Cuatro días después del referendo en Cataluña el panorama es incierto. Puigdemont, líder catalán, ha dicho que la próxima semana declarará la independencia. En tanto, el gobierno español estudia qué hacer y se rumora que va activar el artículo 155, para quitarle competencias a la región
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Al menos hoy el camino para un posible diálogo entre Madrid y Cataluña parece imposible. Las partes, luego de choques, heridos y un referendo que al final se celebró, se han radicalizado. Poco o nada ha cambiado desde que comenzó esta coyuntura.
Cataluña está dispuesta a independizarse. Al comienzo esta historia parecía un reclamo político y ciudadano que no pasaría a esta instancia, pero ahora se ha convertido en un proceso real y palpable, aunque difícil de imaginar. La república catalana, ¿sí?, ¿cómo? Es raro.
O es verdad, más bien. Es verdad porque la dirigencia política catalana está dispuesta a declarar la independencia, empujada por los empujones de la Policía y la Guardia Civil de España, que, en cumplimiento de una orden del ejecutivo, bloqueó los centros de votación y usó desproporcionada la fuerza, hiriendo a casi 900 personas según las autoridades catalanas.
Madrid no cree en esos heridos. A la fecha, no ha dicho nada al respecto, generando un profundo repudio de Cataluña. Despertando el independentismo sectario. La narrativa después del referendo se ha volcado hacia el separatismo. En las calles, alguna gente dice: “iba votar por el No, ahora soy independentista”.
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha explicado que “después de cada error –de Madrid-, hemos salido reforzados”. Se lo dijo así a la BBC, confirmando que el lunes va declarar la independencia. El discurso que practica, con la intervención de la Policía, reivindica su sectaria causa, lo legítima desde todos los ángulos, así parezca un reclamo de un niño adoctrinado por los rencores de sus padres.
Líder del independentismo, Puigdemont actúa como tal. No sólo en la escena política, sino en cualquier lugar. Come, habla, duerme con el afán de irse de España. Prefiere entrar por la puerta de inmigración del aeropuerto de Barajas, en Madrid, antes que pisar la estación de Atocha en Ave (tren de alta velocidad).
De joven -no se sabe si todavía sigue igual-, Puigdemont prefería viajar de Barcelona a Bruselas y de Bruselas a Madrid, que ir directo a la capital española. Lo hacía -¿lo hace?- porque se sentía un ciudadano de otro país cuyo deber migratorio era entrar por la puerta internacional.
Esto explica su posición inflexible frente a España y sus instituciones, que, dice él, le han dado motivos para reforzar su rechazo al gobierno central. ¿Viajará desde Londres, en caso que haya próxima vez?
Rey y Gobierno
La cúpula catalana se ha chocado con el estatismo de Rajoy y el apoyo del Rey Felipe VI a este. El jefe del gobierno español ha dicho una y otra vez que nadie está por encima de la Constitución de 1978 y ni del estado de derecho. Otra vez lo han vuelto a decir –ambos- uno y dos días después de la oscura jornada electoral en Cataluña.
En una encrucijada, marcada por la inestabilidad de la monarquía y el afán por defender la unidad “indivisible” de España, el rey criticó a los jefes del independentismo, acusándolos de “deslealtad” y llamándolos a respetar las instituciones españolas, a las que pasaron por encima.
El rey, sin embargo, no hizo mención de la violencia del domingo. Esto ha generado un rechazo generalizado en Cataluña, región poco amiga de la monarquía, que lo ha comparado con Carlos III -la imagen de fondo durante su alocución-, quien estableció la obligatoriedad del castellano en toda España y prohibió la edición de libros en catalán.
Todo es independentismo. Un cuadro, una imagen, una relación se convierte en caldo de cultivo para defender u oponerse a la separación. Luego del discurso de Felipe VI, catalanes como la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, han demostrado su descontento “ninguna solución, ninguna mención a los heridos, ningún apelación al diálogo”.
Los diarios independentistas, Ara y El Nacional -La Vanguardia está en la mitad-, han calificado la intervención de “decepcionante porque la Corona ha renunciado a su papel arbitral”, hasta “cualquier acción que se realice tiene desde ahora la bendición de Felipe VI”.
En cambio, el gobierno español, silencioso pero ejecutivo, ha seguido con sus planes. ¿Cuáles? No permitir que Cataluña se independice. Fuentes consultadas por La Vanguardia han dicho que la intención de Rajoy es esperar a que se declare la independencia para activar el artículo 155 de la Constitución, que, expone el diario, no busca impedir la independencia “pero sí sus efectos”.
Para activar ese artículo, Rajoy debe contar con un consenso mínimo de los partidos políticos. Se sabe que Podemos y la mayoría de partidos regionales no lo apoyarán en la iniciativa. La duda es, entonces, cuál va a ser la posición que adoptará el Partido Socialista, tradicionalmente fuerte en Cataluña.
Mientras Madrid intenta definir su estrategia, Barcelona busca legitimar la supuesta independencia que va declarar el lunes. EL NUEVO SIGLO consultó con algunos expertos que coinciden en que la acción más posible es que haya una declaración unilateral expedida por el gobierno regional ante la “creciente” represión y el fin de la vía política.
“Declararemos la independencia 48 horas después de que se conozcan los resultados, que todavía se están escrutando", y que "esto probablemente terminará cuando tengamos los votos del extranjero a finales de semana”, explicó Puigdemont a la BBC. Esta acción parece una de las varias que tiene el gobierno catalán a la mano.
Pero Rajoy también tiene las suyas. Cuenta con el artículo 155, el Tribunal Constitucional y la iniciativa de diálogo. Quizá no esté tan marcado por el independentismo. Es gallego. Puede que, empujado, no por los guardias, sino por su instinto político, se siente a negociar con los independentistas, obstinados por su proyecto secesionista. Quizá.
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