Los elogios van y vienen para James Rodríguez, figura de la Selección Colombia y del Real Madrid, equipo en el que la ausencia del ‘10’ se sintió, como lo confirman las cifras dadas a conocer tras su regreso.
“James Rodríguez es oro puro. De 13 quilates, que son los tantos que lleva hasta el momento, o de 12, que son las asistencias de gol que ha dado. Unas cifras de 10 para el nuevo 10 blanco. Registros que podrían ser mucho mejores de no haber estado dos meses fuera de combate por lesión”, escribió Marca en su edición de ayer.
Y añadió que “pero el mérito de James va mucho más allá de las buenas estadísticas que colecciona. Su gran éxito es haber superado el peso de los 80 millones de euros que costó. El colombiano llegó con el runrún del descomunal precio que pagó el Madrid prácticamente sin pestañear. Cogió el dinero de Di María e invirtió hasta el último euro que ingresó del United por el argentino en una de las sensaciones del Mundial. Allí, la perla del Mónaco fue Bota de Oro y terminó de cautivar a los dirigentes del club blanco”.
“El nuevo chico de oro del Real Madrid está brillando en su primera temporada de blanco y su regreso triunfal tras la lesión no ha hecho más que confirmar que hay efecto James. El 10 está de sobresaliente”, concluyó.
El chico de Ibagué
Por otro lado, de cara a lo que será la Copa América, AFP hizo una semblanza del estelar volante nacido en Cúcuta y llegado a Ibagué, donde dio sus primeros pasos en el fútbol y recuerda como en la capital del Tolima, todos coinciden en algo: era un niño obsesionado por el fútbol y los videojuegos.
También recuerda como en la polvorienta cancha rodeada de palmeras ‘19 de Octubre’, en el barrio del Jordán, un centenar de chicos de la Academia Tolimense de Fútbol (ATF) sube y baja las gradas corriendo, sudando por la humedad y el calor, como hacía James a los nueve años.
Yul Calderón, el primer técnico del actual delantero de 23 años, les recuerda que su ídolo comenzó en ese mismo lugar.
James llegó a la popular ATF de la mano de su padrastro y mentor, Juan Carlos Restrepo. Antes había intentado inscribirlo en la escuela de fútbol del pudiente Club Campestre de Ibagué, pero sólo era para socios.
Visión periférica, elegancia para jugar. Buenos pases, tiros a media distancia. Calderón vio su potencial rápidamente. No se equivocó: años después, la academia ganó el torneo Pony Fútbol, clave para el futuro de James.
Ese triunfo le valió el fichaje, a los 12 años, del club colombiano de primera división Envigado FC, trampolín para su carrera internacional en el argentino Banfield, el Porto, el AS Mónaco y, finalmente, el Real Madrid, el equipo de sus sueños ya desde la videoconsola.
“¿El vicio de James? Todo el mundo lo sabe: los videojuegos, desde niño”, cuenta su compañero del ATF, Alberto Beto Bustos.
En el barrio Arkaparaíso de Ibagué, en la casa donde vivía James, hoy hay una farmacia. Una vecina aún recuerda a su abuela cruzando apresurada la calle quejándose porque el niño se había vuelto a escapar a jugar fútbol en la plaza. Era una pasión.
No fue fácil
James tuvo siempre mentalidad de jugador profesional, según su amigo Beto. Cuenta que tras los partidos se aplicaba chorros de agua a las piernas para mejorar la recuperación, pese a que su cuerpo no lo necesitaba.
Y afirma que en sus ratos libres practicaba con su padrastro en verdes campos baldíos en la periferia de Ibagué, llenos ahora de edificios.
Ese apoyo familiar fue determinante para James, que creció en un entorno no ajeno a la violencia.
Betomenciona a Damián, un compañero referente para ellos y cuyas fotos destacan en la oficina de Calderón, que murió junto a su madre durante un asalto en Ibagué, meses antes de la partida de James a Envigado.
“No fue fácil lo de James, ni fue de la noche a la mañana, ni de aquí salió al Real Madrid. Todo fue conseguido a punta de trabajo”, agrega.
En Ibagué, todavía vive, pero en una zona acomodada, la adorada abuela de James. En esa ciudad a unos 190 km al noroeste de Bogotá, las escuelas de fútbol han aumentado exponencialmente y se ven carteles gigantes de agradecimiento al futbolista.
Allí, la madre del astro, Pilar Rubio, dirige la fundación Colombia Somos Todos, que ofrece a menores vulnerables talleres educativos, apoyo nutricional y clases de fútbol en canchas sintéticas rodeadas de bananos y verdes colinas.
“James es ejemplo de perseverancia y de que con disciplina todo se puede”, asegura Adriana Pulido, cuyo hijo juega en la academia de Calderón.
Por ahora, como todos los colombianos, confía en que James vuelva a marcar la diferencia en la Copa América de junio en Chile, próximo reto de la selección cafetera después del exitoso Mundial Brasil-2014.