La bolita de cuero | El Nuevo Siglo
Martes, 12 de Junio de 2012

Por fortuna hay fútbol. En todo lo que va corrido de la globalización reciente tal vez sea pegarle a una bola con los pies lo que más se ha fortalecido de lenguaje universal. Podrían, en efecto, traerse a cuento miles de circunstancias para definir la Pos-modernidad, pero ninguna toca las entrañas globales como esa palabra tan extraña: balompié.

En efecto, nada en el mundo mondo y lirondo resulta de características ecuménicas tan precisas. Al contrario, la noción de Dios, por ejemplo, tiene múltiples sentidos, pero es en la actualidad, como si viviéramos la Edad Media de antaño, que nos hemos retrogradado a guerras religiosas y teológicas con la misma carga de terror de entonces y que el ser supuestamente civilizado creía superadas por siempre jamás. Falso. No hubo en ello un lenguaje universal, sino que emergió el divisionismo. Hirsuto, temerario y permanente. La promesa de un sólo Dios cierto y colectivo, que era el sustrato implícito de las religiones milenarias, nunca pudo a hoy, cuando creemos vivir estadios superiores de la cultura, ponerse en práctica. A la viceversa, se mantiene la misma tensión vernácula, de suerte que existe en ello situaciones similares a las vividas por dos mil años.

Quedaba, entonces, la idea de un método de gobierno al que pudiera aspirarse universalmente, según se venía prediciendo desde los filósofos griegos. Y al término de la Guerra Fría, en la década de los ochenta del siglo pasado, se pensó que aquel, encarnado en la democracia, había encontrado por fin su oportunidad universal. También falso. La concepción de que el sistema democrático era el único viable para producir consensos a partir de los disensos, manteniendo las libertades y alternando el gobierno con la participación popular, ha tenido resultados inciertos desde la época. Por el contrario, híbridos como los de China y Vietnam, espejismos democráticos como el de Rusia o ciertas zonas latinoamericanas, promesas fallidas como en la "Primavera Árabe", son, entre otras, situaciones demostrativas de que en medio del autoritarismo velado o abierto tampoco se llegó a una plataforma política con base en un mínimo de principios de orden y libertad universalmente compartidos.

En cambio, podría decirse, ahí estaba la economía. Era ella, sin duda, el epicentro de la globalización. La aplicación del capital y sus excedentes sería la redención universal y el mecanismo que permitiría una equiparación mundial. Hoy, con Europa en quiebra y la anómala administración del sistema en Estados Unidos, esto es cosa del pasado, con un hálito de recia incertidumbre en lo que depare el futuro.

Frente a todo lo anterior yo proclamo al fútbol, ese fútbol in crescendo cada vez más pasmoso y electrizante en la Eurocopa o el clásico Argentina-Brasil, cada vez más inverosímil, hipnótico y sugestivo de los alcances humanos, de elemento de identificación real y sereno de la raza humana. Es el lenguaje universal, como igual sucederá en los próximos Olímpicos, que no encontramos en tantas cosas supuestamente irremplazables y definitivas. ¡Nunca, como hoy, el mundo le debió tanto a tan pocos al pegarnos a la televisión tras la bolita de cuero!