso desmedido de la fuerza, pero no deja de ser excepcional. ¿Y, las otras cosas?  No avalar el Estatuto de Autonomía de 2006, otro aparente error del gobierno central,  tampoco parece un acto opresivo. Habrá muchos argumentos más, igualmente.

La independencia es una tómbola. Para lograrla, hay que ser objeto de actos opresivos o explotadores y cumplir una serie de elementos. Difícil. O fácil: porque decenas de regiones pueden demostrar una y otra cosa. Pero difícil, como la tiene Cataluña, si quiere convertirse, en términos reales, en un Estado-nación.

No quiere decir que sea imposible. Algunas personas han dicho que el destituido gobierno catalán está buscando una especie de “beligerancia”, concretándose con enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad españolas y las catalanas, como parte de la aplicación del artículo 155 (intervención). Por ahora, esta tesis parece descabellada. Lo simbólico y lo pacífico han dominado la intención secesionista en Cataluña.

Concretamente, lo que sí parece haber logrado el gobierno catalán es un mayor derecho de autodeterminación. Es decir, una autonomía más amplia. Porque España, en el caso de la independencia, tiene un mejor derecho para mantener su integridad territorial, pase lo que pase.

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