El desaliento, mediado por un golpe económico, una guerra y una pandemia, ha sido constante entre mujeres y hombres que, sin embargo, han sabido enfrentar los desafíos existenciales con la conversación y el intercambio de ideas, transformando sus vidas y la de otros.
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A UNO de esos criollos que trabajaba en la Pampa argentina le cambió la vida el ferrocarril. Un día cualquiera en la Argentina del general Roca, Facundo, anonado por eso que en el litoral los migrantes europeos llamaban modernidad, empezó a arar la tierra con una máquina que traía la bulliciosa (y contaminante) locomotora a su pueblo y, por primera vez, pudo visitar Buenos Aires sin que sus piernas quedaran calcinadas de tanto chasparreo con el lomo de su caballo. Comprendió, entonces, que su mundo enfrentaba un cambio, al que él prefirió llamar adaptación.
Adaptarse ha sido siempre un reto para la gente como Facundo. Los cambios muchas veces llegan sin avisar, y rompen, modifican o adaptan vidas, relaciones. De pronto, este granjero argentino dejó de cantarle a sus bueyes con los que araba la tierra; la inspiración fue reemplazada por el ritmo, casi siempre igual, del motor de un tractor John Deere. Y su hija Rosa dejó de mimar al gran buey de nombre Cantón, que se hacía viejo e inútil ante la máquina. Sin embargo, Facundo supo que la inevitable transformación no significaba el fin de su labor: el mundo necesitaba los cereales, la alfalfa y la carne argentina. Y él estaba ahí, con Rosa y su mujer, para producirlos.
Inevitablemente, el trabajo y la adaptabilidad han definido parte central de la existencia de los seres humanos. Mientras haya tierra que labrar, camisas que tejer o chips que producir, la vida será menos dura que cuando disminuye la posibilidad de producir bienes o servicios. La existencia, no la condición humana -invariable-, cambió en 1929 por la inerme relación entre empleo e ingresos; entre promesas y realidades (el populismo); entre paz y guerra.
Ante el desempleo, el peor mal del siglo XX según Eric Hobsbawn, la adaptación es más difícil. No sólo desafía lo material ante la precariedad o insubsistencia de ingresos, sino que quita de tajo la actividad susceptible de adaptación: no hay tierra que arar.
Mediada por un temor invisible que a Facundo también le tocó enfrentar en 1914, la peste, y sin tanta tierra para arar y producir, la vida se volvió una carrera por la subsistencia. ¿Es 2020 esta carrera insospechada por subsistir? Ya no sólo metafóricamente, pero en su plena realidad, parece atractivo decir que sí. El miedo ha sido siempre más poderoso que el deseo de libertad y lo que este conlleva para producir ideas, dice el historiador Theodore Zeldin.
El miedo, sin embargo, también es transformador. Para Zeldin, en “Historia íntima de la Humanidad”, “cuanto más difíciles sean los contextos a nuestro alcance, menos inevitablemente e insuperable parecerán las dificultades”. El miedo ante lo desconocido, mediado por la nostalgia de un mundo que desaparecía entre los olores de las hortalizas pampianas, le dio más ganas a Facundo para convertir a su país en la despensa del mundo.
Es que no es la primera vez que todo se ve complicado. “El cielo se venía abajo”, decían en la China de los Ming cuando la violencia y las hambrunas avanzaban sin piedad. Y, sin embargo, al mismo tiempo el imperio transformó, en esas gigantes tierras, la agricultura, impulsada por el coraje de hombres y mujeres.
La microhistoria, aproximación tan interesante para contar grandes fenómenos desde los relatos íntimos de las personas, muestra que la vida es dura, pero siempre hay formas imaginativas capaces de superar los retos colectivos. No a través de utopías, que han buscado eliminar sin entender que toda transformación requiere de una convergencia entre el pasado, presente y futuro, demostrando ser inútiles cuando se vuelven proyectos políticos, económicos o sociales. Es con la adaptación y el intercambio de ideas. Siempre ha sido así, aunque los distópicos, alentados por la obsesión que trae el discurso de la crisis, hayan creído que el pasado permanentemente hay que borrarlo.
En casi seis meses de este 2020, el intercambio de ideas ha sido positivamente aterrador. Poco a poco se empieza a aceptar primero el fracaso -sí, no haber prevenido la pandemia desde la política y la ciencia- y lo que éste puede traer para transformar la economía y generar empleo. Para dar un nuevo sentido del rumbo, “se necesita incluir, en mayor o menor medida, la certeza del fracaso: pero, si el fracaso se espera y estudia, no tiene por qué destruir el valor”, dice Zeldin.
Antes cuando la gente perdía la orientación, lo que la aliviaba era “el cambio de foco de su mirada”. Hoy se procesa tanta información que es difícil saber a dónde mirar. En la conversación entre unos y otros, entre los que toman las decisiones colectivas y los que las reciben, se pueden encontrar los principales focos para dirigir la mirada. El cambio, más que nunca, debe estar mediado por escuchar y reflexionar en comunidad. En pensar. No tanto por la aceptable aproximación a la vida de aquellos que buscan la paz espiritual, sino porque la experiencia compartida lleva a un sentido de las cosas.
No existe una “hoja de ruta” que conlleve a la superación de una crisis o a reinventar el trabajo, ha sido la conclusión de varios pensadores en el grupo de trabajo “reimaginando el trabajo” (Reimaginning Work). El New Deal fue exitoso en todos los frentes, pero demoró en recuperar la economía de los Estados Unidos hasta 1939, diez años. Para el historiador Anthony J. Badger sirvió, más que todo, para mostrar que una democracia liberal era capaz de gobernar como mediano éxito. Esta vez, quizá, se puede reforzar esa idea.
Evito decir reinvención, así que prefiero hablar de experiencias. La ficción de Facundo y la microhistoria de Zeldin son relatos que, aunque no cambien estructuras, muestran que los seres humanos encuentran respuestas entre “lo corriente y lo exótico”, entre el pasado y el presente, para resolver los problemas actuales.
La experiencia debe servir, también, para evadir respuestas utópicas y distopías, tan tentadoras. Y, en cambio, proponer alternativas desde lo local, desde lo micro, que lleven potencialmente a mejorar la existencia.
*Candidato a Mphil en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Oxford.