En varios países latinoamericanos, la minería se ha ido consolidando como uno de los sectores más importantes, tanto como factor de crecimiento económico, como componente vital de las exportaciones. Esto ocurre en una región que ha basado su oferta exportadora en bienes que en general, tienen poco valor agregado.
En efecto, especialmente desde inicios de los años ochenta, y como parte de la aplicación de políticas económicas “por el lado de la oferta”, neoclásicas o neoliberales, la región parece ir consolidando dos aspectos en sus portafolios de exportación.
Por una parte, poca diversificación. Cada vez serían menos los productos que se ofrecen en lo internacional. Esto puede representar un riesgo, un cuchillo de doble filo. Han existido épocas en las cuales los precios pueden ser favorables a las materias primas, por ejemplo, de 1870 a 1914, o bien durante el período más reciente: 2003-2014. En estas épocas no se habla mucho de diversificación. Sin embargo, luego vienen tiempos de precios alicaídos, tal y como ocurre en la actualidad.
Por otro lado, esos bienes exportables, están más asociados a recursos naturales -renovables o no renovables- sin que tengan mucho de los referidos valores agregados en los productos. Esto hace que los procesos y mecanismos de acumulación y reinversión no permitan promover ni consolidar altos niveles de empleo en los mercados domésticos. Con ello no se favorece la demanda efectiva en las economías de las diferentes naciones.
Desde luego existen matices en la región. Brasil, México y Costa Rica, serían de los casos en los cuales se ha tendido a diversificar la oferta exportadora, cuando por otra parte -caso del sector automotriz- se tratan de fortalecer cadenas productivas con mayor valor agregado.
En referencia más específica al sector minero se tienen grandes empresas consolidadas en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, Guatemala, Honduras y Venezuela. El punto central que se desea destacar aquí es que, en medio del contexto y la crisis que se deriva de la pandemia, estas empresas están consolidando su presencia y su labor extractiva. Esto provoca en varios casos choques con las comunidades, dados los efectos ambientales que se tienen, en cuanto al daño a los sistemas y los recursos naturales renovables.
La tesis que se sostiene respecto a este posicionamiento es que en medio de los grandes requerimientos sobre apalancamiento social –“social leverage”- que vienen asociados a la crisis, los Estados están cediendo a muchas de las demandas de las corporaciones mineras. Con ello los problemas de liquidez, de recursos, se pueden ir paliando, pero el riesgo es crear dificultades en el mediano y largo plazo.
Esto se ubica como parte de un contexto en el cual las instituciones requieren de recursos frescos para apoyar las poblaciones, las comunidades ven cómo -ante el choque simultáneo de oferta y demanda- requieren con mayor premura de recuperar los niveles de empleo. Se tiene, se insiste, un conjunto de soluciones que pueden amortiguar los impactos en lo inmediato, pero a futuro se podrían estar creando escenarios para mayores dificultades. Es decir que las soluciones inmediatas no estarían siendo las más perdurables.
Si las premoniciones se llevan a un mayor nivel especulativo, se puede sostener que es durante un período de particular crisis, donde grandes empresas, a cambio de compensaciones, se pueden hacer de ventajas que concedan los diferentes Estados. Las crisis pueden pasar, desvanecerse, ser superadas, pero los posicionamientos estratégicos de las corporaciones quedarían como irreversibles.
No es que se tenga en el extremo, una visión excluyente. Las inversiones son indispensables en una sociedad. Las mismas permiten promover el empleo productivo. Con mayores niveles de ingreso se impulsa el desempeño de organizaciones empresariales. Todo ello puede llegar a constituir un conjunto de elementos para la mejora de la dinámica social.
Los problemas se tienen en función de una mayor dependencia exportable de bienes que -en función de una serie histórica- tienden a tener menores precios. Esto es mayormente válido cuando por otra parte los productos que se importan crecientemente se van haciendo más caros. Véase al respecto el teorema de Singer-Prebisch.
Por otra parte, siempre en el contexto de la crisis, las grandes empresas pueden incluso conseguir que los procedimientos legales que requieren para expandir operaciones sean agilizados, tengan mayor cobertura en áreas naturales, además de que los controles a sus actividades extractivas tiendan a flexibilizarse con mayor intensidad.
Se impone el requerimiento de proteger ecosistemas naturales que contienen singulares contenidos de biodiversidad, de germoplasma natural. En Latinoamérica zonas con estas características son abundantes. Como ejemplo algunas subregiones: (i) tierras altas centroamericanas -entre México y Guatemala-; (ii) en Colombia -poseyendo casi el 14% de la diversidad biológica del planeta-; y (iii) en la región aledaña al lago Titicaca -a 3,800 metros de altura y una cuenca hidrográfica de 58,000 kilómetros cuadrados.
Es indispensable atraer capitales productivos a las economías de los diferentes países. Estos pueden potenciar mejoras en el empleo y la calidad de vida de la población. Sin embargo, se requiere de soluciones que no comprometan el futuro, soluciones sostenibles que no atenten contra la fragilidad de sistemas naturales. Sistemas que desde ya están mostrando diferentes grados de deterioro, tal el caso de suelos productivos, bosques, sistemas hídricos y amplias áreas de diversidad biológica.-
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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