El primero en las encuestas para la presidencia defiende la dictadura militar, odia a los homosexuales y cree que los negros son “gordos y perezosos”
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NO CREE ser una amenaza para Brasil, como dice en su portada la revista The Economist. Jair Bolsonaro, el primero en las encuestas presidenciales, apuñalado hace tres semanas en un acto de campaña, tiene como segundo nombre “Mesías” y promete la “salvación” de un país que enfrenta la peor recesión económica de su historia.
“Si él ganara, podría poner en riesgo la propia supervivencia de la democracia en el país más grande de América Latina”, ha escrito la revista con sede en Londres. Sin embargo, sus seguidores, ubicados en las grandes ciudades brasileñas, creen que es el mejor aspirante para resolver la crisis económica y política de la nación.
Lejos de aquellos días en los que Brasil llevó a crear los ‘Brics’ y se presentó como la primera potencia “pacífica” del mundo, hoy, a menos de 20 días de las elecciones del 7 de octubre, el panorama es sombrío.
La política pasa por un momento de total deslegitimación. Sus representantes, tanto de derecha como de izquierda, han sido objeto de investigaciones por corrupción o están en la cárcel. Hace dos semanas a Luiz Inácio Lula da Silva -el hombre más popular del país- se le confirmó una sentencia de condena intramural que le impidió hacer campaña, lo que lo obligó a elegir sucesor, Fernando Haddad.
La izquierda, sin embargo, no ha sido la única envuelta en escándalos de corrupción. Miembro de una familia tradicionalmente política, Aecio Neves -candidato hace cuatro años- también ha sido condenado por sus vínculos con la constructora Odebrecht.
Los casos de Neves y Lula, como la realidad de que parte importante del Congreso está siendo investigado, no son los únicos temas que hoy le preocupan a Brasil. A ellos se suma una crisis económica que no da espera y golpea a una población acostumbrada a un crecimiento estable en los últimos años.
En septiembre, la cifra de desempleo llegó al 12% al mismo tiempo que la recesión presentó cifras jamás vistas, llegando a ser la peor de su historia. De las 50 ciudades más peligrosas del mundo, sietes son brasileñas, otro tema que preocupa sobre todo en las grandes metrópolis cariocas, donde Bolsonaro tiene su base electoral.
Evangélico y militar
Lleva siete períodos en el Congreso de Brasil defendiendo su doctrina basada en el conservadurismo social y el neoliberalismo. Bolsonaro no es una figura nueva y sus comentarios tampoco. Desde que llegó a la política en los 80, luego de pasar por fuerzas militares, siempre ha defendido la dictadura militar (1964-85) y ha sido crítico de los homosexuales.
Recientemente, el candidato del Partido Social Liberal y Partido Progresista se ha vuelto cristiano evangélico, situación que ha marcado su discurso con un tinte religioso indiscutible. “Yo creo en Dios. Soy católico (...). He leído la Biblia entera con atención”. Le llevó siete años leerla. “Usted tiene buenos ejemplos allí”, ha dicho.
Aparte de su inclinación religiosa, Bolsonaro es un fiel defensor del libre mercado. Apoyado por el economista brasileño Paulo Guedes, uno de las mayores figuras de los “Chicago Boys” en Brasil, el candidato defiende la simplificación “brutal” de las empresas y la privatización de la mayoría de bienes del estado, como contramedida a las decisiones tomadas por la izquierda en la última década.
Hombre de frases
Tres semanas fuera de las calles por un atentado en su contra no han hecho que Bolsonaro pierda vigencia. La prensa internacional y local lo han puesto en sus páginas como el principal candidato para dirigir Brasil, después de aparecer de primero en la última encuesta de la firma Datafolha, que le da 28%; detrás suyo, varios puntos abajo, se ubica Haddad con 16%.
El fenómeno que ha generado este exmilitar se debe a las circunstancias internas del país, como la recesión y la corrupción, pero también a una manera de hacer política que apela a los “miedos” como base de su discurso.
Bolsonaro es, sin duda, un populista. Y como buen populista vive de las frases. De las declaraciones sustentadas en la incorrección política y las emociones, que despiertan un ánimo revanchista y anti-liberal en el electorado.
Sus frases más polémicas han sido sobre la dictadura militar, a la que defiende y critica a la vez, porque cree que le faltó “mano dura”. “El error de la dictadura fue torturar y no matar”, dijo hace unos años en una reunión con manifestantes.
En 1998, cuando ya se posicionaba como una de las figuras más diletantes de la derecha, Bolsonaro se refirió a la dictadura chilena. “Pinochet debería haber matado a más gente”.
La última vez que se refirió al régimen militar que gobernó Brasil criticó a la Policía Militar (hoy inexistente) por su falta de efectividad. “La PM debería haber matado a 1.000 y no a 111 presos”.
Pero el tema militar no ha sido el único polémico a lo largo de su carrera. Homofóbico, el candidato ha dicho que “prefiero que un hijo mío muera en un accidente a que aparezca con un bigote por ahí” y también expresó: “si veo a dos hombres besándose en la calle, voy a golpearlos”.
De aposta, impertinente o plenamente consciente de lo que dice, Bolsonaro también ha atacado a las mujeres. A una diputada en un debate en el Congreso le dijo: “No te violan porque no lo mereces” y poco tiempo después aclaró que “la mujer debe ganar un salario menor porque está embarazada”.
No sin antes referirse a las personas que viven en los suburbios de las grandes ciudades brasileñas, quienes en su mayoría son negras. “Son gordos y perezosos”, les ha dicho.
Todos los sondeos aseguran que al menos Bolsonaro pasará a la segunda vuelta de primero. Luego, en el ballotage, empataría con Haddad o Alckim.
Brasil entra en el terreno del populismo a fondo, sin tapujos, reviviendo un pasado militar y defendiendo la incorrección política como bandera electoral. ¿Llegará el mesías?