Ahora es el fujimorismo el que se ve acorralado al cerrarse el Congreso y por tener a su líder Keiko, en la cárcel, procesada
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CON toda la controversia que arrastra e impone todavía, la gestión de toda una década en el poder por parte de Alberto Fujimori (1938 -) durante los años noventa, su presencia es ciertamente recurrente en el panorama político peruano. Las repercusiones de su régimen autoritario y el resabio de sus imposiciones marcan la historia de su país. Su herencia se sigue disputando en los altercados legislativos en donde sobrevive la fuerza de sus herederos bajo el liderazgo de su hija Keiko Sofía Fujimori (1975 - ).
Estos aspectos son factores que están desembocando en la actual crisis política peruana. Y sí, es paradójico. Aparece como parte de las incongruencias, de las vueltas que da la historia, el hecho de que casi a 30 años de que Fujimori disolviera el Congreso. Ahora también otro presidente lo cierra, pero en la actualidad ocurre un mecanismo contrario. Antes fue para imponer el fujimorismo, ahora para evitar que esa corriente se imponga paralizando prácticamente a la sociedad peruana.
En efecto, el contraste con la historia confirma esas condiciones. Hace 27 años, Fujimori inhabilitó al Congreso para tomar el poder, con lo que propició un golpe importante para la institucionalidad del país. Se facilitó de esa manera, la concentración en la toma de decisiones y el fortalecimiento del régimen presidencialista. Ahora otro mandatario, Martín Vizcarra, anula el parlamento con el fin de impedir las obstrucciones reiterativas de los legisladores, bajo el liderazgo de fujimoristas y de apristas.
Este hecho no pasa inadvertido. Aunque es quizá muy pronto para evaluar la medida, la población peruana evidencia respaldar la decisión del Ejecutivo. También se tendría el apoyo de las fuerzas armadas. Estas últimas, como se sabe, son parte de los ejes primarios de poder real, como parte del entramado de condiciones de premodernidad del Estado. Condición que en general prevalece en Latinoamérica. “Hace bien en cerrar un congreso de semianalfabetos y pillos” subrayaba recientemente, el Nobel de Literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa.
Tal y como lo documenta el analista Jorge Benavides, son ya años, todo un tiempo que hace gala de su prolongación sin visos de mayores términos, los que ha utilizado el fujimorismo en la lógica de obstruir los intentos de gobernabilidad en Perú. Eso, desde luego compromete los alcances de la gestión pública, y como suele ocurrir en estos casos, la capacidad de oposición que se muestra es la falta de competencias que se tienen para proponer medidas que efectivamente posibiliten mejores condiciones de vida para la población del país.
Es la oposición por la oposición. Es la búsqueda intransigente de poder por parte del fujimorismo sin que exista al parecer, preocupación por las libertades, por construir condiciones para la apertura de capacidades y el aumento de oportunidades en la sociedad abierta -de la esa sociedad sin mayores limitantes, como la que interpretaba Karl Popper (1902-1944) en su conocida obra de 1945.
Pero ahora la historia ha dado vuelta y es el fujimorismo el que se ve acorralado al cerrarse el Congreso y por tener a su líder Keiko, en la cárcel, procesada. Con estos nuevos rasgos en la dinámica política peruana, parece que se le cierra el paso a las impunidades, o al menos se intenta disminuir las mismas.
También se asoma el anhelo de dejar atrás uno de los períodos más corruptos en la historia de Perú. No es de olvidar el accionar muchas veces trágico de la dupla Fujimori-Montesinos en la vida de este país suramericano durante la década de los noventa. Tiempo después, estos dos personajes terminarían en la cárcel.
El fujimorismo, con una diferencia o contraste muy marcado de lo que ocurrió a principios de los noventa en Perú, estaría encarnando ahora al sector político tradicional, y la sociedad parece haberse cansado de todo ello. Es exactamente como cuando Alberto Fujimori, un desconocido, se pudo imponer en las urnas a Vargas Llosa, este último, un actor político que terminó representando a los políticos de siempre. Se le concedió en ese entonces el “beneficio de inventario” el beneficio de la duda, al novato Fujimori.
Y es que hay razones, amplias justificaciones para que el fujimorismo esté desgastado. La misma Keiko Fujimori, no es de olvidarlo, está en prisión preventiva como ya se puntualizaba. Se le acusa de varios delitos, entre ellos el de lavado de dinero. Ha resultado partícipe del drama que ha representado para Latinoamérica la firma Odebrecht de tan malquerida presencia en los círculos del poder en varios países de la región.
Aunque también los linderos de esta trama y la urdimbre se han cobrado la detención del exmandatario Pedro Kuczynski. Es evidente cómo esta marejada de corrupción se ha convertido en una marea sangrienta que se habría cobrado la vida, mediante suicidio, de otro exmandatario: Alan García, quien, durante dos períodos presidenciales, aunque no en secuencia, ejerció la presidencia peruana.
Es cierto, como lamentablemente ocurre en otros congresos de países latinoamericanos, que los legisladores peruanos -más que representar a una sociedad, de conformar una instancia representativa de las voluntades mayoritarias del pueblo- se han visto enredados en no pocos casos de corruptelas y desmanes. Sus desvaríos han sido reconocidos por muy buena parte del electorado y las consecuencias están a la vista.
Vizcarra por su parte, tiene el respaldo popular y es incluso posible que, en una nueva elección presidencial, pudiese consolidar la legitimidad de su cargo. Es de esperar un poco más el desenlace de los hechos. Algo de esperanza puede tenerse en este nuevo capítulo de la historia peruana. Aunque es de tener presente que una de las condiciones más difíciles en una sociedad, es la substitución intempestiva, de toda la clase política que mayoritariamente la ha gobernado.
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*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.