Los notorios efectos de la pandemia, aún vigente en el mundo, producto del covid-19, están siendo tan evidentes como de larga duración y gran calado. El doble choque simultáneo de oferta y demanda no se había anticipado tan duradero. Allí están los renovados impactos.
Lo último que se está documentando y se ha evidenciado dramáticamente en los efectos, es la interrupción considerable de las cadenas de suministros, en especial en el transporte marítimo. Las economías locomotoras de los procesos productivos mundiales están tratando de salir del atascadero. Unos más que otros, con China -en medio de renovados brotes de la variante Delta- a la cabeza, por sobre los mercados de Estados Unidos y Europa.
En general sabemos que cuando ocurren bajas en el aumento de producción de los países más desarrollados, por lo general los circuitos reales –no especulativos- de las naciones en desarrollo se ven afectados mediante tres mecanismos fundamentales: (i) reducción en el volumen de exportaciones que tienen por destino las plazas de mayor demanda; (ii) baja en los términos de intercambio, es decir que los precios de los productos que se venden en el exterior; y (iii) baja en las remesas familiares, que en el caso de países como México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Ecuador, Haití y República Dominicana, representan importantes renglones en la captación de divisas.
Con base en lo anterior, es de subrayar que poseer un mercado interno ampliado en las diferentes sociedades, es una buena medida para mantenerse -al menos relativamente- protegidos de los efectos negativos de desaceleración de los países centrales. Es decir, tener grandes sectores en condiciones de pobreza es un mal negocio, se tiene déficit de demanda. Al final pierde quien no puede satisfacer sus necesidades y pierde también quien no puede vender, quien no puede tener empleo, y con todo ello no se pueden dinamizar las condiciones productivas ni las mejoras sociales sostenidas.
Por otra parte, de manera complementaria, aunque no por ello menos importante, más allá de los debates ideológicos, se sabe que los factores de competitividad que pueden tener los países en cuanto a atracción de capitales productivos son seis: estabilidad política, sólida conformación y funcionamiento de instituciones incluyentes; prevalencia de estados de derecho, estabilidad macroeconómica, cultura de servicio y capacitación del recurso humano, y el contar con infraestructura física productiva.
Con base en lo anterior, se atraen inversiones en el sector real, se amplían tanto capacidades de las personas, como aumento de oportunidades, en especial por la vía del empleo y el emprendimiento. Estas apreciaciones cobran notoriedad al conocerse que la región estaría requiriendo, como mínimo, de 250.000 millones de dólares a fin de fortalecer la infraestructura referente a carreteras, puertos y aeropuertos.
Afrontar la consecución de objetivos que plantea este desafío de infraestructura física en la región es clave para lograr un desarrollo sostenible en lo económico. Es vital también, en la medida que genera grandes efectos multiplicadores en el empleo, en la conformación sostenibles de empresas, variables siempre con atención pendiente en la región.
Es más, la generación de puestos de trabajo se daría en amplios sectores sociales que no cuentan con grandes niveles de capacitación y que por tanto viven en condiciones de marginalidad, con apremiante urgencia de conseguir puestos productivos. Recuérdese que uno de los programas bandera que permitió superar, en Estados Unidos, el alto desempleo a raíz de la Gran Depresión de 1929 fue el fortalecimiento de la infraestructura física productiva.
Promover la finalidad del bienestar social incluyente en las sociedades es algo en lo que todos deberíamos estar empeñados, pero eso se logra principalmente mediante el fortalecimiento de circuitos productivos que -conservando el medio ambiente- permitan la integración social. En esto tiene un papel de primer orden el referido aumento de capacidades -educación y capacitación- y de oportunidades para las personas, con especial énfasis en los grupos más vulnerables.
Mediante la generación de empleo y emprendimientos, por medio de la promoción de la demanda efectiva en los diferentes mercados de los países, asociada a factores de competitividad, se pueden generar y fortalecer dinámicas que aseguren mejores y sostenibles condiciones de bienestar. Aquí lo importante a subrayar es el rasgo de la sostenibilidad.
Dar prebendas que no se corresponden con la ética del trabajo y del esfuerzo pueden fácilmente desembocar en condiciones insostenibles, tal y como ocurre, con mucho, en la realidad actual de crisis humanitaria en Venezuela, la potencia petrolera latinoamericana.
En todo este contexto es de reconocer que existen dos grandes esferas de la economía. Por una parte, la economía real, la que tiene relación directa con la producción de bienes, servicios y empleo, y por otro lado la economía financiera o bancaria, que se nutre en lo fundamental del movimiento de valores bursátiles, de derivados financieros.
Por supuesto que los mercados financieros son indispensables para el buen funcionamiento de los sistemas socioeconómicos. No obstante, esos mercados -tanto como los de bienes y servicios, y los de factores de producción- son medios y no fines en la generación de riqueza.
Tómese en consideración que esa esfera de economía financiera mueve al año unos 750 trillones -millones de millones de dólares (mmd)- en tanto que la economía real contendría -a manera de producto interno bruto del planeta- unos 72 (mmd) dólares. Existe pues, una tendencia marcada ya al parecer creciente, al desequilibrio entre estos dos ámbitos económicos. Los desempeños de estos nos afectan constantemente en la vida diaria, ya sea de manera directa o indirecta.
Como parte de procesos sostenidos e integrales de desarrollo, todos estamos de acuerdo en forjar sociedades libres, justas, sostenibles en su bienestar, y, ante todo, sociedades solidarias en las convivencias de personas y diferentes grupos o clases sociales. Eso implica contar con mecanismos que aseguren la equidad en lo social, la sustentabilidad en lo ecológico o del medio ambiente, la eficiencia productiva y sistemas democráticos reales en lo político.
Tratar de imponer sistemas excluyentes, que reactivan economías, pero que a la vez generan marginalidades, es continuar con altos costos sociales. Es la prolongación de tragedias que desde luego están ausentes en las frivolidades del entretenimiento nuestro de cada día.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor Titular, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia
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