El nuevo gabinete británico, tras la posesión de la nueva primera ministra Theresa May, no podía tener una composición diferente a la que finalmente tuvo. Era lo obvio.
Sin embargo, los europeístas, aun nostálgicos de la derrota, han salido a ladrar precisamente por la designación de Boris Johnson como canciller y negociador de la salida británica de la Unión Europea (Brexit) ante Bruselas.
Analistas y académicos, cada vez más involucrados en política, han asegurado que Johnson, pese a ser el último y reciente alcalde de Londres, no tiene experiencia, además de sugerir que, en la misma línea de las últimas semanas, es una “amenaza” para las autoridades europeas.
¿Y qué querían? ¿Un dirigente dócil y vergonzante?
Se olvidan, sin embargo, de que el Brexit obtuvo una contundente victoria por más de un millón de votos, donde justamente Johnson fue una de las figuras estelares. Y por supuesto no podía el partido de gobierno integrar un equipo ministerial diferente al mandato dado en las urnas.
La votación conservadora, representando una proporción importante del partido Tory, fue la causa de que el Brexit ganara. Y mal se haría, por supuesto, en dar la espalda al electorado. Que, no obstante, es la actitud de muchos que no han logrado digerir los resultados y quisieran revertir el hecho político más importante de las últimas décadas en el continente.
Johnson, ciertamente, no es un dirigente común y corriente. De hecho, su cabellera oxigenada un poco al estilo del “Pibe” Valderrama, aunque desordenada y lavada a lo vikingo, puede ser ya una marca registrada dentro de la política británica.
Por lo demás, el nuevo canciller es un hombre de múltiples facetas, difícil de encuadrar dentro de la flema y las costumbres del Reino Unido. Puede ser en la mañana un paracaidista; al mediodía, un rudo jugador de rugby; en la tarde, un orador de prosa incisiva; y en la noche, dedicarse a escribir un libro sobre Winston Churchill, su emblema histórico, como en efecto lo escribió en uno de los mejores ensayos biográficos de los últimos tiempos mientras ejercía la alcaldía.
Y eso, seguramente, es lo que saca de quicio a muchos, quienes lo ven impredecible y poco ajustado a los intereses de la City, de los periódicos, o de quienes están pendientes de revalorizar sus fortunas luego de la devaluación de la libra esterlina en medio de la salida de la Unión Europea.
Se da, pues, en Johnson uno de esos casos que se suceden de vez en cuando, en la política inglesa, donde un conservador se vuelve el arquetipo del antiestablecimiento. Como sucedió, precisamente, con Churchill que casi en solitario fue el aguafiestas del pacifismo que predicaba la gran mayoría del conservatismo, en cabeza del premier Neville Chamberalin, y que salió estruendosamente derrotado cuando Hitler invadió a Polonia.
En sus justas proporciones, y con otro tema, fue justamente lo que sucedió con el Brexit. El partido de gobierno, encabezado por David Cameron, se lanzó al referendo a favor de quedarse en la Unión Europea, respaldado en una buena mayoría conservadora. Pero su amigo de escuela y universidad, Boris Johnson, le puso el tatequieto y la liebre salió por donde menos se pensaba. Lo mismo que le ocurrió a Chamberlain con Churchill.
De modo que será Johnson quien deba negociar los términos de la salida británica de la Unión Europa. Pudo él mismo ser el primer ministro pero cedió el paso a May, fruto entre otras de las traiciones que sufrió Johnson dentro de los contingentes conservadores del Brexit. Lo mínimo, por descontado, era que accediera a la Cancillería y ahora, podrían decir sus adversarios, al que no quiere caldo se le dan dos tazas.
Las autoridades europeas, por su parte, andan nerviosas y arrabiadas, como afirmarían los italianos. Tendrá Johnson que dar cuenta de toda su habilidad para que, en efecto, el caso sea una salida británica y no la expulsión que muchos aparentemente, y por sus declaraciones, quieren de las negociaciones con la isla.
Pero el tratado de Portugal permite, a los efectos, conversaciones de dos años. Término, precisamente, que las autoridades de Bruselas quieren reducir a cosa de meses. Y que darán un viraje a Europa, tal y como hoy es vista, y particularmente a la Gran Bretaña, cuya promesa es recuperar la autonomía en condiciones favorables para su pueblo.
Ello es lo que le cabe a Johnson, el nuevo “Pibe” del gabinete británico. Y cuyo reto principal será dejar sus rabiosos adversarios con “los crespos hechos”. O de lo contrario tornar su cabellera lavada en una especie de “Boris Valderrama”. De resto: todo bien… todo bien.