
Grandes incertidumbres constituyen el aderezo esencial e inicial para este año nuevo 2025. Hay inestabilidades en varios ámbitos incluyendo aquellos de sangrientas confrontaciones armadas, ya se trate de Rusia-Ucrania, el polvorín de Oriente Medio -Gaza, Jordania, Cisjordania, Siria, Turquía- o bien los más silenciosos, pero no menos lacerantes casos propios de Nagorno-Karabaj, Sudán, o más recientemente los conflictos al este de la República del Congo.
Difícil establecer pronóstico cuando los factores principales no siguen, ni mucho menos, una ruta predecible de comportamiento. En eso influyen los problemas internos, por ejemplo, que desvelan a Europa, la ola de movimientos del extremo conservador muy arraigados en rancios nacionalismos, un nuevo gobierno en la Casa Blanca, las pugnas dentro de las principales economías de Latinoamérica y el Caribe.
Como parte de esta dinámica, se tiene un evidente crecimiento desigual entre las principales economías locomotoras de producción mundial. Tal y como lo documenta el investigador Marco Pont, haciéndose eco de publicaciones de diversos organismos internacionales, en los pasados 20 años, los países más industrializados (G-7) crecieron tan sólo un 1.7% anual, India a 6.9%, la economía china a 8.1%. Estados Unidos -esto no se pregona como parte de las estridencias de Washington- mostró un aumento de producción de casi 2.2% promedio anual en las pasadas dos décadas.
Con base en estos datos, en la dinámica del comercio internacional y de la expansión de sus intereses, China evidencia ir copando los espacios que va dejando la tendencia al aislacionismo de Estados Unidos. Esto es particularmente visible en función de la infraestructura física de varios continentes -incluyendo Latinoamérica- además de la mayor agresividad tecnológica y comercial.
Aparte de estas consideraciones económicas mundiales, el año pasado, 2024, dejó datos importantes en términos de participación política. Se estima que, durante ese año, aproximadamente 1,600 millones de personas estuvieron llamadas a las urnas. Es posible advertir, tal y como lo presentan los casos europeos y de Estados Unidos, que dos fuerzas movieron al electorado: el miedo y la rabia.
Se pudo observar que predominó el voto castigo. Por lo general perdieron las agrupaciones que hacían gobierno. La adversidad sistemáticamente fue dirigida con contundencia hacia las agrupaciones que detentaban el poder.
Véanse en ese sentido, las derrotas de los demócratas en Estados Unidos, los macronistas en Francia, los conservadores en Londres, los grupos de izquierda que encabezaban Portugal. En algunos casos, los grupos en el poder resistieron, pero salieron bastante golpeados, ganaron a pesar grandes desgastes. Estos últimos casos se hicieron presentes en Sudáfrica, Japón, o bien la India. Sí, retuvieron el poder, pero las condiciones resultantes los dejaron como agrupaciones débiles.
Los cambios políticos que ahora vemos se ven afectados también por la desconfianza hacia las instituciones socio-políticas tradicionales, una de cuyas finalidades era el reforzamiento de procesos democráticos. Un elemento vital en este sentido es la participación informada, con criterio, por parte de los electores.
En medio de ese entramado, los partidos políticos se van convirtiendo en muchos casos, en agencias electorales, algunos de ellos conservando la franquicia de movimientos internacionales. Pero es evidente. La mercantilización de la política ha corrido vertiginosamente imponiéndose en muchos ámbitos particulares entre los cuales está la comunicación social, la formación de la opinión pública, el moldear las grandes perspectivas con base en las cuales se mueven grandes y representativos grupos sociales.
Articulados con estos componentes se encuentras dos hechos que parecen fundamentales.
Por una parte, la irrupción de las redes sociales. Hoy en día, se tienen mecanismos que propician una mayor democratización de medios, pero los contenidos no tienen filtros. Esto contrasta con las revisión y corroboraciones que hacen los diarios o los medios de comunicación social tradicionales.
Se ha perdido con mucho, la cultura del kiosko, donde se puede acceder a revistas, diarios, publicaciones periódicas de análisis. Al respecto, una obra que a recomendar es: “De la Estupidez a la Locura: Crónicas para el Futuro que nos Espera o Cómo Vivir en un Mundo Sin Rumbo” (2016) obra póstuma del escritor y analista Umberto Eco (1932-2016).
Por otra parte, un supuesto fundamental de la democracia que se tiende a perder en mayor o menor grado dependiendo de los países que se observan, es que los partidos políticos no son instancias de intermediación social, de representación de los ciudadanos de a pie. Las personas en general no se sienten representadas por los partidos políticos.
Como se ha mencionado, estas instancias o agrupaciones se terminan representando a sí mismas, con el componente financiero, mercantilizado, como algo esencial de su accionar. Todo ello prevaleciendo sobre planteamientos o propuestas de manejo de los recursos públicos, de la administración de entidades de Estado.
En la actualidad, en muchos de los principales países, los hombres y las empresas más poderosas y globalizadas, se han hecho con el control directo de los organismos del Estado -Ejecutivo, Legislativo, Judicial-. Han financiado campañas que se basan en emotividad más que en planteamientos y diálogos pensados. Son poderes globales que detentan agendas políticas con impacto público vigente. Son intereses privados que, al parecer, escapan a la gestión de gobiernos que se precian de tener mayores conformaciones democráticas.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario.