Desde 2014, la estabilidad de la globalización, las organizaciones multilaterales y el liberalismo están en juego. Aunque no es claro el panorama, hay varios indicios que muestran que las dos potencias, China y Estados Unidos, empiezan a girar hacia un orden político, económico y cultural que rompe la teoría de equilibrio de poder y, por ende, con las reglas comúnmente aceptadas
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EL ASESOR de casi todos los presidentes norteamericanos, Henry Kissinger, por el que se dice que Deng Xiaoping abrió la economía china al capitalismo, entendía el orden mundial como un “conjunto de reglas comúnmente aceptadas y un equilibrio de poder que impone restricciones”. Este paradigma, que dominó gran parte del Siglo XX y este siglo, y luego derivó en un mundo liberal y unipolar, parece ir lentamente desapareciendo.
Para algunos el mundo ya no se entiende desde la óptica de Kissinger. La “guerra fría” entre China y Estados Unidos -término usado por medios y expertos, aunque rechazado por varios- no sólo se ha convertido en una obsesión de consultores y académicos, sino en una realidad que se ha acelerado en las últimas semanas. El jueves pasado, Xi Jingping, rodeado de los secretarios del Partido Comunistas en una Beijing enmascarada, decretó la Ley de Seguridad China, que viola la autonomía de Hong Kong concedida desde 1997. Un día después, Donald Trump terminó las relaciones con esta ciudad semiautónoma, por tratarse del fin del principio de 'un país, dos sistemas’, y prohibió la entrada su país de ciudadanos chinos que representen una amenaza a la seguridad nacional.
Viene de antes
Hay que ser claros desde un principio: la tensión entre las dos potencias, obviamente, viene desde antes del coronavirus; la pandemia ha sido uno de muchos factores en disputa. Y el derrumbamiento del orden mundial liberal, también. Todo comenzó en 2014, y no por China. Ese año, Rusia anexionó a la región de Crimea ilegalmente y rompió todas las reglas bajo el cual estaba sustentado el sistema internacional. Inaugurado el rompimiento, empezó el proceso de debacle con el aislacionismo promovido por Trump, el Brexit y la reelección indefinida de Xi Jinping y Vladimir Putin.
El mundo, desde entonces, ha dado señales que va camino a ser otro. En un análisis detallado del cambio del orden mundial, Robert Blackwill y Thomas Wright han escrito “El fin del Orden Mundial y la política exterior de Estados Unidos”. Para los autores que dirigen el Council on Foreign Relations, “el mundo se ha alejado de un estándar Kissingeriano de orden mundial, en el que las naciones trabajan dentro del mismo conjunto de restricciones y aspiran a cumplir el mismo conjunto de reglas, hacia un modelo en el que muchos países eligen sus propios caminos hacia el orden, sin mucha referencia a las opiniones de los demás”.
No se trata de un orden mundial que se manifiesta en la simple desconfianza. Diez años atrás, Barack Obama y Hu Jintao tuvieron diferencias por la falta de confianza, pero cooperaron frente al cambio climático y el comercio. El orden mundial que se vislumbra se acerca a la definición que hace dos años Trump presentó en la Asamblea General de la ONU, cuando aseguró que se abría paso al “patriotismo”, que en resumidas cuentas es el “propio camino” que Blackwill y Wright definen como elemento central de las aspiraciones de las potencias, sin mucho interés en la cooperación.
Decir que el mundo ya ha entrado plenamente en este nuevo orden es adelantado. No deja de ser difícil pensar un mundo que no esté interconectado. Esa ha sido la esencia de la globalización y el multilateralismo, que ha permitido el mayor nivel de intercambio de bienes y servicios de la historia, y la creación de instituciones globales que se hacen o pretenden intervenir en problemas nacionales, regionales y mundiales. Sin China y Estados Unidos, la globalización hubiese sido un sueño encubado en la cabeza de Theodore Levitt, el profesor que le dio rienda suelta a ese concepto.
Esta interdependencia, sin embargo, al menos las relaciones sinoamericanas, va camino a ser limitada, afectando el comercio y la gobernanza global. Hay que dimensionar lo que esto significa. En términos nominales, dice The Economist, el comercio entre Estados Unidos y China es de $ 2 mil millones por día, mientras que el comercio soviético-estadounidense a fines de la década de 1980 era de $ 2 mil millones al año. Estas cifras muestran que, de limitarse el comercio bilateral, el mundo va camino a una trasformación total en los medios de producción, la prestación de servicios, la naturaleza de la educación, las reglas y prácticas del comercio internacional, el carácter de los problemas energéticos y medioambientales.
¿Qué orden?
Antes de hablar del orden mundial que empieza a construirse, es válido plantear qué se entiende por éste. Se trata, según Blackwill y Wright, de “un entendimiento compartido entre las principales potencias para limitar el potencial de confrontación grave”. Hasta hace un tiempo, el orden estaba constituido bajo los principios impuestos por Washington, que, como dicen los profesores de la Universidad de Columbia, Alexander Cooley y Daniel Nexon, es ahora “poco probable que los regímenes de todo el mundo, para bien o para mal, simplemente acepten el tipo de orden liberal que Estados Unidos promovió en los años 90 y 2000”.
Así ha sucedido con China desde 2001. En aquel entonces, cuando entró a la Organización Mundial del Comercio, emprendió un camino de producción de riqueza con tasas de crecimiento por encima del 10% en varios años, que lo llevaron a competirle en cierta igualdad de condiciones a Estados Unidos. Para un sector grande en Washington, que incluye varios Demócratas, China llegó a semejantes niveles de crecimiento atrayendo un vasto capital norteamericano a su territorio y rompiendo las reglas bajos las cuales estaba regulado el comercio internacional. Medios norteamericanos estiman que China le ha robado desde ese año propiedad intelectual de compañías de Estados Unidos por alrededor de US$1 billón.
Fortalecida China a nivel económico, aunque enfrentada a una desaceleración en los últimos cinco años, este parece un año visagra que eventualmente va comenzar el cambio del orden mundial. Indiscutiblemente, es imposible saber qué tipo de orden puede surgir de esta reacomodación de las potencias. No se lo imaginó el mundo en la posteridad de la Primera Guerra Mundial, cuando Europa empezaba a ver el decaimiento de su poder económico, imperial y política. Ahora, menos.
Existen algunos indicios que sugieren algunas similitudes con el orden mundial que rigió el siglo XIX. El orden de Westfalia, que era gobernado por los principios de equilibrio de poder, soberanía nacional y esferas de influencia, parece un modelo que puede servir de marco para saber cómo va ser ese nuevo orden. En oposición a los valores liberales de promoción de las instituciones multilaterales, la democracia y los derechos humanos, este naciente orden puede llevar a una priorización del Estado Nación y las regiones por encima de la globalización. China y Rusia, y parece que los Estados Unidos de Trump, son cercanos a este modelo.
Las disputas
En la posteridad de la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética y Estados Unidos crearon un orden mundial asentado en la división entre el comunismo y el capitalismo. La carrera por lograr más producción de riqueza y progreso social estuvo guiada por la manifestación del poder cultural y tecnológico, que marcó a generaciones enteras bajo la sombra de la carrera nuclear. Hoy el panorama no se le parece, en casi nada.
Las nuevas tecnologías basadas en inteligencia artificial y ciencias biológicas, así como las redes sociales y el Internet dominan hoy el aparato cultural y tecnológico que enfrenta a China con Estados Unidos. El dominio de la tecnología e información va a determinar la forma en que las personas se relacionan en sus trabajos y relaciones familiares. Esto, por supuesto, aunado a los choques económicos y geopolíticos, cada vez más frecuentes en zonas de influencias, especialmente en Asia, que son determinados bajo un mismo modelo económico, el capitalismo.
Desde años antes de ser nombrado como el único líder capaz de emular a Mao Zedong en su tiempo en el gobierno, Xi Jinping decía que “la superioridad de nuestro sistema se demostrará plenamente a través de un brillo futuro”. Afianzado en su modelo de partido único y economía capitalista, el líder chino cree en el potencial tecnológico de Huawei, Alibaba y Tenceneta, compañías capaces de avanzar en la implementación del 5G y perfeccionar la inteligencia artificial a través de una red de usuarios de internet de 800 millones de usuarios.
Según The Economist, “China tiene el mayor mercado de pagos en línea. Su equipo se exporta a todo el mundo. Tiene la supercomputadora más rápida. Está construyendo el centro de investigación de computación cuántica más lujoso del mundo. Su próximo sistema de navegación por satélite competirá con el GPS de Estados Unidos para 2020”. La carrera, sin duda, es por el dominio tecnológico.
La producción de tecnología, que guía parte esencial del nuevo mundo bipolar, coincide con elementos esenciales en la cadena de suministro como las medicinas. National Review, una revista conservadora, estima que el 95 por ciento del ibuprofeno, el 91 por ciento de la hidrocortisona y el 80 por ciento de todos los antibióticos que se venden en Estados Unidos vienen de China.
Vista como la fábrica del mundo, China enfrenta un Estados Unidos menos dispuesto a comprar sus productos y permitir que sus empresas tengan de base su territorio. Para lograr este giro, Trump le ha apostado desde 2016 a la exención de impuestos y otras ventajas tributarias con el fin de que regrese el capital norteamericano, acelerando el aislacionismo de Estados Unidos, que lleva tres años construyendo un modelo económico claramente proteccionista.
Necesariamente, hay que preguntarse si este modelo, en caso de que Joe Biden gane las elecciones presidenciales, va seguir vigente. No sería raro que ante el deterioro manifiesto de las relaciones con China, se opte por limitar las relaciones con el gigante asiático. Eso sí, parece difícil que el candidato demócrata abandone el multilateralismo y la globalización, así que podría defender una globalización más limitada, que traería, evidentemente, otros cambios por los efectos que dejará la pandemia.
Son treinta años de liberalismo, multilateralismo y globalización. Las dos potencias que gobiernan el mundo, Estados Unidos y China, han entrado en un espiral que amenaza la estabilidad del orden mundial que vino después de la caída del Muro de Berlín. Como explica el profesor Shi, de la Universidad de Renmin, en Beijing, ahora la normalidad será una “confrontación estratégica que se reducirá, pero las tensiones políticas e ideológicas se están calentando deliberadamente”.
*MPhill en Estudios Latinoamericanos de Universidad de Oxford (en curso).