Existen movimientos militares y policiales que en la actualidad están teniendo lugar en Brasil y se dirigen como objetivo inmediato, a protestar ante el Congreso y las Gobernaciones de ese país suramericano. Considerando la perspectiva autoritaria del régimen de Jair Bolsonaro, se abren concretas posibilidades de que lo que hoy observamos, sea el preludio de serias amenazas contra la institucionalidad del país.
Esto cobra mayor significado, cuando es precisamente desde la cabeza del Ejecutivo, desde el Palacio de Planalto, desde donde se alienta, se le da fuerza a un movimiento de desgaste a las instituciones democráticas, aún con todo lo desacreditado que el gobierno pueda estar.
Por supuesto que en todo esto se trata de percepciones. Bolsonaro apuesta a que una gran mayoría de la gente puede darle un importante respaldo. Es al final el beneficio de la duda, ahora que aún puede tener cierto capital político. Hacer la presión para cambios de ley una vez que haya más desgaste del Gobierno, es algo que puede resultar arriesgado.
En cambio, por otro lado, sí se tiene más certeza en el rechazo y la baja credibilidad de algunos gobernadores y muy en especial el desgaste y desprestigio del Congreso. Con esos elementos el presidente de Brasil estaría fortaleciendo su presencia, su protagonismo y el peligro de una posición más autoritaria.
Las bases para estos planteamientos lo brindan datos y hechos de reciente actualidad. Véase cómo ocurrió el motín de una parte de la policía militar en el Estado de Ceará. Además, el pasado 19 de febrero se hicieron disparos, un atentado a la vida, del senador Cid Gómez, quien pertenece al Partido Democrático Laborista (PDT).
Se estaría configurando un escenario que podría derivarse en un golpe de Estado, en un auto-golpe. Similar, hasta cierto punto, al que llevó a cabo Alberto Fujimori en Perú, el 5 de abril de 1992. En este último caso se indicaba en esa época, que el 82 por ciento de la población apoyó tal medida. El elemento clave era el gran desprestigio que tenía el Congreso del Perú.
Los movimientos más bien operativos, en función de consolidar un régimen más autoritario desde Brasilia, se van hilvanando en hechos que incluyen que Bolsonaro se está rodeando cada vez más, de generales y oficiales de las fuerzas armadas en los ministerios.
Están reemplazando a técnicos que han hecho largas carreras de aprendizaje en el sector público. Se está substituyendo lo que John Kenneth Galbraith (1908-2006) denomina “tecnostructura”. Al respecto, y en especial atención a las agencias de gobierno, a temas del neoinstitucionalismo, véase la obra de este autor estadounidense: “El Nuevo Estado Industrial” (1967).
Por si aún quedan dudas del antagonismo entre el poder Ejecutivo y el Legislativo, nótese cómo el radical general Augusto Heleno, jefe del Gabinete de Seguridad Institucional, no tuvo ningún remilgo en llamar “chantajista” al Congreso de Brasil. De otro lado, y de manera complementaria y no por ello menos importante, Bolsonaro parece estar colocando toda la carne al asador en función de alentar la protesta “popular” contra el Congreso de Brasil el 15 de marzo próximo. Tal y como la investigadora Eliane Brum lo documenta, la consigna central es: “¿Por qué esperar al futuro si no recuperamos nuestro Brasil?”.
Además del fortalecimiento de la protesta, hay otro elemento perteneciente a la gran estrategia que se percibe por implementar. Se trata de que los policías militares de los diferentes estados brasileños están –óigase bien- proclamando su autonomía. Tal y como Brum lo documenta, es posible inferir que estos elementos de las fuerzas policiales están teniendo como rehenes a gobernadores, dirigentes y población en general. Existen datos que muestran la perspectiva de aterrorizar los barrios marginales –favelas- mediante el uso de la fuerza del Estado.
El mayor riesgo en este caso, es que los policías militares no respondan a los gobiernos estatales y con ello violen abiertamente la Constitución. De manera que todo el andamiaje del Estado tanto jurídico como funcional y organizativo, basado en la Carta Magna, se quedaría en algo decorativo, casi anecdótico, en papel mojado. Eso sí, teniendo en Bolsonaro al líder único. “Para los bajos rangos del ejército y de los cuarteles de la policía militar, Bolsonaro es el jefe”.
El límite hasta dónde puede llegar este posicionamiento del presidente de Brasil estará dado por la capacidad de reacción de las instituciones y por qué tanto grado de impunidad sea manejable para el gobierno actual de Brasil. En esto nótese que las entidades y su propia capacidad de actuar, de no perder la iniciativa, como acostumbra señalarse en estrategia de ajedrez, está relacionada con el monto de recursos financieros se puedan tener a la mano. Y desde luego son los ejecutivos de Bolsonaro, los que manejan, desde los ministerios respectivos, esta fuente de efectivo. Las entidades sencillamente pueden ahogarse.
Mientras la pelea se dirime, el país se mantiene relativamente en suspenso. Bueno, ya pasó el carnaval y con ello el motivo de mayores distracciones. Es muy probable que los agentes económicos apuesten por esperar, por continuar observando a raíz de los acontecimientos, que rumbo tendrán sus decisiones en cuanto a invertir, apoyar a candidatos o a políticos en general.
El mismo presidente de Brasil lo sabe. No puede tensar tanto las relaciones a tal punto que la dinámica termine en un desastre de Gobierno, afectando a sus aliados y fallando el flechazo que se dirige contra la institucionalidad. En esto de la política, en un juego de espejos y humo, también hay límites. Los acontecimientos fuera de curso, también pueden devorarse al actual inquilino en el Palacio Presidencial de Planalto.