Mañana se cumplirá exactamente un año desde que las tropas de combate estadounidenses y de otros países de Occidente comenzaron su retirada de Afganistán, lo que llevó a que los talibanes regresaran al poder el 15 de agosto de 2021.
Fueron dos décadas de ocupación que comenzaron con la deposición del régimen islámico, acusado de cobijar a Al Qaeda, autor de los atentados del 11 de septiembre de 2011 contra las Torres Gemelas de Nueva York.
Con expectativa y cautela, hace 12 meses el mundo vio los aviones partir de suelo afgano con miles de efectivos de diferentes nacionalidades, con la incertidumbre de lo que podría pasar. El mundo también presenció con angustia a miles de afganos colgando de los aviones aparcados en el aeropuerto de Kabul para huir del régimen talibán.
Hace un año la pregunta central, de todas las que se desprendieron de la evacuación occidental, fue una: ¿Ante qué futuro queda adscrito el país?
Hoy una cosa es clara: de acuerdo con analistas expertos en el tema, desde el 15 de agosto del año pasado la violencia disminuyó, pero la crisis humanitaria se ha agravado rápidamente. Eso, sumado a un retroceso notorio en la aplicación de los derechos de las mujeres y la falta de ayuda humanitaria, plantea un gran interrogante sobre este país. ¿Cómo comenzó el deterioro?
Los talibanes se toman Kabul
Cuando Estados Unidos y sus aliados comenzaron a retirar sus fuerzas, los talibanes lanzaron una ofensiva final para retomar el control del país que gobernaron entre 1996 y 2001 y avanzando agosto los islamistas aceleraron su campaña y se tomaron una serie de ciudades en una arremetida de 10 días por todo el país que concluyó con la caída de Kabul (capital), el 15 de agosto de 2021.
El entonces presidente, Ashraf Ghani (29 de septiembre de 2014-15 de agosto de 2021) huyó a Abu Dabi y admitió a secas: "Los talibanes ganaron". De manera paralela Washington congeló unos siete mil millones de dólares en reservas afganas en bancos estadounidenses y los donantes suspendieron o redujeron fuertemente su ayuda al país.
El 26 de agosto un atacante suicida se hizo estallar entre la multitud en los alrededores del aeropuerto de Kabul, dejando más de 100 muertos, incluidos 13 soldados estadounidenses, acción que fue reivindicada por el Estado Islámico (capítulo de Afganistán y Pakistán), rival de los talibanes.
Cuatro días más tarde, los talibanes celebraron la partida de los últimos soldados americanos y aliados que dejaron el país, el 30 de agosto.
El aspecto religioso y de género
A partir de ese momento, varios hechos han sido clave para entender la dinámica talibán 2.0., sobre todo en uno de los aspectos que más preocupación generaba por parte de la comunidad internacional: el religioso.
Aunque los talibanes aseguraron que dejarían atrás sus métodos represivos, el nuevo gobierno interino que se conformó estuvo integrado por figuras de la línea dura en todos los puestos y sin mujeres. Así mismo, reinstalaron el ministerio de la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio para reimponer su interpretación austera del Islam.
En marzo las niñas fueron vetadas de las escuelas secundarias (horas después de que se efectuara la reapertura de las instituciones educativas) y los islamistas ordenaron a los empleados del gobierno dejarse la barba. Ese mismo mes, las mujeres y niñas recibieron órdenes de usar el hijab y cubrir sus rostros en público.
En ese momento del año, además, la policía religiosa estableció que las mujeres debían permanecer en casa, medida que afectó a las presentadoras de televisión y que desató críticas internacionales. A las mujeres, además, se les prohibió hacer viajes de larga distancia sin compañía masculina, se les vetó el acceso a numerosos empleos públicos, recibieron recortes salariales, fueron las primeras en ser despedidas de empresas privadas en dificultades, especialmente de aquellas que no pudieron garantizar la segregación por sexos en el lugar de trabajo, como exigen los talibanes.
Estas transformaciones han sido vistas con buenos ojos por los talibanes, “contentos de que los infieles se hayan ido” del país. “Yo soy militar y puedo decir que ningún afgano es asesinado ahora, lo que quiere decir que todo el mundo está seguro”, afirmó Mohammad Waleed, de 30 años, guardia en una mezquita chiíta de Kabul. Hoy por hoy el único lamento de los combatientes talibanes, y así lo manifestaron en las vísperas de este primer aniversario, es que el gobierno no haya sido reconocido en la escena internacional.
Mujeres se sostienen pese al régimen
Sin lugar a dudas y ante los cambios que en cortos 12 meses ya volvieron a asentarse en la idiosincrasia afgana, las mujeres son las que más han sufrido el regreso de los talibanes al poder. No obstante, en las grandes ciudades afganas como Kabul, Herat o Kandahar, hay historias de mujeres que han tratado, por todos los medios posibles, de mantener sus hogares a flote.
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"En estos tiempos difíciles, mi trabajo me ha hecho afortunada", explicó durante la semana a la AFP Shafari Shapari, una panadera de 40 años. "Mi marido está sin empleo y se queda en casa. Yo soy capaz de alimentar a mis hijos", añade.
Rozina Sherzad, de 19 años, es una de las pocas mujeres periodistas que pudo continuar trabajando a pesar de las restricciones crecientes impuestas a la profesión. "Mi familia está conmigo. Si mi familia estuviera en contra de mi trabajo, no creo que la vida continuara teniendo ningún sentido en Afganistán", señala.
Vale referir que, incluso antes del regreso de los talibanes al poder, Afganistán era un país profundamente conservador y patriarcal, y los progresos en materia de derechos de las mujeres en las dos décadas de intervención extranjera se limitaron esencialmente a las ciudades.
A principios de año, la policía religiosa ordenó a las mujeres cubrirse completamente en público, incluido el rostro.
Paralelamente a los cambios religiosos, en octubre del año pasado unas explosiones arrasaron una mezquita chiíta en Kandahar durante las oraciones de viernes que dejaron 60 muertos, en el que se constituyó el ataque más mortal desde la salida de aviones de las fuerzas extranjeras.
Este atentado fue reivindicado por el capítulo afgano del Estado Islámico y ocurrió una semana después de otra explosión suicida en una mezquita chiíta en la ciudad norteña de Kunduz y que dejó decenas de muertos. Esta también fue atribuida a yihadistas.
Reconocimiento internacional
En busca de reconocimiento internacional y de fondos para su país, los talibanes se reunieron en enero de este año con la comunidad europea en Oslo, su primera visita a Europa desde que tomaron el poder, la cual estuvo centrada sobre todo en la crisis humanitaria que atraviesa el país. Ellos la denominaron como un "éxito en sí misma".
"El hecho de que hayamos venido a Noruega es un éxito en sí mismo porque hemos compartido el escenario internacional", dijo el ministro de Relaciones Exteriores, Amir Khan Muttaqi, director de la delegación.
"De estos encuentros, estamos seguros de que obtendremos un apoyo en los sectores humanitario, sanitario y educativo en Afganistán", comentó en su momento, aunque son pocos los aspectos frente a los cuales se han visto avances.
Ayuda humanitaria interrumpida
Pese al optimismo de comienzos de año, aunque los problemas económicos empezaron mucho antes del regreso talibán, el cambio de poder colocó al país de 38 millones de habitantes al borde del precipicio.
Estados Unidos congeló los 9.500 millones de dólares de activos del banco central, el sector financiero se hundió y la ayuda extranjera, que representaba el 45% del PIB del país, se interrumpió repentinamente.
"¿Cómo aportar ayuda a un país del que no reconoces su gobierno?", apuntó Roxanna Shapour, de Afghanistan Analysts Network (AAN).
La ayuda humanitaria ante crisis como el terremoto de junio, que mató a más de 1.000 personas y dejó a decenas de miles sin hogar, es simple porque se trata de una ayuda "apolítica, es una ayuda vital", explica.
También se han enviado fondos en avión para financiar la ayuda alimentaria y la atención sanitaria. Pero la ayuda para proyectos a largo plazo es más compleja.
Por último, el broche de este año surgió el pasado 2 de agosto, cuando el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció la muerte del líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri, supuesto autor intelectual de los ataques del 11 de septiembre de 2001, en un ataque con drones a su guarida en Kabul. Los talibanes condenaron el ataque pero no confirmaron la muerte de Zawahiri./AFP-ENS