La lógica hubiese dictado una Gran Coalición PP-PSOE, pero la política no es lugar para cartesianos, y –de hecho- la situación actual de la vida partidista española se parece más bien a esa “guerra de todos contra todos” de la que habló Hobbes.
Por Ignacio Jiménez
Especial para el Nuevo Siglo (*)
MADRID, ESPAÑA
La vida pública española propende a la escenificación agónica, y quien no sea capaz de abstraerse del ruido bien podría concluir que el país –como dirían los británicos- se está “yendo a los perros” cada día. Pero quizá nunca haya que ser demasiado pesimista con España.
Una muestra: apenas año y medio después de su proclamación, el rey Felipe VI afronta un embrollo institucional como su padre -cuatro décadas de reinado- nunca tuvo que afrontar. Y, sin embargo, la figura del monarca resiste con empaque, con una media sonrisa inalterada ante el tutti-frutti de políticos poco afectos a la corona –secesionistas, populistas, republicanos- que estos días han ido pasando por el palacio de la Zarzuela con un fin: que el rey encargue a un candidato la formación del Gobierno. He ahí la monarquía parlamentaria en su esplendor operativo. Finalmente, Felipe VI le ha encomendado la tarea al líder socialista, Pedro Sánchez. Pero que el rey le haya encargado formar Gobierno no significa que Sánchez vaya a lograrlo.
El inicio de las negociaciones por parte de Sánchez es el primer paso que da la política española tras un bloqueo institucional que la ha mantenido inmóvil desde las elecciones del 20 de diciembre. Ha sido un bloqueo fecundo en paradojas. Repasemos. Mariano Rajoy, el líder de centro-derecha del Partido Popular, fue el candidato más votado, pero de momento ha desechado presentarse a la investidura: necesita a los socialistas, y los socialistas no han querido ni sentarse con él.
Pedro Sánchez, por su parte, cosechó el peor resultado de la historia del PSOE, pero ha quedado en el centro del tablero: cualquier Gobierno imaginable requiere de su apoyo. Dentro de un mes –ese es el plazo legal previsto- se disiparán las dudas y, mientras tanto, ambos políticos fían su futuro a estrategias complejas. Sánchez va a intentar buscar alianzas, pero ni sus posibles socios ni sus muy críticos compañeros de partido se la van a poner fácil.
En cuanto al presidente Rajoy, prevé movimientos más barrocos: primero, esperar a que el socialista se despeñe; segundo, pactar el Gobierno con un hipotético nuevo líder del PSOE o enfrentarse a él en unas elecciones a las que los populares llegarían con mejores esperanzas que los socialistas. Con un grado de complicación casi perfecto, no puede descartarse que, en el citado plazo de un mes, la España política vuelva al bloqueo y los españoles vuelvan a ser llamados a las urnas.
En el ínterin, las percepciones cuentan, aunque van mudando cada día su color. La disciplina de momento se impone al malestar en el seno del PP, pero ya afloran –aquí y allá- voces críticas ante una supuesta desidia de Rajoy. Sánchez parece haber cobrado iniciativa y aliento, pero tiene como enemiga a la aritmética. Son varias las opciones que baraja para sortear el escollo.
En primer lugar, puede intentar un Gobierno con Ciudadanos –formación que ha arrebatado votos a los partidos tradicionales-, pero para eso necesitarían la abstención de un Partido Popular que Rajoy en ningún caso va a conceder. En segundo lugar, Sánchez podría muñir un Ejecutivo con distinto grado de implicación de Ciudadanos y el partido filochavista Podemos, pero ocurre que ambas plataformas jamás se votarán entre sí. Por último, el PSOE podría alinearse con Podemos y una ensalada de siglas nacionalistas y secesionistas, pero tampoco es esta una solución pacífica: el ejecutivo socialista, como dijo días atrás uno de sus miembros, teme que un pacto de este tenor sea “el patíbulo” para los suyos.
En las filas de Sánchez, además, se recuerda la “humillación” que en fecha reciente les infligió el líder de Podemos, Pablo Iglesias, al ofrecerles un pacto de Gobierno que implicaría la subordinación total de los socialistas a Podemos. Es ya un lugar común el pensamiento de que Sánchez está dispuesto a todo con tal de grabar, siquiera por un instante, su nombre en las enciclopedias como presidente del Gobierno. Y los últimos sondeos renuevan sus prisas: de convocarse nuevas elecciones, el PP y Podemos se verían fortalecidos, en tanto que PSOE y Ciudadanos cederían terreno.
Por eso no extraña la sutil orquestación que ha podido apreciar la opinión pública española esta semana: en apenas unos días, Ciudadanos ha pasado de afirmar que “en ningún caso” apoyaría a Sánchez a un indisimulado flirteo con los socialistas. Hay una realidad obvia: para gobernar, PSOE y Ciudadanos necesitarían, al menos, la abstención del PP. Y como es sabido que el PP no va a aceptar coaliciones de perdedores, PSOE y Ciudadanos ya se aprestan para culpar a los populares o bien de la ingobernabilidad del país o bien de la inevitabilidad de un Gobierno coaligado entre socialistas y Podemos.
Este es el retrato de unos días marcados, en la política española, por una rara dosificación de convulsión y parálisis. Pasado un mes y medio de la convocatoria electoral, el nombre del futuro presidente del Gobierno sigue siendo tan ignorado como la propia noche del 20 de diciembre. Sólo hay unas fuerzas inmutables y –al mismo tiempo- antitéticas: el miedo a un Gobierno radical, una voluntad compartida de desalojar al PP y, pese a todo, la mayoría numérica que ostenta ese mismo PP. La lógica hubiese dictado una Gran Coalición PP-PSOE, pero la política no es lugar para cartesianos, y –de hecho- la situación actual de la vida partidista española se parece más bien a esa “guerra de todos contra todos” de la que habló Hobbes. Por suerte, España es como es y todavía habrá que resistirse al pesimismo.
(*) Escritor español