Por William Calderón
El Carnaval de Riosucio. Con una participación récord de 50.000 asistentes llegados de todas partes se efectuó una nueva edición del Carnaval de Riosucio (reconocido por el Ministerio de Cultura como patrimonio cultural, oral e inmaterial de la Nación) cuando despuntaba el 2013, en la Perla del Ingrumá, nombre que recuerda su cerro tutelar.
En este tradicional festejo, de auténticos orígenes indígenas, su personaje central y alegórico es el diablo, pero no el de connotaciones religiosas sino un fiestero y bonachón Satanás, que invita a disfrutar del jolgorio durante 5 días.
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Superaron expectativas. Según la junta directiva de la Corporación Carnaval de Riosucio, que preside el matachín Otilio Velásquez Cardona, desde el mes de octubre estaba prácticamente agotada la capacidad hotelera del municipio e incluso los hospedajes habilitados en viviendas particulares. Por ello, muchos visitantes se vieron precisados a dormir en las bancas de los parques, lo que se consideraba parte del ritual de cada dos años.
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Historia. Lo que hoy se conoce como Riosucio se encontraba dividido en dos comunidades antagonistas (San Lorenzo y Quiebralomo). Su rivalidad era tal que cada una de ellas tenía su propio parque y su propia Iglesia, hasta que los sacerdotes (José Ramón Bueno y José Bonifacio Bonafont), cansados de esta insana competencia, reunieron a todos en lo que actualmente se identifica como la Calle del Comercio, conminándolos a unirse en un solo pueblo, so pena de que el mismísimo Satanás vendría a castigar a quien incumpliera tan divina solicitud. Para celebrar la unión se llevó a cabo una fiesta en honor de los Reyes Magos, por lo cual el Carnaval siempre coincide con tales fechas. Con el tiempo éste se convirtió en una fiesta llena de alegría, humor y diversión. En el año de 1915 se adoptó la figura del diablo como la efigie de la festividad.
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El diablo monumental. La de este año fue una figura elaborada por Gonzalo Díaz Ladino, el artista riosuceño residente en Bogotá, en un derroche de ingenio y originalidad. Tiene 4,5 metros de altura, con gigantescos cuernos y movimiento de su rostro y sus ojos, que causó admiración, antes que temor. Su costo bordeó los 20 millones de pesos y se renueva cada dos años. Una réplica, más pequeña, se reserva para el día final cuando se procede al entierro del calabazo (recipiente para almacenar la ancestral chicha o guarapo) y a la quema del rey de la fiesta.
En sus años mozos, el exministro Otto Morales Benítez, ilustre hijo de Riosucio, le daba vida a la estruendosa carcajada del dicharachero Mefistófeles.
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El Carnaval de Pasto. Nota: Nuestro propósito era exaltar los dos carnavales diferentes al de Barranquilla, pero el de Riosucio acaparó todo el espacio de la tercera de estas refrescantes entregas barqueras de la semana que concluye. Dejamos para posterior oportunidad el registro histórico del Carnaval de Blancos y Negros, de Pasto, que volvió a constituirse en la representación de razas más grande de Colombia, como reza su eslogan.