La moñona de Ramón | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Noviembre de 2011

 

Nos contaba un parlamentario paisa que la moñona que hizo el amigo Ramón Elejalde en Antioquia fue de antología: Apoyó a Aníbal Gaviria para la Alcaldía de Medellín y a Sergio Fajardo para la Gobernación y con ambos triunfó por todo el camino. Un hijo del ex parlamentario, el abogado Jorge Hugo Elejalde, es el alcalde electo de su pueblo Frontino, que además es la cuna de la familia de los ex gobernadores Gaviria Correa, como que allí nació su padre, el director del periódico El Mundo Guillermo Gaviria Echeverri.
Además, Elejalde Arbeláez también obtiene otro triunfo con su candidato a la Asamblea de Antioquia, Héctor Jaime Garro Yepes, que fue la primera votación liberal en el Departamento y el más seguro presidente de la corporación a partir del primero de enero.
 
 
Otros logros. A Elejalde, quien desde las páginas de El Mundo orientó con otros dirigentes la oposición al gobierno de Luis Alfredo Ramos, lo dan como uno de los triunfadores en la pasada contienda electoral en Antioquia. Fue tenaz, contundente y duro en sus denuncias contra la saliente Administración. Dicen los que saben que conoce tantos secretos de esa Administración que ha sido consultado por los segundos de Sergio Fajardo acerca de los supuestos actos de corrupción que denunció sobre funcionarios del gobierno de Ramos.
 
 
Programas de reforestación. Quienes transitamos los parajes del Alto de la Línea hace veinte años empezamos a ver que el paisaje se transformó con hermosos sembrados de pino patula. La vegetación nativa cedió el espacio a lo que se llamó la reforestación de estas montañas. Durante todo este tiempo nos acostumbramos al verde de los pinos, a las cascadas de la Cordillera Central y a la fauna silvestre que hizo de estos sembrados su hábitat natural.
 
 
Todo es perfecto. Al indagar sobre la causa de este bien diseñado programa, nos informaron que era un proyecto de reforestación llevado a cabo por empresas privadas, que reciben por ello préstamos no reembolsables y además incentivos tributarios por cada árbol sembrado.
Los grupos económicos presurosos constituyeron su respectiva reforestadora y el modelo se reprodujo a escala nacional.
 
 
Llegaron las máquinas. Transcurrido el tiempo, los pinos ganaron consistencia y la industria papelera, ávida de celulosa, reclamó la cosecha: Llegaron las máquinas y sin franjas de protección, sin reato alguno, miles de pinos rodaron línea abajo, arrastrando vegetación, tierra y lodo. La fauna se quedó sin hábitat y los colombianos sin carretera. Ya no están los grandes pinos, ahora encontramos buses y tractomulas sepultados por el lodo; la piedra y los árboles que ruedan por la montaña; las cascadas en cada aguacero se convierten en ríos porque ya no está la vegetación que actúa como una esponja y va regulando su caída.
 
 
La historia se repite. Pequeños árboles de pino empiezan a crecer en las zonas deforestadas: un nuevo programa de reforestación tiene comienzo. Y los colombianos seguimos pagando el precio de este bien concebido programa.