Perdió, pero el “trumpismo” existe y se afianza como opositor | El Nuevo Siglo
SEGUIDORES de Trump reunidos en un rally del saliente presidente.
Foto archivo AFP
Domingo, 8 de Noviembre de 2020
Pablo Uribe Ruan

LA victoria de Joe Biden deja una gigantesca conclusión: ¡qué poco sabemos de Donald Trump y la gente que lo apoya! Lo que resulta, por decir poco, penoso, y a su vez, un objetivo necesario para entender esa fuerza amorfa y roja, pero unida y algo heterogénea, que se convertirá en la oposición a un gobierno -dicen ellos- “ilegítimo”.  

En tiempos de hiperpolarización e hiperpolitización, es importante entender, hoy más que nunca, qué piensa y, sobre todo, de dónde viene el contrincante. Dicen que el votante que apoyó el Brexit vivía en la parte norte y media de Inglaterra, donde la globalización, y su aparente discurso inclusivo, terminó por intensificar las posiciones de las viejos puertos y polos industriales que vieron como todo el desarrollo, y la plata, se concentró en Londres. Hasta hace unos días este argumento se repetía para el caso de los votantes de Trump. “Ellos son unos blancos con educación media regados por el Estados Unidos profundo”, se escribía en la prensa liberal y en artículos académicos.



Al repetirse, una y otra vez, este argumento, pareció normal que por la crisis económica y de salud asociada con la pandemia el votante que apoyó a Trump en 2016 se inclinara por Biden. Contrario a lo que se pensaba, Trump sacó esta vez más votos en ese sector y se convirtió en el líder natural del partido Republicano. La esperada “ola azul” nunca se dio y, pese a que la campaña de Biden invirtió casi el triple que la de Trump y contó con medios y redes sociales, casi se queda sin llegar a la Casa Blanca. Al final ganó, pero Estados Unidos quedó, más que en 2016, dividido en dos partes.

Definir el “trumpismo” como una fuerza racista, blanca e iletrada es caer en una visión reduccionista de la política que tanto critica el liberalismo norteamericano. En las costas predominó el voto demócrata, sin embargo, en muchos condados de los estados costeros, donde vive gente educada y mestiza, ganó Trump. El discurso liberal, progresista y a favor de la globalización, que defiende Biden, tuvo mucha acogida en Chicago o Los Ángeles, pero en otros centros urbanos fue rechazado. En esos lugares, donde también hay dinero y oportunidades, como en Oklahoma City y Cedar Rapids, Iowa, la gente optó por la visión aislacionista y nacionalista que proponía el republicano.

“Hay un espíritu de clase trabajadora multirracial que está animando a la nueva coalición republicana”, advirtió, meses antes de las elecciones, Bradd Todd, coautor de “La gran revuelta: Dentro de la coalición populista remodelando la política estadounidense. Este grupo amorfo, que fue enmarcado por tantos años como algo exclusivamente racista, ha sido tan difícil de entender precisamente por su condición multirracial. Pero la raza no es el punto central del debate. El “trumpismo” no sólo es una fuerza popular de la clase trabajadora norteamericana, aunque más que todo lo sea, sino algo mucho más amplio, movilizado por múltiples razones que no sólo radican en el odio racial o el fracaso económico.

De forma más clara: no sólo es odio, algo que, una y otra vez, nos decían: “Trump sólo es odio”. Por el odio -así sea muy grande como en la Alemania de 1933- no votan 70 millones de personas. Escondido o desprovisto del interés de los medios, hay algo más que une o al menos encuentra puntos en común entre los seguidores del presidente saliente.



Una vez descritos como gente que “olía a Wal-Mart” por el best-seller Peter Struck, los votantes de Trump son compradores de grandes cadenas de descuentos en Estados Unidos y así es como se sienten incluidos, representados, como cuando ven en Trump un líder que intentó, aunque hasta el momento no lo pudo, perseguir el modelo de progreso y mano dura que volvió popular a Ronald Reagan, y por el que negros y latinos también votaron.

Insisto: el seguidor de Trump puede ser o no racista y odiar a todo lo que sea diferente (hater), pero también, y principalmente, puede movilizarse por otras motivaciones. Esas razones, tan escondidas, deberían llamar mucho más la atención no sólo de los medios, sino de las ciencias sociales y ese ejército de intelectuales que han explicado correctamente los rasgos autoritarios y antidemocráticos de Trump, pero pocas veces nos han contado algo muy simple: ¿por qué Trump es un fenómeno político? Entiendo el argumento de las “noticias falsas”, pero no es suficiente, aceptémoslo de una vez por todas. Y tampoco la discusión recae en que él despertó el discurso racista que no se veía desde Richard Nixon. Simple: más afroamericanos votaron por él que en 2016.

De ninguna manera se trata de defender a Trump y sus causas políticas, muchas veces abiertamente antidemocráticas. El presidente saliente ha dejado maltrecha la democracia norteamericana, una herida que se amplifica con el desastroso desenlace electoral de esta semana, encabezado por los demócratas. Pero es cierto, y no cabe la menor duda, que su gestión económica, su concepción de la libertad y su visión de país cala, une y despierta la admiración de millones de norteamericanos. El domingo lo decía claramente Gay Talese, su opositor, en El Tiempo: “Trump es Estados Unidos. Obama no es Estados Unidos”.

Qué es Estados Unidos: muchas cosas. Pero Trump personifica, como ningún otro, la visión más generalizada y, hasta hace unos días, mayoritaria. Entender por qué lo sigue tanta gente sigue siendo una tarea pendiente.

No es sólo un cuento de Steve Bannon, el “trumpismo” existe. Y hoy se constituye como una fuerza opositora que se va a oponer, como medios, academia y Sillicon Valley lo hicieron con Trump, al demócrata Joe Biden.