Con 1.400 millones de bocas que alimentar, la seguridad alimentaria es un asunto crucial en China, país que a principios de los años 1960 sufrió una hambruna que dejó decenas de millones de víctimas.
El auge económico del gigante asiático se vio acompañado desde entonces por una explosión de la producción y de las importaciones agrícolas, y los banquetes pantagruélicos se convirtieron en la norma en algunos círculos.
Hasta tal punto que el presidente Xi Jinping tildó a mediados de agosto de "sorprendente y preocupante" el despilfarro de sus compatriotas. "Pese a las buenas cosechas que nuestro país recolecta cada año, es necesario mantener una percepción de crisis en materia de seguridad alimentaria", advirtió. Esta afirmación suscitó interrogantes.
Primer importador
Las inundaciones estivales destruyeron este año inmensas superficies de tierras arables en la cuenca del Yangtsé, el granero de arroz del país.
A principios de año, la crisis del Covid-19 desestabilizó las cadenas de aprovisionamiento. Antes, una epidemia de fiebre porcina africana había devastado el ganado nacional y duplicó el precio del cerdo, la carne más consumida en el país.
A esto se añaden problemas de fondo: la urbanización galopante, que destruye las tierras cultivables, el éxodo rural, que deja al campo sin mano de obra.
Para alimentar a la mayor población del planeta, China se convirtió en el primer importador mundial de productos alimentarios.
Pero en los últimos tiempos, sus relaciones se deterioraron gravemente con tres de sus principales proveedores: Australia, Canadá y Estados Unidos. Y el gobierno chino adoptó sanciones contra algunas importaciones agrícolas de estos tres países, aunque en enero se comprometió a aumentar sus compras de productos estadounidenses.
Por ahora, el régimen comunista afirma que todo va bien respecto a la oferta.
"Algunos empiezan a preguntarse si habrá una escasez este año... en realidad, no hay motivos para preocuparse", sostuvo la Academia china de Ciencias Sociales en un informe.
Pero el mismo organismo público advertía además que "el déficit alimentario" del país aumentaría en los próximos años, a menos que se adopten reformas agrícolas.
A largo plazo, China debe proteger sus tierras del apetito de los promotores inmobiliarios y mejorar la situación de sus campesinos para convencerlos de seguir cultivando, observa el investigador Li Guoxiang, del Instituto de Desarrollo Rural de la academia.
Según los medios, los agricultores que apuestan por un alza de los precios acumulan existencias, agravando de esta manera los desequilibrios del mercado.
De ahí la necesidad de reducir el derroche, y el consumo, en un país donde la obesidad, antes desconocida, se ha más que triplicado entre 2004 y 2014.
Con la cantidad de comida que tira cada año, China podría alimentar a su vecino surcoreano.
Como durante el apogeo del maoísmo, la palabra del presidente Xi bastó para genera un sinfín de iniciativas más o menos bien planteadas, como la de un restaurante de Changsha que invitó a sus comensales a pesarse antes de pedir un menú adaptado a su eventual sobrepeso.
Otros establecimientos imponen una "fianza" a sus clientes, que solo se devuelve si estos dejan bien limpios sus platos.
Medios locales registraron esta semana una pelea en un café de Shanghái, entre dos clientes, uno de los cuales había dejado su sándwich casi intacto antes de irse del lugar.
Pero al igual que otras campañas políticas, esta podría tener "menos impacto de lo que generalmente se cree", apunta la analista Rosa Wang, de la consultora agrícola JCI China en Shanghái.
Según ella, el Covid-19 tuvo como efecto una reducción del consumo: confinadas en sus casas, muchas personas descubrieron la cocina frugal a domicilio, a expensas de las comidas en los restaurantes.
Como se recordará el nuevo coronavirus surgió en la ciudad china de Wuhan y según datos de la Universidad Johns Hopkins, uno de los mayores referentes al seguimiento del Covid-19, el país registra a la fecha 89.779 casos y 4.712 decesos.