Ya no ocupa, como lo hacía antes, los titulares recurrentes de la gran prensa internacional. Pero la tragedia, aunque sin las cotas por demás dantescas e insostenibles del desamparo, no cesa totalmente en Siria.
Con base en un estudio de la BBC de Londres es posible resumir que, como mínimo, estamos hablando de 410.000 muertos desde aquel aciago abril de 2011 cuando comenzó el enfrentamiento interno. La guerra ha obligado a huir a casi la mitad de la población de los centros afectados; la Organización de Naciones Unidas sostiene que “se condenó a la extrema pobreza a seis de cada diez sirios”. Se agrega que “el conflicto le ha robado sus años de juventud a toda una generación que no ha podido estudiar, ni desarrollar en un trabajo, ni formar una familia”.
En medio de toda esta lacerante desgracia, es de reconocer que el problema sirio rebasa los fundamentos básicos y repercusiones socio-políticas de lo que podríamos llamar conflictos normales. El caso sirio no sólo involucra componentes de legitimidad en cuanto al uso de fuerza internacional, de eficacia de logros al evaluar resultados, sino que también conlleva la creación de precedentes respecto a la forma de responder al uso de armas químicas. Es decir, el castigo a esta práctica, así como las implicaciones que se tienen con otras naciones que participan en operaciones armadas. Se tienen profundas implicaciones geoestratégicas en la región del Medio Oriente.
Uno de los primeros aspectos que surge es la condición de legitimidad. Desde ya ha se ha planteado el enredo -que algunos lo ven análogo- a lo ocurrido con Iraq, en el sentido de que Estados Unidos ha decidido actuar sin los informes ni la aprobación de la Organización de Naciones Unidas.
En todo este escenario, Estados Unidos no se mostró reticente a intervenir, aunque sí errático con la gestión de Trump. Algunos incluso lo señalan de indeciso, pero la evidencia demostraría que en Washington, como es casi normal es estos casos, prevalece la preocupación por la legitimidad interna. No debe perderse de vista, en todo caso, la relación, por demás complicada, de la Administración Biden con los republicanos en general y con los “trumpistas” en particular.
Muchas de las dificultades y de contradicciones se sustentan en que Estados Unidos insiste en jugar el papel de la “potencia indispensable”. En lo externo, Washington representa la única superpotencia militar, algo que también pasa factura y gravita en los bolsillos de los ciudadanos de ese país; se trata de un presupuesto de 780 mil millones de dólares, casi 88 millones de dólares por hora, 24 horas, 7 días a la semana.
En términos de los organismos internacionales, uno de los aspectos que pone de relieve el caso sirio, como ha sido el de otras eventualidades, es una prueba de la eficacia de Naciones Unidas. Esto se relaciona con los entresijos en la toma de sus decisiones y muy especialmente la fácil parálisis en la cual puede caer el organismo internacional.
Es de ver con más detalle. No obstante tener una Asamblea General, en lo fundamental, el poder real en la toma de decisiones reside en el Consejo de Seguridad. Empero y más específicamente, dentro de esta instancia, quienes tienen la decisión clave, son los cinco miembros permanentes con derecho a veto: China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia. Si uno de ellos simplemente veta una resolución, la misma se ve bloqueada y, por tanto, no puede ser operativa.
Basta que uno de los cinco se oponga, para que se empantane cualquier iniciativa, independientemente de que tenga el aval de todos los otros miembros permanentes y aún del total del resto de integrantes del Consejo de Seguridad.
En el caso de Siria, ha sido evidente que China y Rusia se opondrían a un castigo bélico que hiciera pagar al régimen de Bashar Al-Asad por el uso de armas químicas contra el pueblo y la oposición política; esta última plantándole cara al gobierno sirio desde abril de 2011. De allí que la parálisis de Naciones Unidas en casos como este -u otros como Ruanda en 1994, Bosnia-Herzegovina en 1998, o Kosovo en 1999- sea un escenario casi automático de alcanzar, cuando los consensos no son factibles.
Otro rasgo fundamental, Siria se inserta en un escenario de delicado equilibrio regional, situación que parece ser cada vez más precaria. Allí no sólo coexisten minorías –sunitas, chiitas, drusos, cristianos y alawitas- sino que es reiterado el llamado internacional a que detrás de Al-Asad podría estar también Hezbola, el Partido de Dios.
El temor es que sobrepasar ciertos límites puede generar un conflicto que fácilmente desborde a un país y se trague a la región entera, de allí que Israel ve con intensa preocupación una respuesta siria más allá de las fronteras.
Con base en lo anterior se tiene un formidable laberinto en donde las salidas eficaces, las soluciones rápidas pueden contrastar con problemas más de fondo y con luchas más prolongadas. Es claro que Washington no ignora esto. Del lado europeo, no es de esperarse algo contundente. El Viejo Continente se encuentra enredado en sus propios problemas de legitimidad.
Más allá de la situación política opera también el componente económico de una crisis cuya solución debe pasar, en particular, por los resultados de las próximas elecciones francesas.
No sólo son los problemas europeos. Para requerimientos de defensa es para lo cual Estados Unidos tiene un poderío incuestionable; aunque esta situación general pueda ser desafiada en guerras irregulares, como lo prueba la situación, de Afganistán y de las luchas de minorías internas en el Irak post-Hussein.
Incluso las salidas coyunturales no son tan accesibles para Siria, aunque la situación ha disminuido, se repite, en cuanto a gravedad. Persisten componentes más de fondo. Es evidente que el haber podido alcanzar ya la formación de un escenario estable -incluida Palestina- en Medio Oriente ahora sería de gran ayuda como amortiguador general en la región. Hasta ahora se lamenta que no exista una condena generalizada y contundente por el uso de armas químicas.
Esa condena y castigos, incluyendo las armas nucleares sería lo mínimo. Pero muchas veces la sensatez se encuentra ausente. Todo ello, en un mundo que más en la actualidad, ve deteriorarse otro escenario en cuanto a inestabilidad: el caso de Ucrania, que permanece atenazada entre los intereses rusos y las amenazas expansivas de la OTAN.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Escuela de Administración de la Universidad del Rosario
(El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna).