En Europa transcurrían las primeras horas de la mañana cuando se conoció la noticia: Donald Trump se había convertido en presidente. Unos minutos después, Florian Phillipot, líder suplente de partido Frente Nacional en Francia, felicitó al nuevo inquilino de la Casa Blanca y envió un mensaje: “su mundo se está desmoronando. El nuestro se está construyendo”.
Como Phillipot, miembro de la extrema derecha francesa, muchos líderes a nivel mundial se identificaron con el discurso de Trump, criticando la “corrección política”, el multiculturalismo, la desindustrialización -China, siempre China- y un mundo regido por organizaciones multilaterales.
Esta tendencia, vista como extrema e inconveniente hace unos años, tomó fuerza con la victoria de Trump y tiene posibilidades de llegar al poder en Francia, país caracterizado por su discurso progresista y multicultural, rasgos que Obama compartió durante su administración.
La característica más importante de estos movimientos es que todos, sin excepción alguna, son de derecha o de extrema derecha -esta diferencia es fundamental por las diferentes posturas sobre varios temas-. El auge de la derecha en los últimos años ha demostrado que el mundo está pasando de gobiernos progresistas y liberales a mandatos conservadores y proteccionistas.
Crisis del Estado Social
El Estado Social de Derecho está hecho trizas. O, por lo menos, eso es lo que se entiende tras la llegada de políticos como Trump, que demuestran un malestar generalizado con las políticas asistencialistas y el interés por incluir y asimilar nuevos grupos culturas, perdiendo de vista sectores mayoritarios que se siente excluidos.
Estados Unidos propiamente no es un Estado Social de Derecho; por el contrario, es su antítesis. Aunque el gobierno de Barack Obama tuvo rasgos típicos de este modelo, reformando la salud a partir de la prestación de servicios por el Estado. Ésta, y otras políticas, cubrieron parte importante de los norteamericanos -a muchos blancos de clase media, “blue collars”, que votaron por Trump-, sin embargo, la migración hizo que muchos ejercieran su voto castigo contra Obama, afectando su apoyo a Hillary Clinton.
Existe un debate sobre el origen del estado de bienestar o Estado Social de Derecho; sin embargo, la mayoría de teóricos coinciden en que Otto Von Bismarck, primer canciller de Alemania (1871-1890), fue el pionero en gobernar a través de políticas asistencialistas en Sajonia y Prusia, sentando un precedente que unos años después fue replicado en Francia e Inglaterra.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad europea creó un bloque político y económico basado en principios asistencialistas. Con el paso de los años, la Unión Europea (UE) unificó esta serie de valores y ordenó, de cierto modo, que los 28 países que conforman el bloque tuvieran políticas que se guiarán por el estado de bienestar.
Desde Chipre hasta Portugal los gobiernos de la UE siguieron las recetas, uno más otros menos, que se dictaban desde Bruselas, capital del bloque. Al principio trataron de abarcar las prestaciones sociales de amplias capas de la población, pero luego, al darse cuenta que los países incrementaba su hueco fiscal -se estaban quedando sin dinero-, ordenaron medidas de “austeridad”, que conllevaron al rechazo de la clase media europea y al recorte del presupuesto en educación, salud y garantías laborales. Esto sucedió en todo el continente.
En España y Grecia, casos paradigmáticos, el modelo de bienestar se vino al piso. La presión económica y demográfica hizo que la realidad fiscal no coincidiera con la cantidad de gasto que tenían los países y se desatara una crisis que aún persiste.
Aunque poco a poco los países han salido de la crisis, la mayoría siguen aplicando políticas de austeridad. Si bien existen diferencias entre el asistencialismo de Ángela Merkel y el de Francois Hollande, ambos están afrontando transformaciones sociales que exigen nuevos enfoques.
¿Cómo sostendrá el modelo de bienestar en medio de la crisis financiera y el incremento de la población?; ¿Cómo van a cubrir las pensiones de millones de personas (baby boomers) que en 10 años serán mayoría en el continente?; ¿Cómo van a conciliar el discurso a favor de la migración frente a las alzas del desempleo?
Éstas y otras preguntas surgen en medio de una crisis abordada por políticos de corte socialdemócrata. Líderes de Europa, como Merkel y Hollande, presentan soluciones a medias que la gente, simplemente, no comparte. Por eso, afrontan índices de popularidad tan bajos: el francés 14%, la alemana 47% (es una buena cifra, pero ha bajado sustancialmente el último año).
El auge de la derecha
La falta de conexión entre los gobiernos socialdemócratas y la gente ha hecho que la derecha “populista” se apropie del escenario político. Trump, como Marine Le Penn, han presentado una cascada de propuestas que reivindican modelos económicos, políticos y sociales de mediados del Siglo XX, atacando el progresismo liberal que gobernó las últimas décadas.
John Fonte, autor del libro “Soberanía o Sumisión”, dice en la revista National Review que Trump significa “el retorno del nacionalismo americano”, reivindicado el Estados Unidos post- Segunda Guerra Mundial: blanco, industrial y dominante. Quizá en lo único que no se parece es en su idea de cerrar las fronteras y dedicarse a potencializar la economía interna, pues este país impulso el comercio transnacional y las organizaciones multilaterales.
Con razones parecidas a las de los votantes de Trump, los ingleses, con algunos matices, también le dijeron sí al Brexit, buscando una economía menos internacional y más enfocada en el desarrollo interno. El mensaje, a nivel político y social, igualmente fue más soberanía frente a las organizaciones multilaterales y menos inmigración.
En ambos casos se vio un voto molesto con los efectos de la globalización económica, social y política que encontró en políticos del corte de Trump y Nigel Farage, el ultraderechista promotor del Brexit -primero en visitar al magnate tras ser elegido como presidente- un discurso contra la institucionalidad liberal: bloques económicos y políticos, multiculturalismo, valores universales.
Tanta Farage como Trump, y ahora Le Penn, reivindican el nacionalismo, la autodeterminación de los países y las fronteras, asegurando que las crisis de sus países se resuelven con políticas a nivel interno, que no tengan en cuenta lo que dice Antonio Guterres en la ONU sobre los migrantes o si la UE está de acuerdo con una medida económica.
Una de las razones del auge de la derecha “populista” -Trump, Farage y Le Penn, y la derecha tradicional, como la española o la de Theresa May en Inglaterra- es que, a diferencia de los políticos socialdemócratas y liberales no muestran los intereses de este sector de la ciudadanía como atrasada y xenófoba, como explica Fonte.
Precisamente hacen de esa insatisfacción social, que el liberalismo describe de esa manera, un insumo para ganar seguidores y convertirse en fenómenos políticos, como hizo Trump. Un ejemplo de ello fue cómo la prensa norteamericana se encargó de dividir a los norteamericanos entre el votante “ilustrado” de Clinton y el “no ilustrado” de Trump, incentivando una franja muy marcada entre unos y otros que creció con la diferenciación entre las costas y el centro de Estados Unidos, lo que finalmente benefició al magnate.
Según una encuesta de Harris, la mayoría de estadounidenses prefieren el “autogobierno nacional”, término que usan Fonte y John O´Sullivan para referirse al predominio de las instituciones nacionales sobre las extranjeras, porque no comparten las reglas globales que impone el sistema internacional.
Uno puede compartir o no esta preferencia, teniendo en cuenta que el mundo ha logrado cierta estabilidad a partir de estas reglas universales. Pero una cosa es estar de acuerdo con la posición aislacionista y otra muy distinta es entender que millones de personas creen firmemente que el camino que debe seguir su país es ese. Eso fue lo que no captó Clinton, quien no supo leer a una parte importante de los norteamericanos.
La derecha, en sus distintas vertientes, ha tomado fuerza -Latinoamérica también hace parte de este fenómeno- . La crisis económica de 2008, el éxodo masivo de migrantes, la desindustrialización y el terrorismo internacional, han hecho que la socialdemocracia y el liberalismo pierdan fuerza en un mundo que, como los hechos políticos lo indican, está girando hacia la derecha.