LA BARCA DE CALDERÓN | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Febrero de 2013

Por William Calderón

 

Los hijos del Club Unión. Me encontré con Álvaro Leyva. Me impresionó como se refirió a los siete soldados muertos el miércoles en el Caquetá y a los tres del viernes en Bogotá. “¿Quién se acuerda de sus nombres? De seguro les darán una medallita a las madres. ¿Pero qué intereses defendían? ¿Acaso eran hijos de terratenientes? ¿Hijos de los socios del Club Unión de Medellín, o del Gun Club de Bogotá? ¿Egresados del Campestre? ¿Estudiantes de los Andes o de la Javeriana? ¿O del colegio Berchmans de Cali?”, se preguntaba Leyva.

 

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Todos en la cama o todos en el suelo. ¡Qué propone?  “En la guerra o todos en la cama o todos en el suelo”, dijo Leyva. “Es una barbaridad sostener un conflicto armado a punta de sangre de estratos uno y dos para que los estratos 5 y 6 logren ir a la zona T y G de la capital y sus similares en otras ciudades so pretexto de que se defiende la patria cuando los pelados de arriba ni siquiera sospechan qué es lo que ocurre en el país. Y más cuando se habla de diálogos de paz. Hay que parar el desangre nacional. Ponerle tatequieto a esta guerra de estratos bajos para que vivan bien los estratos ‘bien’. Porque los del otro lado, los de la guerrilla, ¿para qué hablar de ellos? ¿Acaso no son lumpen proletariado sin alma por lo que entonces cabe aplicarles la doctrina de Günther Jakobs del derecho penal del enemigo?”

 

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¿Qué propone?, le insistí. “Pues si quiere, dígalo en su columna: propongo un cese al fuego, una tregua bilateral, pero de verdad. Controlada. Con una Comisión de Verificación Internacionalizada de la tregua. Repetiría en algún grado la creada  en los acuerdos de la Uribe de 1984. Funcionó hasta que comenzó la aniquilación de la UP”.

 

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¿Pero cómo funcionó?“Hice parte de ella. En ese momento solo la integramos nacionales. Ahora propongo que se vincule personal internacional con representación de países amigos y unos nacionales. La comisión de entonces, por acuerdo mutuo, podía asesorarse de personas ajenas a ella. Se atendían quejas y reclamos, se visitaban regiones o sitios específicos a efectos de impedir enfrentamientos; y se estudiaban las rupturas de la tregua para señalar a los responsables. El Acuerdo de la Uribe indicaba un anhelo de mantener la seguridad nacional, mientras se consolidaba la paz. La Comisión logró darse su propio reglamento. El gobierno se comprometió y cumplió, dotando la Comisión de elementos de comunicación y transporte para obtener el resultado ambicionado. Se expidieron credenciales que sin duda facilitaron la labor. ¿Será mucho pedir que se haga algo similar para evitar tanta tragedia y tanta lágrima en los estratos pobres del país? Porque, en esta lucha sin cuartel, ¿de quién es el cuero que paga el pato?”

Con el enredo entre uribistas, santistas, conservadores, verdes y polos que no se ponen de acuerdo ni para comprar un remedio, ¿quién maneja eso?

“Pues todos caben. ¿Por qué no sacrificar un rato y una vanidad para ensayar un sistema que le regrese la tranquilidad al país? Gente de afuera altamente calificada con un representante de cada uno de los caprichos nacionales mencionados por usted, en Comisión, termina siendo una fórmula que apaga los rifles y los mortíferos cilindros. ¿Será mucho pedir?”