“Un día íbamos en una lancha por el río Magdalena, cerca de San Pablo, Bolívar” –cuenta el padre Bernardo Botero, Administrador Provincial de la Compañía de Jesús en Colombia –. “De pronto, sonaron unos tiros al aire, clara señal de que teníamos que orillarnos. Cuando alcanzamos la orilla vimos que no era el ejército sino unos tipos de civil, y nos dijeron -bájense los señores y por favor sus papeles- El primero que se bajó fue Pacho, y les dijo: -no señor, yo no les muestro nada porque ustedes no son autoridad para mí. Sólo muestro mis papeles a la Fuerza Pública, que es la única autoridad militar que yo conozco-. Todos estábamos pálidos. El señor que nos pidió los papeles fue y se comunicó por radioteléfono con su jefe, le preguntaron que quién era, y él dijo que era el padre Francisco de Roux, director del Programa Desarrollo y Paz del Magdalena Medio. De un momento a otro dieron la orden de que siguiéramos”.
Así no más, de frente y con la cabeza en alto, ha salido el Padre de Roux, o ‘Pacho’, a secas, de incontables encuentros con altos mandos de las Farc, de los paramilitares, del ELN. Y de encuentros que a veces él mismo buscó, siempre con una causa entre las manos: velar por las víctimas del conflicto.
“A cuco, un líder campesino que estaba trabajando con la ONG Minga, en el año 2001 lo mandaron a hacer un informe a San Pablo, Bolívar” –relata un ex funcionario del Programa Desarrollo y Paz–. “Allí los hombres de Carlos Castaño lo secuestraron y luego lo mataron cerca de Santa Rosa del Sur. Entonces la familia de Cuco le pidió a Pacho que les ayudara a encontrar el cadáver. Acompañado del Obispo Jaime Prieto, Pacho llegó hasta la alta comandancia a hablar con el jefe paramilitar. Castaño lo recibió y le dijo, -sí, yo lo mandé matar. Pero el cuerpo lo echamos al río-”. Nunca se hallaron los restos.
Para quienes sufrían el plagio de sus seres queridos, para quienes buscaban la verdad, o para los que sobrellevaban extorsiones, el Padre era sinónimo de esperanza. El Padre de Roux emprendió numerosas travesías para hablar con los delincuentes, a decir ‘ellos sólo son campesinos’. Pero el Padre jamás negociaba secuestros; decía que la vida humana no se negocia, que no tiene precio. Sin embargo se ha enfrentado con los hombres más temerarios y violentos del país para decirles, simplemente, lo que les tiene que decir.
“Ese alto perfil que él tiene no lo ha conseguido por orgullo sino para actuar en favor de la gente” –dice el Padre Bernardo Botero–. “Esa enorme sinceridad, esa mansedumbre y calidez humana hace que el enemigo se desarme y se ponga al mismo nivel. Al que llega muy envalentonado se le bajan los humos”, dice Botero.
El 16 de mayo de 1998, el puerto petrolero de Barrancabermeja vivió uno de los capítulos más estremecedores de su historia. El Padre Francisco de Roux vivía en la ciudad cuando llegaron hombres vestidos de negro, con pasamontañas y armas de corto y largo alcance. Siete personas fueron asesinadas ese mismo día y 25 secuestradas y luego asesinadas de manera violenta. Miriam Villegas trabajaba con de Roux en el Programa Desarrollo y Paz en la época en que los paramilitares sacaban a las milicias guerrilleras de las comunas 5, 6 y 7:
“Me impresiona mucho que en medio de conflictos muy fuertes Pacho ha mantenido la prudencia necesaria para encontrar caminos de reconciliación que sólo se encuentran cuando se mira al otro a los ojos” –dice Manuel Ramiro Muñoz, Director del Centro de Estudios Interculturales de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali.
El 30 de agosto de 2002, cuando subversivos del Ejército de Liberación Nacional secuestraron tres comerciantes de Santa Rosa del Sur, Bolívar, el Padre de Roux emprendió una verdadera cruzada a Punta, un corregimiento en la Serranía de San Lucas, donde estaban los campamentos guerrilleros. “Fuimos hasta el golfo, en el sur del departamento, acompañados de quinientos campesinos en camiones” –cuenta Monseñor Leonardo Gómez Serna, en ese entonces Obispo de Socorro y San Gil–. “Le tomó un día entero de diálogo, pero al final logró que el ELN liberara a los secuestrados”.
Ubencel Duque, actual Director del Programa Desarrollo y Paz (Fundado y dirigido por de Roux durante 13 años), cuenta de otra incursión paramilitar, esta vez en la vereda Alto Cañabraval, municipio de San Pablo, Bolívar. “Un día a las 5 de la mañana llegaron los paramilitares porque creían que era una reunión donde estaba la guerrilla. Llegaron disparando y cuando entraron a la plaza del pueblo, el Padre les preguntó quién era el comandante. Acababan de amarrar a un campesino que había sido miembro del ELN, y lo tenían listo para matarlo. Pacho fue donde el comandante, a quien le decían ‘El Profe’ y le dijo:
–Usted no tiene por qué estar aquí; esta es una reunión de civiles y aquí no hay guerrilla.
–¿Y usted quién es? –preguntó ‘El Profe–.
–Francisco de Roux.
La sorpresa de ‘El Profe’ era evidente.
–Nosotros nos vamos. Pero ese tipo amarrado es del ELN.
–Era. Ustedes están en la lucha armada, él no. Ahora hace parte de la población civil.
‘El Profe’ y sus hombres se fueron del pueblo.
Sin lugar a duda, a Francisco de Roux le ha asistido el don de la conciliación. Pero tal vez eso no es suficiente para hacer todo lo que ha hecho, para una vida dedicada a hacer productivos a los pobres, a defender a los campesinos, a velar por las minorías. “Pacho es un hombre muy espiritual” –dice su hermana Lía– “Su fuerza radica en un contacto permanente con eso que llamamos Dios, con un sentido de trascendencia, y en esa capacidad de despojarse siempre de sí mismo”.
“Una vez, estábamos en Estados Unidos, en Filadelfia -cuenta Lía- y había unas gitanas en la calle, de esas que adivinaban la suerte. Una gitana griega me leyó la mano y me dijo que podía preguntar por cualquier persona. Era la época en que sentíamos mucho temor por Pacho. Entonces le dije -estoy preocupada alguien-. Ella me miró la mano y respondió: -No tema. Esa persona está protegida por la divinidad-”.
Anécdotas como éstas hay muchas sobre el Padre Francisco de Roux, un hombre a quien jamás le ha importado el protagonismo. Su vida ha sido la defensa de los derechos humanos, y en especial de los que sufren la injusticia de la pobreza y de la violencia. Determinado, concreto, persuasivo, y, sobre todo, un hombre de acciones y obras.
*Entrevista cortesía del Ministerio del Interior.