En Enrique IV de Shakespeare, Glendower le promete a Hotspur que puede comandar algo más que los elementos: ‘Puedo llamar a los espíritus desde la vasta profundidad’. ‘¡Bah!, también puedo yo hacerlo y todo hombre puede; pero ¿vendrán cuando los llamas?’, le responde Hotspur. ‘¡Bah!, primo, puedo enseñarte a comandar al diablo’, concluye Glendower.
Este libro, junto a La Tempestad y otras obras de Shakespeare, se hallaba en la biblioteca del fuerte del cabo de Costa de Oro (hoy Ghana), el principal centro del monopolio británico de la trata de esclavos durante el siglo 18. De la historia de ese fuerte se ocupó William St. Clair (Fellow de Trinity College, Cambridge), y, como Glendower, llamó con éxito a viejos espíritus en The Grand Slave Emporium: Cape Coast Castle and the British Slave Trade (sin traducción al castellano). Esclavistas, comerciantes, militares, evangélicos, mosquitos, libros, pozos, barcos, esclavos y hasta lunas llenas, todos vuelven a la vida bajo el llamado de St. Clair.
En el siglo 18, miles de esclavos fueron embarcados por los británicos con destino de Jamaica, el sur de los Estados Unidos y la América española, para explotar las minas de plata y de oro, así como las plantaciones de caña y algodón, entre otros. El fuerte blanco de la Costa de Oro fue un punto central en el comercio de esclavos, una parte fundamental del incipiente capitalismo y un pilar de las economías y estructuras sociales de los imperios del mundo Atlántico.
En un archivo sin consultar, en Londres, St. Clair redescubrió una sorprendente cantidad de documentos (cartas, impresos, diarios, cuentas, libros) acerca de un lugar clave en la trata de esclavos del mundo atlántico. Dispersa en miles de folios, está la historia, la vida misma por más de un siglo (1713-1807), del fuerte británico del cabo de la Costa de Oro. En medio de los legajos, St. Clair encontró incluso arañas aplastadas, un indicio más, aunque algo aterrador, de la vida en ese lugar inhóspito.
Esta no es una historia convencional sobre la trata de esclavos. St. Clair se ocupa de la historia del fuerte exclusivamente. Eso es lo que los historiadores llamamos una microhistoria, es decir, un estudio concentrado en el tiempo y espacio sobre una institución, individuo o lugar tratando de responder a preguntas generales sobre grandes problemas de las sociedades (relaciones raciales, estructuras de dominación social, capitalismo, imperios, etc.). El protagonista es el fuerte dirigido por la Compañía del Mar del Sur, sus alrededores y sus tristes y felices habitantes, pero la inquietud principal de St. Clair es el gran tema de la trata de esclavos.
Estamos ante un historiador serio que escribe sobre un tema serio, pero sin excesiva seriedad. La prosa de St. Clair tiene gracia, ritmo y sobriedad; su olfato por la buena anécdota, en particular, es digna de elogio.
¿Qué aprendemos con este hermoso libro? Muchas cosas. Aprendemos, primero, sobre la vida cotidiana del fuerte: la lucha contra los elementos naturales, las enfermedades, el tedio y los coqueteos homosexuales en medio de la escasez de mujeres. Aprendemos que uno de los lugares más tristes y crueles de la humanidad no era ajeno a la cultura, pues la biblioteca del fuerte blanco albergaba miles de volúmenes, incluyendo la Biblia y las obras de Shakespeare.
Aprendemos también sobre quiénes dirigían el fuerte, qué los motivaba a instalarse en ese rincón del mundo, cómo se pactaban las compras de esclavos con las tribus y reinos africanos, cuánto costaban dependiendo de la edad y el sexo, dónde los encadenaban y cuáles eran los remedios caseros de la época contra la hinchazón de testículos, un mal común que no pasó desapercibido para Daniel Defoe (lamento defraudar a quien esperaba encontrar una solución ‘casera’ u ‘homeopática’ a estos males. No funcionaban: St. Clair cuenta la historia de un hombre desesperado que se operó a sí mismo y murió en el intento).
Quizás, una de las partes más fascinantes del libro sea acerca de las concepciones contemporáneas sobre la esclavitud. ‘Aventureros’ en lugar de ‘esclavistas’ era como se denominaba a estos hombres en aquel tiempo. Un gran número de personas se sentía incomoda, e incluso arrepentida, de tratar a otros seres humanos como propiedades.
El pudor sobre este tema envuelve las novelas de Jane Austen, cuyos personajes enriquecidos en las Indias occidentales conocemos poco. Aunque había numerosas justificaciones y tratados religiosos sobre la esclavitud, St. Clair reconstruye las impresiones de los hombres en la Costa de Oro, no en la remota metrópolis de Londres o en los confines de un condado inglés. El trato inhumano que muchos contemplaron en África sacudiría los cimientos del imperio británico. No muy lejos de la Costa de Oro, en Sierra León, Zachary Macaulay, miembro de la Secta de Clapham y famoso abolicionista, encontró su vocación espiritual: luchar por el fin de la trata de esclavos de regreso en Londres.
Hoy, el mar ahoga el pasado lejano del cabo de la Costa de Oro. De ese pequeño infierno se levanta solamente y se extiende sobre el litoral la sombra del fuerte. No ha quedado rastro de los libros de Shakespeare, los borrachos tumbados sobre la playa estrellada jugando cartas y recitando poemas, las señoritas escocesas saltando sobre las camas luego de ser espantadas por las tarántulas, o el eco nocturno de las cadenas...
St. Clair ha logrado, con admirable esfuerzo y equilibrio, un ejercicio hermoso de imaginación histórica. Nos conduce a uno de los epicentros del infierno, es cierto, pero nos evita caer en otros círculos peores: el olvido, la indiferencia, la ignorancia. Gracias a su libro redescubrimos un mundo olvidado cuyas vidas tenían sentido y valor, tanto como la suya y la mía, aunque hoy cueste creerlo.
*Candidato a Doctor en Historia de la Universidad de Oxford