Tres países de la región tienen elecciones presidenciales: Argentina, Uruguay y Bolivia. En el primero, Macri pierde en encuestas con Fernández, un candidato de tendencia socialista. Mientras tanto, a pocos kilómetros, Lacalle busca romper la hegemonía del Frente Amplio en Uruguay. Lo mismo, pero no con un partido sino con un nombre, pasa con Morales: Mesa le apunta a romper su cuarto mandato consecutivo. Si gana la izquierda, el continente queda dividido, prácticamente, en dos
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HACE UN AÑO, cuando el giro hacia la derecha quedó claro, Latinoamérica conformó un bloque de países que en su mayoría venían de ser gobernados por presidentes de izquierda, muchos seguidores del denominado Socialismo del Siglo XXI.
A un mes de las elecciones en Bolivia, Argentina y Uruguay, esta sinergia de gobiernos de derecha, fortalecida por la llegada del presidente encargado Juan Guaidó en Venezuela, puede perder uno de sus grandes aliados: Argentina.
¿Un círculo vicioso?
Dicen los analistas, y hasta los grandes músicos, que la argentinidad, esa simbiosis de culturas que llegó al sur del continente, no ha permitido que se consolide un relato político compartido en los últimos 50 años. Ya son muchos los nostálgicos de Roca o Alvear, líderes que, a pesar de sus diferencias, llevaron al país a convertirse en la “despensa del mundo”. Ni qué decir de las pasiones que despierta el peronismo, hoy tan vivo como hace medio siglo.
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Argentina vuelve a estar donde ha estado en las últimas décadas: en la confrontación entre peronistas y no peronistas; entre neoliberales y socialistas. Lo mismo que ha pasado desde que el país decidió hacer la transición a la democracia (1978) en un acuerdo político que fijó el punto final a la dictadura, pero no pareció ser capaz de construir un diálogo mínimo sobre la economía, su mayor dolor de cabeza.
Para estas elecciones, como si se tratara de un deja vu ambientado por la canción de Gustavo Cerati que lleva este nombre, Argentina repite la misma contienda electoral entre el continuismo de pagar la deuda y abrirse a los mercados -a costa de varios sacrificios sociales- y el populoso discurso peronista que culpa de todos los males al dólar y a los agentes externos.
Liderada por Alberto Fernández, la segunda propuesta ha tomado ventaja por la victoria de este candidato que agrupa la mayoría de sectores peronistas y el desgaste de Mauricio Macri, que le apostó a una recuperación económica impulsada por la inyección de 56.000 millones de dólares que le prestó el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin éxito en su política económica, Macri ha intentado moderar su fracaso con el alza del salario mínimo y la reducción del gradualismo, un modelo que empleó al comienzo de su mandato para cortar progresivamente los numerosos subsidios concedidos por los gobiernos socialistas.
Pero el panorama, sombrío en todos los frentes, es muy desfavorable. El déficit fiscal se calcula este año en no menos del 1%, al mismo tiempo que los compromisos de deuda en 2020 llegan a los 25.000 millones de dólares. Mientras, sin respiro, la inflación escala frenéticamente: varias estimaciones le apuntan a que superará el 50% este año. Y, lo peor, esta semana el Congreso declaró al país en “emergencia alimentaria”, la paradoja de uno de los mayores productores de comida del mundo. Paradoja, sí, Latinoamérica, donde Venezuela, siendo el país con más reservas de petróleo, carece de gasolina.
Sin embargo, en perspectiva histórica la milonga no es tan grave para Macri. Él, rechazado en las calles, golpeado por los números, va a ser el primer presidente no peronista de la historia reciente de Argentina en terminar su periodo. No lo consiguió Alfonsín, tampoco De la Rúa; Mauricio, el futbolero, sí.
Desde la Casa Rosada, Macri ha tomado algo de fuerza con el hecho de que permanezca ahí. Esto, poco a poco, le ha dado la posibilidad de lanzar “sí se puede”, un lema de campaña usado en cada uno de los países de la región -un lugar común- pero que al final ha demostrado que es efectivo. “Salimos para ganar. La campaña presidencial que comienza el domingo será distinta a todas las que vivimos hasta ahora”, escribió el Presidente en Twitter, el jueves pasado.
Mientras Macri intenta tomar impulso, Alberto Fernández viene calando en el electorado agobiado por el recorte de los subsidios y el evidente dominio del dólar como moneda local. Otra vez, muestran medios locales, Buenos Aires se estampa de carteles con denominaciones de la moneda norteamericana: dólar blue, dólar paralelo.
Aunque Fernández ha querido mostrase como un independiente que se acercó a sectores peronistas, inevitablemente el candidato socialista ha terminado siendo el candidato de Cristina Fernández de Kirchner, su fórmula vicepresidencial. Lo que ha marcado su discurso con sus inclinaciones por el enfrentamiento con los Estados Unidos, el cepo (tope de compra de dólares) y la vuelta al lenguaje de los “fondos buitres”.
En medio de la campaña, Cristina Kirchner viene enfrentando múltiples procesos por sus presuntos vínculos en tramas de corrupción. Uno de ellos, “los cuadernos de la corrupción”, ha llevado a que el juez Claudio Bonadio el viernes pasado haya decidido citar a la expresidenta a un juicio oral. Además, pidió “el desafuero de Cristina Elisabeth Fernández con el fin de cumplir la prisión preventiva dispuesta”.
Un hermano que vira
Ellos, los ciudadanos que habitan ese pequeño territorio de hazañas futbolísticas, le llaman “el paisito”. No por una disculpa metafórica. Es, más bien, una forma de referirse a Uruguay, que está en el medio de dos gigantes, Brasil y Argentina, este último un hermano, un paralelo, que hasta celebrarán las presidenciales el mismo día, el 27 de octubre.
El Frente Amplio, un grupo de partidos socialdemócratas, busca continuar en el poder, luego de dos gobiernos socialistas liderados por José Mujica y Tabaré Vázquez. Precisamente, estos dos nombres han sido tan respetados, que analistas estiman que la dificultad por buscar un reemplazo viable a ellos ha terminado jugando en contra de este sector.
El candidato del Frente Amplio, Daniel Martínez, le apunta a continuar algunas políticas de sus antecesores que han llevado a Uruguay a convertirse en uno de los países más progresistas del mundo, pero reniega de ellos la falta de políticas para fomentar el emprendimiento.
No la tendrá fácil. Al otro lado, Luis Lacalle, hijo del expresidente Lacalle (1990-95), ha ganado la interna del Partido Nacional, conocido como “los blancos”, y le apunta a un giro hacia la centroderecha. “Critica la pasividad en el ámbito internacional de Tabaré Vázquez y propone reformas económicas”, escribe El País de Uruguay.
Según Cifra, una encuestadora local, el Partido Nacional lograría el 28% de los votos, mientras que el Frente Amplio llegaría al 33,3%, una cifra que, como en Argentina, no alcanza para ganar en primera vuelta. El balotaje, de ser así, está a la vista.
Cuarto mandato
Evo Morales, dicen algunos expertos, ha sido más inteligente que algunos de sus aliados del Socialismo del Siglo XXI. En vez de pelear con los empresarios, principalmente los de Santa Cruz, ha llegado a acuerdos con ellos en sus 13 años de gobierno. Pero la confianza en su mandato se está agotando.
Favorito en las encuestas, pero con números casi 20 más abajo que en los anteriores comicios, Morales enfrentó su primera derrota electoral en un referendo en el que la mayoría de bolivianos le dijeron no a sus intenciones reeleccionistas. Sin embargo, Evo ha seguido adelante con su campaña por su cuarto mandato consecutivo luego de que el Tribunal Constitucional aprobara su candidatura.
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“Hagan lo que hagan, digan lo que digan, igual vamos a ganar las elecciones”, dijo en junio en un evento de campaña. Para él la única derrota electoral en estos 13 años se ha debido un escándalo mediático que involucró a su expareja, Gabriela Zapata.
Según France24, Morales enfoca su campaña en “dinamizar el sector de hidrocarburos, al despegue del negocio del litio y a la expansión agrícola”. Conocido por el crecimiento de la economía boliviana durante su gobierno por los comoditas, Morales hace énfasis en el continuismo.
Carlos Mesa, historiador, escritor y expresidente de Bolivia durante el periodo 2003-05, es el principal rival de Morales. Bajo el lema “Ya es demasiado”, acusa a Morales de “corrupción, injusticia, autoritarismo y de estancar la economía”.
El 20 de octubre serán las elecciones presidenciales en las que el ganador tendrá que superar al segundo por más de 10 puntos, un escenario que la mayoría de encuestas no prevé. Gran parte, incluyendo una encuesta universitaria que Morales calificó de ilegítima esta semana, ve muy probable una segunda vuelta, algo que en las tres elecciones anteriores no ha pasado.
“No es segura la victoria de Evo Morales en primera vuelta”, según el politólogo Carlos Cordero, en diálogo con la AFP. Su tesis la respalda el abogado y analista político, Carlos Bort, que dice: “No está asegurada la elección de Evo Morales en la primera vuelta”.
Una nueva alianza
Si Morales logra su cuarto mandato en Bolivia y Fernández llega a la presidencia en Argentina, pueden equilibrarse las fuerzas políticas en el continente, reviviendo los sectores de izquierda que habían perdido espacio en las últimas elecciones en Chile, Ecuador y Brasil.
Ya, sin declararlo formalmente, Fernández ha empezado a cimentar esa alianza con su homólogo boliviano. En visita a la Paz hace unas semanas, dijo que “la gran ventaja que tuvo Bolivia es que tuvo un Presidente muy preocupado por Bolivia y por los bolivianos, y eso es lo que hace la diferencia. Lo que yo quisiera es que todos miren lo que nos pasó a los argentinos porque estos gobiernos por ahí gobiernan solo cuatro años pero hacen un daño que dura mucho tiempo y que cuesta mucho remontar”.
Un nuevo bloque constituido por Bolivia, Perú, Uruguay, México y Argentina sería a lo que le apunta el candidato peronista. De ser así, el continente quedaría en los próximos meses dividido en partes casi iguales. ¿Qué pasaría con el Grupo de Lima y Prosur? Esa es una de muchas preguntas que quedan abiertas y serán resueltas en un mes.