Por Hernán Alejandro Olano
Especial para EL NUEVO SIGLO
La alegría del amor es el júbilo de la Iglesia, con esa expresión, el Papa Francisco la Exhortación Apostólica “Amoris Laetitia” sobre el amor en la familia, donde después de dos sínodos, se pone sobre la mesa la situación de las familias en el mundo actual, que ha requerido meditar cuestiones y discusiones doctrinales, morales, espirituales y pastorales, que no necesariamente deben ser resueltas con intervenciones magisteriales y, en cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a las tradiciones y a los desafíos locales, como ha ocurrido recientemente en países como Colombia ante una decisión jurisprudencial de la Corte Constitucional, frente a decisiones legales como las de otros Estados que han legislado acerca de temas particulares sobre el matrimonio homosexual. Esto vale la pena aclararlo, por cuanto en un Sínodo No se modifican aspectos esenciales de la fe y la moral católica y tampoco se puede variar la Doctrina eclesial y, la Exhortación publicada es fruto de dos reuniones sinodales.
Los tres remedios de Francisco: escuchoterapia, cariñoterapia y misericordina, están presentes en “Amoris Laetitia”, pues busca ofrecer una visión concreta de la situación de la familia en la sociedad moderna, con el fin de iniciar una nueva reflexión teológica y moral. Además, busca trazar la ruta de la labor pastoral que realizará la Iglesia en torno a la familia, núcleo fundamental de la sociedad, pues la Iglesia debería estar preocupada primeramente por adecuarse ella misma a Cristo, y no al mundo.
El documento se basó en los siguientes criterios:
a. Universalidad, es decir que tengan referencia y aplicación a toda la Iglesia;
b. Actualidad y urgencia, en sentido positivo, es decir eficacia en la promoción de nuevas energías y en el impulso de la Iglesia hacia el crecimiento;
c. Relevancia pastoral y sólida base doctrinaria;
d. Ejecutividad, es decir posibilidad de acción práctica.
Amoris Laetitianos muestra el gozo de la esperanza sin caer en lo que es indiscutible y nos insta a comprender la importancia de la familia, así como del matrimonio entre varón y mujer, fundado sobre la unidad y la indisolubilidad, discutiendo con franqueza el estado actual de esta institución.
Como fruto de los Sínodos sobre la familia, que crearon un escenario muy conveniente para que el derecho canónico dijera su palabra, ha habido tomas de posición desde muchas perspectivas académicas y pastorales. Pero parece necesario que, el derecho canónico vuelva a hablar. No solo para hacer balance, sino también para contribuir al conocimiento de la familia como realidad jurídica y, aunque la familia puede parecer la cuestión en la que menos debe comparecer el derecho porque es la más natural. Sin embargo sucede al revés, que por ser la más natural de las realidades sus raíces en el derecho son las más profundas y vigorosas. Y esto vale para la familia contemplada desde el derecho natural pero también para la familia contemplada en el seno de la Iglesia, para la iglesia doméstica, para que “resplandezca Cristo, luz del mundo”, como lo expresó en octubre de 2015 Francisco. Precisamente, la Alianza de Dios con su pueblo se expresa como un desposorio (cf. Ez 16,8.60; Is 62,5; Os 2,21-22), y la nueva Alianza también se presenta como un matrimonio (cf. Ap 19,7; 21,2; Ef 5,25), no obstante que Amoris Laetitia no trata sólo de asuntos matrimoniales.
Dado en Roma, en el Jubileo extraordinario de la Misericordia, con fecha 19 de marzo, Solemnidad de San José, pero dado a conocer el viernes 8 de abril, Amoris Laetitia, con nueve capítulos, 325 párrafos numerados y 391 citas, entre las cuales hay tanto documentos pastorales como documentos conciliares, encíclicas, sermones, discursos, homilías, exhortaciones apostólicas, relaciones sinodales, bulas, catequesis de los miércoles, artículos en L´Observatore Romano, normas del Código de Derecho Canónico, glosas a las citas de Pedro Lombardo, referencias a la Humanae Vitae y la Familiaris Consortio, etc., a lo cual se agregan muchas citas de la Summa Teológica de Santo Tomás de Aquino; los “Ejercicios Espirituales” de San Ignacio de Loyola; “el conocimiento de los valores” de Josef Pieper, “el amor cristiano” (L’amour chrétien ) de A. Sertillanges; de Santa Teresa de Jesús las “Últimas Conversaciones: El «Cuaderno Amarillo» de la Madre Inés”; la historia de Santo Domingo de Guzmán escrita por Jordán de Sajonia; citas de los papas San León Magno, Pío XII, San Juan Pablo II y Benedicto XVI; sumados a unos giros literarios del Pontífice, que sientan su apoyo en textos de la “Calle desconocida” de Borges; “La llama doble” de Octavio Paz, «Te quiero» en los poemas de Mario Benedetti; “El arte de amar” (The art of Loving) de Erich Fromm y, de Gabriel Marcel, Homo viator: prolégomènes à une métaphysique de l’espérance.
Como aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades, estimula a valorar los dones del matrimonio y de la familia, y a sostener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia, “en orden a mantener los pies en la tierra”, como señala Francisco, quien no recomienda una lectura general apresurada del documento.
El amor y la construcción de hogares sólidos y fecundos según el plan de Dios es el eje sobre el cual giran los nueve capítulos:
A la luz de la palabra. Siguiendo aspectos de la liturgia nupcial judía, y del encuentro matrimonial que sana la soledad, surgen la generación y la familia, no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor, que da fruto a través de los hijos, a quienes llama “brotes del olivo”.
La familia, como la sede de la catequesis de los hijos, tiene en los padres el deber de cumplir con seriedad su misión educadora, para orientarlos en su propio camino de vida. Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera y Él, en la Palabra de Dios encontró una compañera de viaje, como también esa Palabra lo debe ser también para las familias que están en crisis o en medio de algún dolor para lograr la meta del camino. La actividad generativa y educativa es un reflejo de la obra creadora de Dios
Los padres con su trabajo, hacen posible al mismo tiempo el desarrollo de la sociedad, el sostenimiento de la familia y también su estabilidad y su fecundidad; sin embargo, en muchas familias, la desocupación y la precariedad laboral se transformen en sufrimiento, en el mismo de la sociedad que está viviendo trágicamente así en muchos países, y esta ausencia de fuentes de trabajo afecta de diferentes maneras a la serenidad de las familias en su cotidianeidad, hecha de cansancios y hasta de pesadillas.
Y, siguiendo la línea de “Laudato Si”, no podemos olvidar la degeneración que el pecado introduce en la sociedad cuando el ser humano se comporta como tirano ante la naturaleza, devastándola, usándola de modo egoísta y hasta brutal, cuyas consecuencias son al mismo tiempo la desertificación del suelo y los desequilibrios económicos y sociales.
Realidad y desafíos de las familias
El bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia ante sus dificultades y desafíos actuales como el “considerar el creciente peligro que representa un individualismo exasperado que desvirtúa los vínculos familiares y acaba por considerar a cada componente de la familia como una isla, haciendo que prevalezca, en ciertos casos, la idea de un sujeto que se construye según sus propios deseos asumidos con carácter absoluto”, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse.
Las familias no se sostienen “solamente insistiendo sobre cuestiones doctrinales, bioéticas y morales, sin motivar la apertura a la gracia”, pues con frecuencia se quiere presentar el matrimonio de tal manera que su fin unitivo quede opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación, aunque la mayor parte de la gente valora las relaciones familiares que quieren permanecer en el tiempo y que aseguran el respeto al otro.
El Papa hace un mea culpa en la pastoral matrimonial, al decir que: “Tampoco hemos hecho un buen acompañamiento de los nuevos matrimonios en sus primeros años, con propuestas que se adapten a sus horarios, a sus lenguajes, a sus inquietudes más concretas. Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo lo contrario”.
Se critica la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva a otra, pues muchos creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente, siguiendo una acción descartable, donde cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja mientras sirva. Después, ¡adiós! El narcisismo vuelve a las personas incapaces de mirar más allá de sí mismas, de sus deseos y necesidades. Pero quien utiliza a los demás tarde o temprano termina siendo utilizado, manipulado y abandonado con la misma lógica. Y, en cuanto al abandono, éste no sólo se nota en los jóvenes, sino hasta en ancianos que buscan una especie de «autonomía», y rechazan el ideal de envejecer juntos cuidándose y sosteniéndose. Así mismo, existe una cultura tal que empuja a muchos jóvenes a no poder formar una familia porque están privados de oportunidades de futuro. Sin embargo, esa misma cultura concede a muchos otros, por el contrario, tantas oportunidades, que también ellos se ven disuadidos de formar una familia, con generosidad, compromiso, amor, e incluso de heroísmo, frente al descenso demográfico, debido a una mentalidad antinatalista y promovido por las políticas mundiales de salud reproductiva.
Coherente con la política de muchos estados, Amoris Laetitia señala que “la falta de una vivienda digna o adecuada suele llevar a postergar la formalización de una relación. Hay que recordar que «la familia tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar y proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano, que ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad”. Familia y hogar, lugar de encuentro, reflexión y acogida, escuela de misericordia frente a dramáticas angustias cuando, frente a la enfermedad de un ser querido, no se tiene acceso a servicios adecuados de salud, o cuando se prolonga el tiempo sin acceder a un empleo digno, o hay coerciones económicas que excluyen el acceso de la familia a la educación, la vida cultural y la vida social activa como formas de exclusión social y laboral. “Las jornadas de trabajo son largas y, a menudo, agravadas por largos tiempos de desplazamiento. Esto no ayuda a los miembros de la familia a encontrarse entre ellos y con los hijos, a fin de alimentar cotidianamente sus relaciones”. Los Padres también dedicaron especial atención a las familias de las personas con discapacidad y proveerá asistencia y cuidados, compañía y afecto, donde también se ha de respetar a los ancianos, q quienes rodea de cariño y los considera una bendición.
También nos habla de otros desafíos dentro de la familia, como la miseria, la drogodependencia, la ruptura, la orfandad, la desorientación de los adolescentes, la violencia familiar y la agresividad social, escuela de resentimiento y odio en las relaciones humanas básicas y algunas otras actitudes hostiles entre las que se encuentra la violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios, sumado muchas veces a la ausencia física, afectiva, cognitiva y espiritual del varón, que priva a los niños de un modelo apropiado de conducta paterna.
Otro desafío surge de diversas formas de una ideología, genéricamente llamada gender, que “niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo”.
En resumen, ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad y tampoco la práctica de la poligamia o de los matrimonios combinados, que solo buscan la deconstrucción jurídica de la familia que tiende a adoptar formas basadas casi exclusivamente en el paradigma de la autonomía de la voluntad
La mirada puesta en Jesús: Vocación en la familia.
El tercer capítulo está dedicado a algunos elementos esenciales de la enseñanza de la Iglesia acerca del matrimonio y la familia, tanto en documentos conciliares, como en su propia sacramentalidad, pues no es una convención social, un rito vacío o el mero signo externo de un compromiso, sino un don para la santificación y la salvación de los esposos, fruto de un discernimiento vocacional.
Se menciona que el Derecho canónico también reconoce la validez de algunos matrimonios (definidos como “íntima comunidad conyugal de vida y amor”) que se celebran sin un ministro ordenado, en los que también hay que tener presente el bien de los cónyuges (bonum coniugum). Y, frente a situaciones difíciles y familias heridas, siempre es necesario recordar un principio general: “Los pastores, por amor a la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones” y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición.
Algunos comentaristas han pasado de largo este capítulo, sin detenerse en que la familia es el santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada, constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la vida es negada y destrozada y, de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano. Del mismo modo, la Iglesia no sólo siente la urgencia de afirmar el derecho a la muerte natural, evitando el ensañamiento terapéutico y la eutanasia», sino también “rechaza con firmeza la pena de muerte”.
La Iglesia es familia de familias, constantemente enriquecida por la vida de todas las iglesias domésticas y, el amor vivido en las familias es una fuerza constante para la vida de la Iglesia. Por lo tanto, “en virtud del sacramento del matrimonio cada familia se convierte, a todos los efectos, en un bien para la Iglesia”.
El amor en el matrimonio
Se detiene Francisco en precisar el sentido de las expresiones de 1 Co 13,4-7: Paciencia, actitud de servicio, sanar las envidias, Sin hacer alarde ni agrandarse, amabilidad, desprendimiento, sin violencia interior, perdón, alegrarse con los demás, disculpa todo, confiar, esperar y soportar todo.
Tener paciencia no es dejar que nos maltraten continuamente, o tolerar agresiones físicas, o permitir que nos traten como objetos. El servicio hace parte del amor, como decía san Ignacio de Loyola, «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras». Envidia significa que en el amor no hay lugar para sentir malestar por el bien de otro. Alardear es cuando algunos se creen grandes porque saben más que los demás, y se dedican a exigirles y a controlarlos, cuando en realidad lo que nos hace grandes es el amor que comprende, cuida, protege al débil. Amabilidad quiere indicar que el amor no obra con rudeza, no actúa de modo descortés, no es duro en el trato. Sus modos, sus palabras, sus gestos, son agradables y no ásperos ni rígidos. Desprendimiento es no buscar el propio interés sino el bien del otro. Sin violencia interior busca combatir la agresividad íntima, que no sirve para nada; sólo nos enferma y termina aislándonos: la indignación es sana cuando nos lleva a reaccionar ante una grave injusticia, pero es dañina cuando tiende a impregnar todas nuestras actitudes ante los otros. Perdón es no ser rencoroso, con el riesgo de volverse crueles ante cualquier error ajeno. “La justa reivindicación de los propios derechos, se convierte en una persistente y constante sed de venganza más que en una sana defensa de la propia dignidad”. Alegrarse es manifestar complacencia con el bien del otro, cuando se reconoce su dignidad, cuando se valoran sus capacidades y sus buenas obras. Disculpar es cuando el amor es capaz de hacerle frente a cualquier cosa que pueda amenazarlo. Confiar al mismo tiempo, hace posible la sinceridad y la transparencia, porque cuando uno sabe que los demás confían en él y valoran la bondad básica de su ser, entonces sí se muestra tal cual es, sin ocultamientos. Esperar implica aceptar que algunas cosas no sucedan como uno desea, sino que quizás Dios escriba derecho con las líneas torcidas de una persona y saque algún bien de los males que ella no logre superar en esta tierra. Soportar es mantenerse firme en medio de un ambiente hostil. No consiste sólo en tolerar algunas cosas molestas, sino en algo más amplio: una resistencia dinámica y constante, capaz de superar cualquier desafío.
En la vida conyugal también hace falta la caridad, la vida en común, gozar de la alegría y la belleza y casarse por amor. “Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio”, para compartir dos caminos en un único camino.
También está el diálogo, que es darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que necesitaba y desarrollar el hábito de dar importancia real al otro. Así mismo, Amplitud mental, para no encerrarse con obsesión en unas pocas ideas, y flexibilidad para poder modificar o completar las propias opiniones.
Deseos, sentimientos, emociones, eso que los clásicos llamaban «pasiones», tienen un lugar importante en el matrimonio. Se producen cuando «otro» se hace presente y se manifiesta en la propia vida. Lo que es bueno o malo es el acto que uno realice movido o acompañado por una pasión. Pero si los sentimientos son promovidos, buscados y, a causa de ellos, cometemos malas acciones, el mal está en la decisión de alimentarlos y en los actos malos que se sigan. “La madurez llega a una familia cuando la vida emotiva de sus miembros se transforma en una sensibilidad que no domina ni oscurece las grandes opciones y los valores sino que sigue a su libertad, brota de ella, la enriquece, la embellece y la hace más armoniosa para bien de todos”. Esto requiere un camino pedagógico, un proceso que incluye renuncias.
Todo esto lleva al Santo Padre a hablar de la vida sexual del matrimonio, justo en la mitad del documento, # 150, lo mismo que a la violencia y manipulación de la sexualidad, al igual que sobre la virginidad, que tiene el valor simbólico del amor que no necesita poseer al otro. Cierra con una reflexión sobre el celibato y el compromiso del amor hacia un proyecto común estable, en el cual todos estén comprometidos a amarse y a vivir unidos “hasta que la muerte nos separe”, y vivir siempre una rica intimidad.
El amor se vuelve fecundo
La familia es el ámbito no sólo de la generación sino de la acogida de la vida. Sin embargo, «numerosos niños desde el inicio son rechazados, abandonados, les roban su infancia y su futuro. Alguno se atreve a decir, casi para justificarse, que fue un error hacer que vinieran al mundo. Si un niño llega al mundo en circunstancias no deseadas, los padres, u otros miembros de la familia, deben hacer todo lo posible por aceptarlo como don de Dios y por asumir la responsabilidad de acogerlo con apertura y cariño.
Las familias numerosas son una alegría para la Iglesia, donde el amor expresa su fecundidad generosa de los esposos que usan su libertad inviolable de modo sabio y responsable, teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia situación y sus deseos legítimos.
Francisco hace con afecto un llamado a cada mujer embarazada: “Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo. Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte”.
Y, a los esposos que no pueden tener hijos, les sugiere la adopción como camino para realizar la maternidad y la paternidad de una manera muy generosa.
Luego nos habla de la “familia en grande”: ser hijos, los ancianos, ser hermanos y tener un corazón grande, para integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los solteros, separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida «incluso los más desastrosos en las conductas de su vida».
Algunas perspectivas pastorales
En primer lugar, el capítulo se centra en el anuncio del Evangelio y la capacitación pastoral, particularmente en el camino prolongado de preparación al matrimonio desde el noviazgo para vivir con mucha hondura la celebración litúrgica, pues a veces, los novios no perciben el peso teológico y espiritual del consentimiento, que ilumina el significado de todos los gestos posteriores.
“La preparación próxima al matrimonio tiende a concentrarse en las invitaciones, la vestimenta, la fiesta y los innumerables detalles que consumen tanto el presupuesto como las energías y la alegría. Los novios llegan agobiados y agotados al casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos. Esta mentalidad se refleja también en algunas uniones de hecho que nunca llegan al casamiento porque piensan en festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al amor mutuo y a su formalización ante los demás. Queridos novios: «Tened la valentía de ser diferentes, no os dejéis devorar por la sociedad del consumo y de la apariencia. Lo que importa es el amor que os une, fortalecido y santificado por la gracia. Vosotros sois capaces de optar por un festejo austero y sencillo, para colocar el amor por encima de todo». Los agentes de pastoral y la comunidad entera pueden ayudar a que esta prioridad se convierta en lo normal y no en la excepción”.
Se sugiere también acompañar los primeros años de la vida matrimonial y Francisco recuerda un refrán que decía que el agua estancada se corrompe, se echa a perder. Es lo que pasa cuando esa vida del amor en los primeros años del matrimonio se estanca, deja de estar en movimiento, deja de tener esa inquietud que la empuja hacia delante. La danza hacia adelante con ese amor joven, la danza con esos ojos asombrados hacia la esperanza, no debe detenerse.
Para todo esto, se sugieren algunos recursos como la presencia de esposos con experiencia en la pastoral familiar en las parroquias para atender las “urgencias familiares” con reuniones de matrimonios vecinos o amigos, retiros breves para matrimonios, charlas de especialistas sobre problemáticas muy concretas de la vida familiar, centros de asesoramiento matrimonial, agentes misioneros orientados a conversar con los matrimonios sobre sus dificultades y anhelos, consultorías sobre diferentes situaciones familiares (adicciones, infidelidad, violencia familiar), espacios de espiritualidad, talleres de formación para padres con hijos problemáticos, asambleas familiares.
Así mismo, se deben iluminar las crisis, las angustias y las dificultades, estando presentes y creando espacios para comunicarse de corazón a corazón en las crisis “que suelen ocurrir en todos los matrimonios, como la crisis de los comienzos, cuando hay que aprender a compatibilizar las diferencias y desprenderse de los padres; o la crisis de la llegada del hijo, con sus nuevos desafíos emocionales; la crisis de la crianza, que cambia los hábitos del matrimonio; la crisis de la adolescencia del hijo, que exige muchas energías, desestabiliza a los padres y a veces los enfrenta entre sí; la crisis del «nido vacío», que obliga a la pareja a mirarse nuevamente a sí misma; la crisis que se origina en la vejez de los padres de los cónyuges, que reclaman más presencia, cuidados y decisiones difíciles. Son situaciones exigentes, que provocan miedos, sentimientos de culpa, depresiones o cansancios que pueden afectar gravemente a la unión”.
Tampoco hay que revivir viejas heridas y, buscar, ante separaciones, rupturas y divorcios. “Hay que acoger y valorar especialmente el dolor de quienes han sufrido injustamente la separación, el divorcio o el abandono, o bien, se han visto obligados a romper la convivencia por los maltratos del cónyuge”.
A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial.
En cuanto a los procesos de nulidad # 244, su lentitud procedimental irrita y cansa a la gente. Recalca acerca de la preparación de un número suficiente de personal, integrado por clérigos y laicos, que se dedique de modo prioritario a este servicio eclesial. Por lo tanto, será, necesario poner a disposición de las personas separadas o de las parejas en crisis un servicio de información, consejo y mediación, vinculado a la pastoral familiar, que también podrá acoger a las personas en vista de la investigación preliminar del proceso matrimonial.
Y, por encima de todas las consideraciones que quieran hacerse, en una ruptura, los hijos ellos son la primera preocupación, que no debe ser opacada por cualquier otro interés u objetivo. Ante situaciones complejas como los matrimonios mixtos, Francisco señala que requieren una atención específica. “Los matrimonios entre católicos y otros bautizados “presentan, aun en su particular fisonomía, numerosos elementos que es necesario valorar y desarrollar, tanto por su valor intrínseco, como por la aportación que pueden dar al movimiento ecuménico”. A tal fin, “se debe buscar [...] una colaboración cordial entre el ministro católico y el no católico, desde el tiempo de la preparación al matrimonio y a la boda”.
Otro desafío de la vida familiar es la muerte y abandonar a una familia cuando la lastima una muerte sería una falta de misericordia, perder una oportunidad pastoral, y esa actitud puede cerrarnos las puertas para cualquier otra acción evangelizadora: “En algún momento del duelo hay que ayudar a descubrir que quienes hemos perdido un ser querido todavía tenemos una misión que cumplir, y que no nos hace bien querer prolongar el sufrimiento, como si eso fuera un homenaje. La persona amada no necesita nuestro sufrimiento ni le resulta halagador que arruinemos nuestras vidas. Tampoco es la mejor expresión de amor recordarla y nombrarla a cada rato, porque es estar pendientes de un pasado que ya no existe, en lugar de amar a ese ser real que ahora está en el más allá. Su presencia física ya no es posible, pero si la muerte es algo potente… El amor tiene una intuición que le permite escuchar sin sonidos y ver en lo invisible. Eso no es imaginar al ser querido tal como era, sino poder aceptarlo transformado, como es ahora…”. Si aceptamos la muerte podemos prepararnos para ella.
Fortalecer la educación de los hijos
Aquí, Amoris Laetitia nos habla de la educación de los hijos: su formación ética, el valor de la sanción como estímulo, el paciente realismo, la educación sexual, la transmisión de la fe, y más en general, la vida familiar como contexto educativo.
La familia no puede renunciar a ser lugar de sostén, de acompañamiento, de guía, pero la obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo: “Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá, no lo preparará para enfrentar los desafíos. Lo que interesa sobre todo es generar en el hijo, con mucho amor, procesos de maduración de su libertad, de capacitación, de crecimiento integral, de cultivo de la auténtica autonomía. Sólo así ese hijo tendrá en sí mismo los elementos que necesita para saber defenderse y para actuar con inteligencia y astucia en circunstancias difíciles”.
También señala cómo debe ser la formación ética de los hijos. “Aunque los padres necesitan de la escuela para asegurar una instrucción básica de sus hijos, nunca pueden delegar completamente su formación moral. El desarrollo afectivo y ético de una persona requiere de una experiencia fundamental: creer que los propios padres son dignos de confianza”.
La tarea de los padres incluye una educación de la voluntad y un desarrollo de hábitos buenos e inclinaciones afectivas a favor del bien. Una formación ética eficaz implica mostrarle a la persona hasta qué punto le conviene a ella misma obrar bien.
Asimismo, es indispensable sensibilizar al niño o al adolescente para que advierta que las malas acciones tienen consecuencias. Sin actuar motivados por la ira, “la corrección es un estímulo cuando también se valoran y se reconocen los esfuerzos y cuando el hijo descubre que sus padres mantienen viva una paciente confianza. Un niño corregido con amor se siente tenido en cuenta, percibe que es alguien, advierte que sus padres reconocen sus posibilidades. Esto no requiere que los padres sean inmaculados, sino que sepan reconocer con humildad sus límites y muestren sus propios esfuerzos para ser mejores”.
Nos habla también del paciente realismo de la moral y de la familia como primera escuela de los valores humanos, en la que se aprende el buen uso de la libertad. Nuestros vecinos también son motivo de reflexión, puesto que “vivimos junto a otros, con otros, que son dignos de nuestra atención, de nuestra amabilidad, de nuestro afecto. No hay lazo social sin esta primera dimensión cotidiana, casi microscópica: el estar juntos en la vecindad, cruzándonos en distintos momentos del día, preocupándonos por lo que a todos nos afecta, socorriéndonos mutuamente en las pequeñas cosas cotidianas. La familia tiene que inventar todos los días nuevas formas de promover el reconocimiento mutuo”.
Sobre el buen uso del medio ambiente, en el hogar también se pueden replantear los hábitos de consumo para cuidar juntos la casa común.
Igualmente, los momentos difíciles y duros de la vida familiar pueden ser muy educativos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando llega una enfermedad que hace crecer la fuerza de los vínculos familiares.
Nos indica también que el encuentro educativo entre padres e hijos puede ser facilitado o perjudicado por las tecnologías de la comunicación y la distracción, cada vez más sofisticadas. Cuando son bien utilizadas pueden ser útiles para conectar a los miembros de la familia a pesar de la distancia. “P ero debe quedar claro que no sustituyen ni reemplazan la necesidad del diálogo más personal y profundo que requiere del contacto físico, o al menos de la voz de la otra persona. Sabemos que a veces estos recursos alejan en lugar de acercar, como cuando en la hora de la comida cada uno está concentrado en su teléfono móvil, o como cuando uno de los cónyuges se queda dormido esperando al otro, que pasa horas entretenido con algún dispositivo electrónico. En la familia, también esto debe ser motivo de diálogo y de acuerdos, que permitan dar prioridad al encuentro de sus miembros sin caer en prohibiciones irracionales”.
La positiva y prudente educación sexual, que cuide un sano pudor, con un sí a ella, es motivo de siete puntos dentro de la Exhortación Apostólica. Es difícil pensar la educación sexual en una época en que la sexualidad tiende a banalizarse y a empobrecerse. Sólo podría entenderse en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua…. “La educación sexual brinda información, pero sin olvidar que los niños y los jóvenes no han alcanzado una madurez plena. La información debe llegar en el momento apropiado y de una manera adecuada a la etapa que viven. No sirve saturarlos de datos sin el desarrollo de un sentido crítico ante una invasión de propuestas, ante la pornografía descontrolada y la sobrecarga de estímulos que pueden mutilar la sexualidad”.
Hace una crítica a que con frecuencia la educación sexual se concentra en la invitación a “cuidarse”, procurando un “sexo seguro”. Esta expresión transmite una actitud negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse.
En lo que se refiere a lo masculino y a lo femenino, el Pontífice dice que en algunos lugares ciertas concepciones inadecuadas siguen condicionando la legítima libertad y mutilando el auténtico desarrollo de la identidad concreta de los hijos o de sus potencialidades.
Finalmente, la educación de los hijos debe estar marcada por un camino de transmisión de la fe, que se dificulta por el estilo de vida actual, por los horarios de trabajo, por la complejidad del mundo de hoy donde muchos llevan un ritmo frenético para poder sobrevivir. Sin embargo, el hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo y vivir los sacramentos, e incluso la solidaridad con los pobres, la apertura a la diversidad de las personas, la custodia de la creación, la solidaridad moral y material hacia las otras familias, sobre todo hacia las más necesitadas, el compromiso con la promoción del bien común, incluso mediante la transformación de las estructuras sociales injustas, a partir del territorio en el cual la familia vive, practicando las obras de misericordia corporal y espiritual.
Acompañar, discernir e integrar la fragilidad.
La Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra la voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus hijos»; a menudo, la tarea de la Iglesia se asemeja a la de un hospital de campaña. En cualquier circunstancia, ante quienes tengan dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la via caritatis, la vía de la caridad fraterna como primera ley de los cristianos.
El matrimonio se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que “se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida”, y en fermento de vida nueva para la sociedad. Otras formas de unión (como las uniones maritales de hecho o la unión entre parejas del mismo sexo), contradicen radicalmente este ideal. Llama también la atención que muchos jóvenes hoy desconfíen del matrimonio y convivan, postergando indefinidamente el compromiso conyugal, mientras otros ponen fin al compromiso asumido y de inmediato instauran uno nuevo.
Agrega la Exhortación Apostólica, que: “La simple convivencia a menudo se elige a causa de la mentalidad general contraria a las instituciones y a los compromisos definitivos, pero también porque se espera adquirir una mayor seguridad existencial (trabajo y salario fijo). En otros países, por último, las uniones de hecho son muy numerosas, no sólo por el rechazo de los valores de la familia y del matrimonio, sino sobre todo por el hecho de que casarse se considera un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material impulsa a vivir uniones de hecho».”
Acerca de los divorciados en nueva unión, por ejemplo, éstos pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral, pues hay casos en los que se da una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos, con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir en conciencia que se cae en nuevas culpas. También está el caso de los que han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y sufrieron un abandono injusto, o el de «los que han contraído una segunda unión en vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no había sido nunca válido»; Otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares.
Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral, para que no sólo sepan que pertenecen al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, sino que puedan tener una experiencia feliz y fecunda. Los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al Señor. No siempre encontrarán en ellos una confirmación de sus propias ideas o deseos, pero seguramente recibirán una luz que les permita comprender mejor lo que les sucede y podrán descubrir un camino de maduración personal.
La participación de los divorciados en la Iglesia puede expresarse en diferentes servicios, por ello, es necesario discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional para que puedan ser superadas. Los divorciados “no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre, los cuida con afecto y los anima en el camino de la vida y del Evangelio. Esta integración es también necesaria para el cuidado y la educación cristiana de sus hijos, que deben ser considerados los más importantes”.
Los presbíteros tienen la tarea de «acompañar a las personas interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento. Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al matrimonio, etc.
Y señala Francisco que un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de la Iglesia «para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas». Esto significa, que la Iglesia no sólo es de los justos y de los santos, sino de los pobres de espíritu y de los pecadores en busca de perdón.
Espiritualidad matrimonial y familiar.
Aquí se describen algunas notas fundamentales de esta espiritualidad específica que se desarrolla en el dinamismo de las relaciones de la vida familiar y, particularmente del matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona La familia “ha sido siempre el “hospital” más cercano”; la familia, donde se realiza un “pastoreo misericordioso”, acoge y sale hacia los demás y es al mismo tiempo una iglesia doméstica y una célula vital para transformar el mundo.
Concluye Francisco con una bella oración a la Sagrada Familia de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas, para que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón y división; y para que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado. Esto, porque el primer debate de la Iglesia y lo que pide el Santo Padre, no es distribuir condenas o anatemas, sino proclamar la misericordia de Dios, que llama a la conversión y conduce a la salvación.
Los verdaderos defensores de la Doctrina no son quienes defienden la letra, sino el espíritu; no las ideas, sino el hombre; no las fórmulas, sino la gratuidad del amor de Dios y su perdón y, por ello, el desafío de Amoris Laetitia es anunciar el Evangelio al hombre de hoy, defendiendo a la familia de todo ataque ideológico o individualista.
Por eso, “todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante” sin desfallecer.
El caso particular en Colombia
En Colombia existe un sistema plural de legislaciones vigentes y de autoridades competentes para la celebración o para la anulación del matrimonio; en primer lugar, jueces de familia y notarios; para los católicos los tribunales diocesanos eclesiásticos y para las iglesias cristianas no católica con convenio de derecho público interno los jueces de su estructura eclesial. En consecuencia, la elección de la ley aplicable al estatuto personal está, en el territorio colombiano, regido por la ley y a discreción de los individuos que intervienen en la toma de una decisión libre y responsable al tenor del artículo 42 Constitucional.
Expresiones y hechos como el aborto, la reproducción asistida, la adopción por parejas homosexuales y su unión patrimonial marital, el genoma humano, etc., deben ser tratados de una forma adecuada, donde se incluyan los valores de la comunidad y se promueva la incorporación de una legislación para los mismos, que sea ajustada y coherente, de tal manera que no se abuse de la misma, y que no pueda ser usada para proteger instituciones que no pertenecen a la naturaleza humana, o que pueden llegar a atentar contra los derechos básicos de quienes respetan el parecer de que el matrimonio sea única y exclusivamente entre un hombre y una mujer.
En este sentido, los poderes públicos, y en especial el legislativo, tienen la tarea de hacer acatar este principio y a su vez la diferencia, promoviendo los mecanismos para que las personas que puedan llegar a sufrir discriminaciones en algún sentido, hagan valer sus derechos como garantía a los principios fundantes del Estado Social de Derecho; sin embargo, el Estado tiene la necesidad de reconocer estos fenómenos actuales, pensando en el bienestar de las generaciones presentes y futuras, pero también, en la estabilidad del matrimonio entre un hombre y una mujer. Aunque en este sentido, la sociedad en general no puede ser ajena a una realidad que se presenta en su interior, como es la convivencia de las parejas del mismo sexo, que por no poseer regulación propia para precisar los efectos patrimoniales generados por la misma, tienen que acudir a figuras jurídicas inapropiadas o simplemente adaptarse a las decisiones que por vía judicial sean tomadas para estos casos. Es lo que ocurre con el denominado <<Contrato de Unión Solemne>, que surge en Colombia con ocasión del mandato imperativo de una Sentencia de la Corte Constitucional C-577 de 2011, supuestamente expedida para “eliminar el déficit de protección que, según los términos de esta sentencia, afecta a las mencionadas parejas” y que incluyó el mandato imperativo de que “Si el 20 de junio de 2013 el Congreso de la República no ha expedido la legislación correspondiente, las parejas del mismo sexo podrán acudir ante notario o juez competente a formalizar y solemnizar su vínculo contractual”. Lógicamente, el Congreso no acató la orden de esta sentencia exhortativa y eso llevó a que sin distinguir lo que es equidad frente a la igualdad, la Corte Constitucional tomara una decisión inacertada el 7 de abril de 2016, cuyo contenido aún no se ha elaborado, puesto que tres de los nueve magistrados salvaron su voto frente a seis que suplantaron al Congreso de la República en su competencia legislativa sobre la materia, como lo impone la Constitución.
Después de Argentina, México y Uruguay, que lo regularon legalmente, Colombia, por vía pretoriana ha dispuesto a través de una sentencia de unificación por vía de tutela, los jueces civiles municipales y los notarios presencien la celebración de contratos civiles de unión solemne entre parejas homosexuales, imponiendo una ideología, más que garantizando un derecho fundamental para los colombianos, atentando la Corte con su descriterio a la sociedad, a la cual está homogeneizando, no obstante la existencia de disposiciones constitucionales claras sobre el particular.
La solución, como yo lo plantee hace tiempo, estaba en regular patrimonialmente la unión contractual, sin que se confundiera con un vínculo sacramental, que afecta la dignidad y la conciencia de casi la mayoría de colombianos. El politólogo Iván Garzón, citando a John Rawls, recuerda que éste, junto con otros académicos pidieron de manera pública a la Corte Suprema de Justicia norteamericana que asumiera una postura liberal sobre el suicidio asistido. “Sin embargo, el mismo Rawls defendió luego el argumento de la cautela, que consiste en que los jueces deben dejarle al proceso político y a los estados federados la resolución de las cuestiones divisivas de la sociedad mientras se van decantando mejor las posiciones y se va consolidando un mayor consenso en torno a las mismas”. Si bien, el fallo de 2011 le indicaba por nuestra Corte Constitucional una exhortación al Congreso, cuando un asunto es rechazado por la mayoría de colombianos, la Corte debería adoptar el argumento de cautela y someter decisiones como ésta al procedimiento señalado por el artículo 377 Superior.