HACE algunos días conversaba con un colega acerca de una idea, o más bien de un tipo presencia, que ha acompañado a la civilización desde sus inicios, concretándose como la conocemos solo hasta hace algunos siglos antes de cristo: ¨La Biblioteca¨. Una frase que me lanzó mientras discutíamos, como si fuera una roca pesada buscando atravesar mis costillas me dejó bastante confrontado. No abarcamos el tema desde los espacios físicos y sus dinámicas sino más bien hicimos el ejercicio de ver a la biblioteca como una intención, como un propósito provisto de diversos matices y aristas que ha ido cambiando; no tanto en términos de lo que busca o representa, sino más bien, lo que se ha transformado significativa y diversamente son las formas y los mecanismos por los cuales se manifiesta al igual que los modos en que hacemos uso de ella.
La frase que me impactó apareció mientras nos preguntábamos el para qué irían las personas a la biblioteca. Luego de mencionar las respuestas comunes como hacer trabajos de universidad o colegio, aprovechar las conferencias o eventos, comprar algún libro, investigar etc, hubo un momento de silencio y a manera de síntesis me dijo: ¨yo creo que las personan han ido a la biblioteca para buscar respuestas …¨ pero después de unos segundos de mirar al suelo con la frente arrugada continuó: ¨lo triste es que parece que cada vez menos personas se preocupan por hacerse preguntas¨.
En esta época del espectáculo, del entretenimiento y de la vertiginosa inmediatez de la novedad impulsadas por las facilidades de la tecnología, y las claras limitaciones y preocupaciones económicas, sociales y educativas hacen que la posibilidad para el espacio, la energía y la motivación enfocados hacia la búsqueda como proceso reflexivo y auto confrontador se haga nadando contra corriente; suponiendo claro, que se cuente con la posibilidad de hacer la inmersión en el rio. Existe una sensación en el momento actual de nuestra sociedad en donde estamos más preocupados por conseguir distracciones que en hacernos preguntas o alcanzar respuestas. Dentro de este contexto la biblioteca ha tenido que adaptarse para sobrevivir diversificando lo que ofrece para seguir afirmando ¨aquí estoy¨.
Recuerdo una vez, mientras estaba cursando los primeros años del bachillerato, que el profesor de español nos hizo una pregunta: ¿Si pudieran cambiar un evento, cualquier evento de la historia de la humanidad que pudiera afectar su rumbo dramáticamente, cuál sería? Varios respondieron asesinatos de presidentes o líderes, la muerte de Jesús o alguna guerra, pero un personaje del salón, de esos introvertidos y callados pero muy noble y buen amigo, dejó por un momento el libro que estaba leyendo sobre el pupitre (generalmente leía en las clases en vez de poner atención. Bendito sea.) levantó la mano y respondió algo que nos sorprendió a todos, dijo: ¨La destrucción de la biblioteca de Alejandría¨. No podría describir el gesto de sorprendida gratificación del profesor mientras le preguntaba a mi compañero por qué. Él simplemente respondió: ¨Creo que todo sería diferente¨ después retomó su lectura y nosotros la clase. Teníamos alrededor de 15 años y para mí fue la mejor respuesta del día.
Desde que el ser humano ha contado con herramientas y capacidades para representar y compartir su conocimiento del mundo al igual que para explorar y expandir su propia interioridad se han encontrado formas para plasmarlo y trasmitirlo. Desde la pintura rupestre en las paredes de las cavernas, que dan cuenta tanto del pensamiento mágico de aquellos primeros humanos como de sus primeras manifestaciones estéticas o intentos de guardar alguna memoria de algún evento o personaje significativo, pasando por las tradiciones orales en distintas culturas hasta llegar el desarrollo de la escritura y de los primeros intentos de una biblioteca, todas estas manifestaciones se encuentran hiladas por un propósito común. En él se encuentran los diversos esfuerzos de nuestra especie para intentar comprender el mundo externo y cómo funciona.
Está también ese afán, esa necesidad que tenemos para no dejarnos vencer por ese terror que le tenemos a la muerte y al olvido, por eso nos perpetuamos en nuestras historias y narramos lo que fuimos, lo que somos y lo que podríamos ser. En ese propósito se busca mantener alimentada una tierra fértil para que la imaginación y el ingenio de nuevas generaciones pueda ir a nutrirse de manera que pueda descubrir nuevos caminos por recorrer, nuevas comprensiones para explorar y nuevas versiones de lo que podría significar ser humano.
En la historia de las bibliotecas se puede ver la manera en la que este propósito se ha manifestado. En una de las primeras bibliotecas antiguas, la de Ebla cerca del 2300 AC, estaba enfocada en lo administrativo, casos legales, diplomáticos, tributos etc, guardados en más de 20.000 tablillas de arcilla cuneiforme. Siglos después el rey asirio Asurbanipal, en el siglo VII AC, ordenó construir cerca de la ciudad de Nínive, junto al río Tigris, el primer edificio en función de la lectura y no solo de archivo. Dio la orden de registrar en tablillas de arcilla todos lo que se sabía dentro de todos los campos del conocimiento de la época. Los egipcios y el mundo griego y romano, al igual que en Oriente, fueron constituyendo bibliotecas a manos de sus filósofos, poetas e historiadores impulsados por emperadores o líderes afines a estas actividades. En el mundo cristiano los monasterios jugaron un rol importante en la protección del conocimiento más no en su difusión o generación de conocimiento nuevo. Luego del renacimiento y la imprenta se inició la constitución de bibliotecas reales y nacionales, principalmente en Europa y ya después de la Revolución Francesa nace el concepto de biblioteca como lo conocemos.
Un dato muy interesante es que en toda conquista lo primero que se busca destruir es la biblioteca, como si fuera una especie de símbolo, un pilar de la cultura conquistada. Algo nos está conquistando, y es tan hábil que puede dejar la biblioteca sin destruir. Puede dejarla intacta, ya que está logrando que cada vez más la dejemos de visitar y nos anestesiemos frente a su propósito.
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