JIM Acosta (CNN), Jorge Ramos (Univisión), Julia Ioffe (Político), Dana Milbank (Washington Post), Anderson Cooper (CNN), Serge Kovaleski (New York Times), Kai Diekmann (Bild), Megyn Kelly (Fox News) y Harry Hurt III, entre otros, bien podrían conformar el público asistente a un briefing de la de desidia política de Donald Trump. Y no precisamente por hacer mal su trabajo. Todo lo contrario: por haber sido víctimas de la actitud visceral del sucesor de Obama. En el último año, ellos han protagonizado dimes y diretes con uno de los 200 estadounidenses más ricos en su país –el 156, según la revista Forbes, entre una población cercana a los 300 millones de habitantes-.
A Ramos y Acosta, Trump los ridiculizó y excluyó en distintas ruedas de prensa por la ‘casa’ de medios y la minoría que representaban; a Kelly y a Kovalesky les hizo bullying por sus aparentes condiciones físicas; con Diekmann y Cooper tuvo entrevistas en las que demostró su aparente inocencia para responder preguntas incómodas; y, en general, con los demás sobresalió –directa e indirectamente- por su ímpetu para ganar batallas ideológicas que evocaban la tradición republicana de desatinos mediáticos: los Bush, Nixon y Reagan.
De todas esas peleas y debates on y offline, la victoria tangible más evidente fue la del propio Trump. No solo porque derrotó a una docena de precandidatos republicanos –entre los que se contaban políticos de pura cepa, exgobernadores, hijos de expresidentes, representantes de minorías, etc.-, sino porque consiguió el amén del ala más extremista de su partido para que lo respaldara. Los medios de comunicación fueron –algunos, sin quererlo- los voceadores y megáfonos de un outsider que impuso su propia agenda: la del espectáculo. Uno que transcurría entre la realidad y la banalidad.
El retiro de las tropas de medio Oriente fue un tema sepultado por la intriga sosa de confirmar que Trump usaba un bisoñé. La injerencia de EE.UU. en el desarme nuclear iraní fue reemplazada por el supuesto prontuario sexista del nuevo mandatario. La nueva política fronteriza y económica con México fue degradada al chismorreo y a los memes generados por la xenofobia.
Y en general, los temas de fondo fueron apenas sesgados no solo por Trump, sino por las ligerezas de muchos medios de comunicación que preferían un clickbait para sus portales web, en lugar de un trabajo sesudo, de reflexión e investigación. ¡Claro! No todos incurrieron en esas prácticas, todavía hubo algunos que denunciaron las sombras del magnate y los claroscuros de su vida personal.
Furcio ‘news’
Las equivocaciones de Trump, al hablar, bien podrían rellenar un diario sensacionalista. Pero, sería muy níveo creer que su espontaneidad y ligereza en la palestra pública no tenga una estrategia de fondo. Trump resultó tener un discurso ‘políticamente incorrecto’ que no se quedaba con medias verdades –o, al menos, cuando le convenía-.
Sus alocuciones sin filtro calaron hondo en el norteamericano de pura sepa que muchos latinoamericanos solo conocíamos en las películas western o en los pueblos/ciudades situadas entre las grandes poblaciones turísticas. Es decir, en el estadounidense machista, quizás iletrado, pasional, trabajador y tozudo. Y no se trata de un rótulo ni mucho menos, sino de una población que las negritudes fanáticas de Obama dejaron de representar en los últimos ocho años y que ningún precandidato republicano supo capitalizar o simpatizar.
Su decisión de usar Twitter como canal predilecto de comunicación con su electorado y el nombramiento “express” de un estratega político como el secretario de prensa, Sean Spicer –quien en menos de una semana abrió su cuenta personal en esta red social y obtuvo 1,3 millones de seguidores-, son apenas dos señales de que Trump también planea la improvisación.
La ‘otra’ noticia
Si algo hizo bien el Trump-candidato fue entender y protagonizar el ‘juego’ de los medios de comunicación norteamericanos. Como magnate, como exjefe del concurso Miss Universo y, en general, como vedette de múltiples escándalos públicos, Trump tenía todo el bagaje para suministrarle a la mayoría de medios lo que querían: la ‘carne’ de la noticia. El hecho jocoso. La anécdota escandalosa. El dato contracorriente. La semilla que nutriera los titulares sensacionalistas.
Al final, la supuesta democracia más sólida del mundo –según el rasero con que se mida- sigue siendo Estados Unidos. El poder de dos siglos y medios de prensa, el palo en la rueda del Congreso de mayoría republicana –el Tea Party-, el inexperto gabinete presidencial, las redes sociales y la fuerza inmigrante son garantía de que Trump tiene un camino muy largo antes de ser comparado con la autocracia tropical de nuestros países, en los que Chávez, Maduro, Ortega, Martinelli, Kirchner, Lula Da Silva –entre otros- han guardado la libertad de prensa en la gaveta de sus despachos presidenciales, mientras la verdad se esfuma como la pirotecnia de su populismo.
*Profesor de Comunicación Universidad de La Sabana