No deja de ser motivo de satisfacción poder comentar y anticipar buenas noticias. Las buenas nuevas que nos infunden optimismo, reaniman la esperanza. Pero lamentablemente las condiciones de Latinoamérica en general, y de Argentina en especial, no dan para tanto. De nuevo ahora, al descalabro económico que tiene un impacto social directo -devaluación de la monedad, amenaza de ajuste estructural, más condicionantes del Fondo Monetario Internacional, más recortes a la capacidad pública, más impuestos- se agrega la no menos importante crisis de credibilidad, algo sempiterno, hacia los políticos tradicionales.
Como ha sido ampliamente divulgado por la prensa internacional, surgen actualmente datos que parecen coherentes, persuasivos, muy puntillosamente registrados, sobre manejos corruptos de los fondos gubernamentales en Argentina. No es que hayan sido los únicos casos, pero se presentan de nuevo. Ahora, las condiciones hacen que todos los focos en el escenario político argentino se centren en el matrimonio Kirchner.
Los señalamientos apuntan a Néstor Kirchner (1950-2010), a quien la vida no le dio tiempo para estar enfermo, dado que sucumbió -oficialmente- por un ataque fulminante al corazón el 27 de octubre de 2010. Había gobernado Argentina del 25 de mayo de 2003 al 10 de diciembre de 2007. Le sucedió en el cargo su esposa, Cristina Fernández de Kirchner, quien ocupó la presidencia del país austral del 10 de diciembre de 2007 al 9 de diciembre de 2015, fecha en la cual tomó el poder Mauricio Macri.
Es importante tener esto presente, porque en medio de la vorágine de protocolos, actos y compromisos de los gobernantes, el conductor de vehículo de los Kirchner, Oscar Centeno, llevó de manera meticulosa en cuadernos, los traslados de dinero, las transacciones y en general las entregas de circulante y quienes eran los destinatarios. Todo ello incluyendo no sólo los montos, sino además las fechas, las horas en que ocurrían los intercambios y -hasta donde el autor sabía- los motivos de los mismos.
Estas pruebas son las que tienen al borde de la detención a la expresidente Cristina Fernández. Pero tanto ella, como sus incondicionales del peronismo -en esa vertiente del kirchnerismo- han dicho que “no se retractan de nada”, que “aquí nadie se arrepiente”.
Esos arrebatos con dudosas bases argumentales no pertenecen a sujetos informados, o personajes de Estado, pueden ser útiles para las galerías, pero cuentan poco o pueden ser muy negativos, a la hora de enfrentar la justicia. Pruebas de esto último abundan. Sin ir más lejos, allí está el caso del exmandatario ecuatoriano Rafael Correa, asumiendo procesos jurídicos, mientras juega a dos bandas con lo legal y con la opinión pública.
La truculenta, aunque detallada, madeja de complicidades e incriminaciones que detallan los cuadernos de Oscar Centeno, es una representación de esa modalidad que tiene ahora más alcance de corrupción en muchos países latinoamericanos: los contratos públicos. Se base en que “sin obra no hay sobra”. Se suponía que esos mecanismos correctamente implementados traerían modernización a las economías, desde los ochenta.
Como el Estado no es eficiente, que subcontrate. Para ello se ha aceitado la maquinaria, con “contratos preferenciales”. Los contratistas pueden dar dineros por adelantado -por debajo de la mesa, obviamente- y con ello asegurarse el otorgamiento de multimillonarios acuerdos con fondos públicos. Las empresas pueden ser de papel, no tener mayor experiencia. Lo que cuentan son los chelines, con lo cual también pueden comprar a “competidores” o bien formar “oligopolios coordinados” es decir carteles en la contratación.
Las pruebas derivadas de los cuadernos parecen ser contundentes y desde ya, los implicados, arrepentidos, citados a los tribunales han señalado desaforadamente a otros participantes en el escándalo. Es el típico caso de que a cambio de baja en las penas, se confiesan los delitos y se cuenta de otros involucrados -típico caso de aplicación de la estrategia del prisionero en teoría de juegos-. Con ello se desata una reacción en cadena que ayuda a la fiscalía a conformar un panorama más detallado de las redes de corrupción.
Los montos de los que se hablan ahora en Argentina, podrían sobrepasar los acaudalados portafolios mediante los cuales la firma brasileña Odebrecht pudo desarrollar sus proyectos faraónicos, en al menos doce países tanto de Latinoamérica, incluyendo Argentina, como en África.
Por otra parte, es de anotar que ya hay tragedias de por medio en toda esta puesta en escena. Existen medios argentinos que sostienen que el caso que ahora enfrenta Cristina Fernández, hubiese sido llevado a los tribunales por Alberto Nisman, quien fue encontrado muerto en su casa, en la víspera de presentar sus hallazgos ante el tribunal, el día 18 de enero de 2015. Se habló de disparos en la espalda.
Los más fervientes seguidores del kirchnerismo y fuerzas de investigación militares sostuvieron -en un auténtico giro de realismo mágico o de surrealismo a lo André Breton- que se trataba de suicidio.
En todo caso, el punto a destacar aquí es la existencia de toda esta ola de corrupción, de manejos obscuros, aderezados por gobernantes que se pudieron haber sentido todopoderosos, como para que la justicia normal, la que sí afecta a los ciudadanos de a pie, les pudiese alcanzar. Lamentable.
Se erosiona de nuevo, recurrentemente, la legitimidad concreta de quienes encabezan las indispensables instituciones; instancias que cada vez claman, crecientemente, por reformas estructurales en Latinoamérica.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. (El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna).