El panorama laboral en el país atraviesa una coyuntura de sumo cuidado. De un lado, es positivo que la tasa de desempleo haya retornado a la tendencia a la baja, según lo reveló ayer el DANE, pues el índice de desocupación de la población fue de 8,5 por ciento, a septiembre pasado, lo que implica una reducción porcentual de medio punto frente a lo que pasaba en el mismo mes de 2015. Según el ente estadístico esta tasa es una de las más bajas de los últimos 16 años, a lo que se suma que en este noveno mes se generaron casi 300 mil empleos nuevos. Preocupa, sin embargo, que el desempleo en las principales 13 ciudades y áreas metropolitanas llegue a 9,2 por ciento, es decir que es superior al promedio nacional. De igual manera si bien es destacable que el porcentaje de personas sin trabajo se mantenga todavía por debajo de un dígito, no se puede ocultar que el número de desempleados es superior a los 2,2 millones de colombianos y que el subempleo está en un 27,1 por ciento, es decir que más de 6,7 millones de personas laboran en un oficio o profesión distinta a su nivel de instrucción o experiencia laboral.
En segundo lugar, se está a pocas semanas de la instalación de la Comisión de Concertación Salarial y desde ya se prevé un duro pulso entre sindicatos y empresarios alrededor de lo que será el reajuste del sueldo mínimo para el próximo año. Se sabe que las centrales obreras llegarán a la mesa exigiendo un incremento del sueldo básico no menor al 10 por ciento, en tanto que los voceros patronales no irían más allá de un aumento cercano al 7 por ciento. Aquí, como es obvio, el principal punto de contradicción será la interpretación que cada una de las partes haga del comportamiento de la inflación. Mientras que para las agremiaciones, que representan los intereses de los trabajadores, el reajuste del salario mínimo debe compensar el impacto negativo de la escalada inflacionaria del último año y medio, cuando el costo de vida llegó a superar el 9 por ciento en algunos lapsos, es previsible que los empresarios se rijan más por el panorama de este segundo semestre, que muestra una reversión en la tendencia alcista de este indicador, lo que hace pensar que a diciembre podría cerrar por debajo del 7 por ciento.
Un tercer elemento determinante en el momentum laboral del país es, sin duda, el impacto que tendrá en la clase media y baja el proyecto de reforma tributaria estructural que el Gobierno acaba de presentar al Congreso y que si bien el Ejecutivo afirma que no impactará sustancialmente a la mayor parte de los trabajadores, sobre todo a los de menores ingresos, los sindicatos han advertido que por el revolcón en impuestos directos e indirectos serán los asalariados los más perjudicados con el apretón impositivo. Como se sabe en la iniciativa que se debate ya en las comisiones económicas conjuntas del Senado y Cámara se propone bajar el piso de quienes están obligados a declarar renta, en tanto que el grueso de los empleados tendrían que pagar más IVA por productos dentro y fuera de la canasta familiar, y sus bolsillos también se verían afectados por propuestas como las del monotributo o los gravámenes a las bebidas azucaradas y los combustibles fósiles.
A todo ello habría que agregar el difícil panorama que están registrando muchas empresas grandes, pequeñas y medianas que han tenido que recortar niveles de producción, congelar nóminas o incluso iniciar despidos, ‘gota a gota’, para asegurar su sobrevivencia económica en estos tiempos de vacas flacas, en los que las inversiones públicas en infraestructura, obras civiles y otros rubros son las que están jalonando el llamado “sector real” de la economía, pero paradójicamente el apretón presupuestal para el 2017 va a impactar esa dinámica.
Como se ve, el cierre de 2016 en materia laboral estará muy agitado, pues a las circunstancias ya descritas habrá que sumarle otros fenómenos como los del trámite del proyecto que restablece las horas extras, los altibajos en materia de formalización del empleo e incluso los anuncios de paros sectoriales. Todo ello deberá desenvolverse en estas escasas ocho semanas que restan del año y de la forma en que lo hagan se podrá vislumbrar si el 2017 será un año tranquilo o accidentado en la materia.