Es difícil establecer cifras sobre la situación social y económica de Venezuela, incluyendo las referidas a deuda externa e interna. Quizá superen esas deudas el monto de los 220,000 millones de dólares. Quién sabe. A eso debe unirse el factor muy probable de que las ventas del crudo se hayan adelantado y que se habría formado una tétrada de poder real en lo internacional, para la potencia petrolera de Latinoamérica: por el lado económico estarían China y Rusia, con el último viaje de Maduro y reunión con Putin varias dudas se disiparían.
Por el lado de seguridad: Cuba y probablemente Irán. Nadie puede hablar con evidencias comprobables. En la patria de Bolívar, la mentira fresca es algo cotidiano; mientras los escándalos de todos los días se van cubriendo los unos a los otros. Prevalece el temor, en un medio de trágica represión e inseguridad. Como de todos es sabido, y la diáspora lo confirma, se camina por la cornisa, bordeando la crisis humanitaria en el país.
Ahora Maduro, con declaraciones intempestivas y amenazantes propias del estilo chavista, alardea ante la comunidad internacional, justo luego de que al parecer obtuviera el respaldo del presidente Vladimir Putin desde Moscú. El mandatario continúa vociferando. Eso es lo que produce imparablemente Latinoamérica: discursos. Discursos que muchas veces no se corresponden ni con las realidades prevalecientes, ni tienen el respaldo de los logros, de los hechos, con lo cual se desploma la credibilidad, por demás cuestionada en los políticos tradicionales.
Uno quisiera tener la esperanza de una recuperación, de una mejoría en lo social, en las oportunidades y en la ampliación de capacidades para la castigada población de Venezuela, pero los hechos tercamente niegan ese anhelo. Allí está la evidencia a la vista. Con más de 100 personas que cayeron muertas en las calles, cuando fue el tiempo de las manifestaciones, Maduro y los militares muestran su genuino espíritu represivo. Es lo que les queda. Con ello aclaran todas las dudas.
Ese es quizá el peor dato. No se tiene la proyección de una salida a la vista. Ello se relaciona con el hecho de que la presencia de la oposición venezolana en las calles se debe esencialmente a que en diciembre de 2016 no se llevaron a cabo las elecciones para gobernadores ni dirigentes locales. El chavismo sabía que perdería y las aplazó indefinidamente. A eso se suma el conjunto de argucias mediante las cuales se aplazó también la realización de un referéndum revocatorio que hubiese sacado a Maduro del poder. Situación de leyes y de abogados “buscándole la comba al palo”. Tergiversaciones de ley, al mejor estilo kafkiano. Es poco lo que ya puede quedar para sorprendernos.
Ahora el zarpazo de la represión que no da tregua, como tampoco tiene disminución la inseguridad y los homicidios que estarían llegando -de nuevo, todos mienten- a no menos de unos 45 muertos por cada 100,000 personas.
Desde hace al menos seis meses, para que nadie dude de la suerte que puede correr, las fuerzas militares y de policía del gobierno de Maduro, tienen la autorización de disparar sobre las gentes que toman la calle. Esto me hace recordar la lucha de calle que llevaron a cabo los guatemaltecos desde abril hasta noviembre de 2015, hasta que encarcelaron -previa renuncia del cargo- tanto el presidente como a la vice-presidenta de ese entonces. Por cierto el mandatario centroamericano era un militar retirado.
Las mantas de la protesta guatemalteca puntualizaban, por ejemplo: “que no calle la calle”, “el gobierno no puede luchar contra la corrupción, porque el gobierno es la corrupción”, “no nos hacen falta recursos, lo que nos sobran son ladrones” y “extraño aquellos tiempos donde sólo robaban los ladrones”.
La represión que se desata en Venezuela tiene paralelo a la que se desató también en Guatemala a fines de los años setenta. Se habrían eliminado del mapa unas 410 aldeas. Fue la represión la que incluyó el asesinato del joven dirigente Oliverio Castañeda el 20 de octubre de 1978, Secretario General de la Asociación de Estudiantes Universitarios en pleno centro de Guatemala. Toda una marea de sangre. La ola terrorista imponiéndose por el Estado guatemalteco.
Se sigue un patrón normal: la represión se desata cuanto un gobierno no tiene la legitimidad concreta, es decir no existe la legitimidad que proporcionan medidas que redundan en beneficios mínimo aceptables para la población. No es que la gente se lanza a la calle por un así no más. Son ya casi 20 años de retórica chavista en donde el secuestro de una coyuntura histórica de precios altos de petróleo por parte del gobierno, le permitió exacerbar la dotación de prebendas y de dádivas a una población que -justo es decirlo- permaneció durante casi 40 años -de 1958 a 1998- viendo cómo muchas de las fortunas públicas, se repartían entre políticos de turno y grandes empresarios.
No obstante, las consecuencias lógicas del manejo económico de un país son implacables. Las noticias nos traen ahora, diariamente, las deprimentes informaciones sobre Venezuela. La sociedad civil de la potencia petrolera debe enfrentar condiciones de escasez, desempleo y carestía, mientras la corrupción y el engorde de las chequeras de quienes están en el poder, se hacen inocultables.
Las carencias de lo más elemental son moneda de uso corriente en la actual condición de Venezuela. Ante ello, la angustia cunde en amplios sectores. De allí que bastiones “resteados” con el chavismo tiempos ha, ahora tratan de cobrar la factura política llamando a los chavistas con poder: usurpadores y vividores del legado de Hugo Chávez. Aún en las propias filas del oficialismo se abren grietas evidentes en estos aciagos tiempos de dura coyuntura política en el país.
Ciertamente, la crisis de Venezuela se ha desbordado. Los precios internacionales del petróleo, que han bajado casi a la mitad desde julio de 2014, provocan ahora una marea baja. La misma ha dejado al descubierto las verdaderas capacidades y funcionamiento de gobiernos y entidades internacionales en relación con el problema de divisas.
Y lo más sorprendente, si es que esto aún es posible: en lugar de dialogar, rectificar, tratar de rescatar los muebles en medio de la inundación, el gobierno de Maduro opta por “profundizar la revolución”, atornillarse al poder. La novedad que parece fortalecerlo en esta coyuntura: el apoyo de Putin.
Pero no es de confundirnos, tanto el mandatario, como la cúpula que lo acompaña tienen el problema de estar montados en el tigre. No pueden bajarse de él. De hacerlo la bestia los devora. El desprestigio de las palabras, vaciadas de contenido, sin el respaldo de hechos y logros, es tan irrefrenable como las ineptitudes.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor de la Universidad Colegio Mayor Nuestra Señora del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.