EL pasado 25 de julio, Jean-Claude Juncker, exprimer ministro de Luxemburgo y actual presidente de la Comisión Europea, declaró categóricamente que la Unión Europea (UE) no renegociaría el acuerdo establecido para efectuar el brexit, el cual el Parlamento británico rechazó en tres ocasiones. El 17 de octubre, sin embargo, Juncker apareció en una conferencia de prensa en Bruselas junto a Boris Johnson, primer ministro británico, para anunciar la consecución de un nuevo acuerdo que, de ser aprobado en los respectivos parlamentos, le permitiría a Gran Bretaña retirarse de la UE el primero de noviembre.
¿Qué causó un cambio tan rotundo en la actitud de Juncker frente al brexit? En un momento de turbulencia económica global, la repentina voluntad de los líderes de la UE de alcanzar un acuerdo con Johnson refleja la actual debilidad económica del continente.
En primer lugar, Alemania, la máxima potencia económica europea y el principal contribuyente al presupuesto anual de Bruselas, pronto entrará en una recesión técnica tras dos trimestres consecutivos de decrecimiento, como aseguran el Instituto Alemán de Investigación Económica y otras organizaciones independientes. Bajo tal escenario, el sector exportador alemán, el cual ha sufrido las consecuencias del conflicto comercial entre Estados Unidos y China, busca evitar a toda costa la inevitable disrupción económica de un brexit sin acuerdo.
Como escribe Liam Halligan en la revista The Spectator, el 20 % de los automóviles alemanes exportados tienen como destino a Gran Bretaña, uno de los mercados con mayor margen de ganancias para compañías como Volkswagen, BMW y Mercedes-Benz. Con la solidez exportadora de Alemania bajo amenaza, la canciller Angela Merkel no puede darse el lujo de sobreponer la ortodoxia política de la UE a los intereses económicos de sus propios votantes.
La mera preocupación de Alemania por el destino de su industria automotriz revela un hecho perturbador para el futuro de la economía europea: las empresas tecnológicas que han crecido espectacularmente en las últimas décadas, desde Facebook hasta Huawei, suelen ser estadounidenses o chinas, no europeas.
Como escribe el exparlamentario británico Douglas Carswell, las grandes empresas de Europa son petroleras, productoras de automóviles, o bancos y compañías de seguros, todos “gigantes nacidos en una era analógica, muy vulnerables a la disrupción de la tecnología” o a la competencia de países con menores costos de producción. Y la respuesta de la UE ante su propio atraso tecnológico no ha sido estimular la innovación entre sus ciudadanos, sino librar una guerra regulativa contra Google, Apple y otras empresas que han surgido en Silicon Valley.
Si la incertidumbre económica es reciente para Alemania, no lo es para Francia. El presidente Emmanuel Macron ha socavado su popularidad con sus esfuerzos por flexibilizar un rígido sistema laboral, reducir la intervención del Estado en la economía y dejar de castigar la iniciativa privada con altos impuestos- algunas de las principales causas del estancamiento de Francia (el malaise français). Por otro lado, las políticas ambientales de Macron, en particular el alza del impuesto a los combustibles fósiles, desataron las masivas manifestaciones de los “chalecos amarillos” (gilets jaunes) que han desestabilizado su gobierno durante más de un año.
El sector agrícola francés, sin embargo exporta el equivalente de 3 mil millones de euros anuales a Gran Bretaña según la BBC. Las ganancias de los exportadores franceses de vino, de quesos y de manzanas (entre otras frutas) se verían reducidas si la UE no logra mantener el comercio libre de aranceles con el Reino Unido tras el brexit. Lo último que necesita Macron actualmente es fomentar aún más el descontento de los agricultores franceses, un grupo de interés fácilmente indignado y con la capacidad de paralizar grandes segmentos del país con sus frecuentes protestas. Por ende, al gobierno de Francia también le conviene un brexit ordenado y con mínima perturbación económica.
Por último, está el caso de la república irlandesa, el único país que comparte una frontera terrestre con Gran Bretaña. Aunque el extraordinario crecimiento económico irlandés desde 1994 -con excepción de los años de crisis del 2008 y 2009- es un caso de éxito dentro de la UE, buena parte de ese crecimiento se debe al comercio con el Reino Unido. Según Deutsche Welle, en el 2017, Irlanda recibió la mayor parte de sus importaciones (el 18.8%) de Gran Bretaña. Por otro lado, Reino Unido compró el 16.4% de las exportaciones irlandesas (detrás solo de Estados Unidos con el 33.3%), incluyendo el 49 % de la carne y el 82% de la leche exportada.
Aunque el primer ministro o taoiseach irlandés Leo Varadkar ha sido crítico del brexit desde el referendo del 2016, cayó en cuenta que era esencial para su país no arriesgar la continuidad del libre comercio con el antiguo poder colonial de Gran Bretaña. También notó que Johnson se fortalecía políticamente en Reino Unido con su contundente postura de exigir un acuerdo sensato con la UE o, como única alternativa, garantizar un brexit sin acuerdo el próximo 31 de octubre.
Desde el punto de vista de Varadkar, sería mejor para Irlanda lograr un acuerdo ahora, cuando el Partido Conservador británico no cuenta con una mayoría parlamentaria, que después de las próximas elecciones, las cuales ganaría Johnson según las últimas encuestas.
Gracias al poderío comercial de Gran Bretaña, los líderes de la UE han optado por un nuevo acuerdo que permite el brexit y frena, así sea de manera temporal, el gradual declive económico de Europa.
*Director del Centro de Innovación y Liderazgo de la Universidad La Gran Colombia