La ley del péndulo | El Nuevo Siglo
Viernes, 5 de Octubre de 2012

*Esclarecedor debate

*Nuevo astro en Estados Unidos

La  influencia que ejerce la televisión sobre la audiencia es inmensa, más aún cuando se trata de un debate sobre el destino de un gran país. De allí la importancia del cara a cara que en Estados Unidos protagonizaron el presidente Barack Obama y el candidato republicano Mitt Romney.

Es el primer debate televisado, de tres programados. Son claves porque en las últimas décadas ningún candidato que los haya perdido consiguió llegar o reelegirse en la Casa Blanca. Pareciera que el aspirante ganador fija a través de éstos su imagen en el subconsciente colectivo.

Tanto Obama como Romney desde que llegaron a la función del miércoles en la noche, sabían que era crucial, pese a que  las encuestas mostraban que, tras varios empates, había un leve margen de ventaja para el Presidente. También es conocido entre los mejor informados la parcialidad de algunos diarios norteamericanos, de los periodistas afines a los Demócratas así como de los intelectuales proclives a favorecer esa tendencia en los medios de comunicación,  que llegan incluso a malinterpretar las afirmaciones del aspirante Republicano. Arrancado el debate, pronto este último demostró que es un magnate que no ganó su dinero en una rifa y que es un combatiente político capaz de dejar tendido en la lona al mejor si se descuida un instante.

Ambos aspirantes son pesos pesados de la política y conocen el valor de la palabra y el arte de seducir a las multitudes. Obama, en una campaña relámpago, irrumpió años atrás como político local que llega al Senado, desde donde en breve se lanza a conseguir la candidatura Demócrata y su nombre crece como burbuja en medio del desconcierto y el desánimo que invadió a la población estadounidense al final del gobierno pasado. Con su discurso optimista sostuvo con ardor que sacaría a la Nación del bache, en tanto enfrentaba a un candidato continuista republicano al que desacreditaron con trucos de propaganda negra, que mostró poco arrastre popular y no pudo diferenciarse de un gobierno en declive  cuando las masas estaban agobiadas por el fantasma de la recesión y la opinión pública apostaba al cambio.

Hoy, tras un mandato de Obama, las mismas masas quieren el cambio, siendo las circunstancias muy diferentes. El Presidente hizo mucho por el país, pero no lo suficiente para devolver la confianza a esa potencia. Por lo menos así lo sostienen sus críticos y se atienen a los resultados económicos. En casi todas las elecciones recientes en Occidente los gobiernos con saldo rojo en la economía han caído. A Romney también lo han atacado de manera despiadada, con propaganda negra y en un intento de plantear  una lucha de clases disfrazada de ‘pobres contra ricos’. Así se hizo al divulgar sus expresiones en reuniones privadas y sacadas de contexto. Pero nada de ello, analizado objetivamente su programa, puede entenderse como que Romney está contra los menos favorecidos.

Con este primer debate presidencial todo quedó atrás. Desde el primer momento la audiencia captó que se trata de dos pesos pesados. Casi de inmediato, como el boxeador que lanza el primer golpe a la mandíbula de su rival, Romney con sus primeras declaraciones muestra que está en forma y dispuesto a ganar. Obama resiente el golpe, de improviso es un Presidente a la defensiva, al que le piden cuentas en un bombardeo de interrogantes que no puede absolver con cifras económicas en rojo. En vano quiso apelar al fantasma de Bush. Acusado el presidente-candidato de agravar algunos problemas económicos, en su semblante aflora la  incomodidad. En el fondo es claro que tanto él como Romney están vivamente comprometidos en sacar a Estados Unidos de la crisis, a sabiendas de que el mundo está siendo afectado por los espasmos intermitentes que sacuden la zona euro, los cuales, en mayor o menor grado, afectan el resto del planeta.

Al final lo evidente es que el aspirante republicano muestra un conocimiento mayor de la realidad financiera, que difiere un tanto de los libros de economía política. Demostró brillo y agudeza mental. Muy tranquilo supo confrontar en materia de impuestos, empleo, salud y política de desarrollo a uno de los mejores y más inteligentes oradores de cuantos han gobernado esa potencia. Sin tener la bola de cristal, se puede concluir, como ya lo habíamos percibido en pasados editoriales, casi premonitorios, que Romney tiene madera para estar al mando de la Casa Blanca.