La semana pasada, en Santiago de Chile, se firmó un documento que le da inicio a una nueva organización regional que se une a una larga lista de 11 instituciones multilaterales. Algunos estiman que su creación no es necesaria y que por el contrario, lo que se necesita es la depuración de las ya existentes. La politización de las mismas, el mayor problema para su efectividad
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UN DESEO que viene desde la constitución de las repúblicas latinoamericanas, la integración regional, ha estado marcado por los cambios ideológicos de los gobiernos de turno.
Como a finales de los 90, cuando cayeron los gobiernos neoliberales, hoy el panorama es radicalmente distinto al de hace 20 años, cuando el Socialismo del Siglo XXI se presentó como principal fuerza política en la región. La derecha, en sus diferentes manifestaciones, desde la socialdemocracia de Manuel Vizcarra en Perú hasta la ultraderecha de Jair Bolsonaro en Brasil, ahora domina el escenario político y busca, mediante la convergencia ideológica, crear instituciones que se acoplen a sus ideas.
Escondida en un edificio rectangular y posmoderno en Quito, Unasur, la Unión de Naciones Suramericanas, está a punto de ser disuelta por su inactividad. Para el canciller boliviano, Fernando Huanacuni Mamani, sin embargo, “sigue vigente y mientras todos no decidan otra condición, seguirá existiendo”.
Colombia, Argentina, Brasil, Perú, Paraguay, Chile y Ecuador han decidido abandonar la organización. Quito no está de acuerdo con el “uso político” que “se le ha dado en los últimos años”. “Ecuador está comprometida con la integración regional, pero que funcione: que efectivamente integre países y pueblos. El futuro de nuestros países será más próspero y de mutuo beneficio si tendemos puentes de unión”, declaró Lenin Moreno, presidente de la nacional meridional.
Los ecuatorianos, principales financiadores de la organización con Brasil y Venezuela, durante el gobierno de Rafael Correa, no solo han hecho público su deseo de salirse, sino que también han dicho que el edificio, donde opera el organismo, costó alrededor de US$40 millones y que se convertirá, en el segundo semestre de este año, en la Universidad Intercultural de las Nacionalidades y Pueblos Indígenas Amawtay Wasi.
Sin sede y con escasos cuatro miembros (Bolivia, Venezuela, Surinam y Guyana), Unasur está destinada a desaparecer. Pero, ¿qué tan necesario es que sea reemplazada por el Foro para el Progreso y Desarrollo de América Latina (Prosur)? ¿Es, en todo los sentidos, un fracaso institucional?
Integracionismo de izquierda
Es difícil evaluar la ejecución del organismo que, ante todo, ha sido criticado por servir más a los intereses políticos de gobiernos de izquierda, antes que destacarse por grandes esfuerzos para promover la integración regional, independientemente de la posición ideológica.
En una organización multilateral, al menos en Latinoamérica, parece inevitable guiarse por las tendencias políticas de los países miembros. Esa idea, preconcebida desde la fundación de la Organización de Estados Americanos, OEA, ha sido defendida tanto por gobiernos de izquierda, que han atacado a esta última de servir a los intereses de Washington, como por gobiernos de derecha, que han dicho que el Alba, otra organización fundada durante el auge del Socialismo del Siglo XXI, solo defiende posturas socialistas.
Aunque en el papel parezca cierto, la política comparada demuestra que esta no es más que una afirmación sin sustento. En Europa, por ejemplo, desde 1993, los países se han puesto de acuerdo para construir un bloque regional que hoy integra a 27 naciones, más allá de sus tendencias ideológicas.
No deja de ser cierto que en este momento existen grupos que buscan la desintegración de la Unión Europea (UE) o su reestructuración. Esto ha llevado a que existan complejos procesos políticos como el Brexit (salida de Reino Unidos de la UE) o haya un auge de los nacionalistas, que buscan como principio básico mayor autonomía de las decisiones del centro del bloque, Bruselas. Sin embargo, los valores regionales y los proyectos multilaterales, a nivel político, económico y social, siguen intactos.
En América Latina no es así. Dominados por las tendencias ideológicas de la mayoría de miembros, los organismos regionales como Unasur han padecido de un exceso de política y una escasez de planeación técnica.
En 2004, en Cuzco, durante el gobierno de Ollanta Humala, surgió este bloque regional. Cuatro años después dejó claro que, como lo dice el Tratado Constitutivo, buscaba “construir, de manera participativa y consensuada, un espacio de integración y unión en lo cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, las políticas sociales, la educación, la energía, la infraestructura, el financiamiento y el medio ambiente”.
El organismo, que surgió con un propósito integracionista de Hugo Chávez, Lula da Silva, Néstor Kirchner y Evo Morales, logró que Colombia, gobernada por Álvaro Uribe, hiciera parte del bloque, buscando mayor pluralidad entre sus integrantes. Esto, sin embargo, no cambió su inclinación, denunciada por presidentes como Lenin Moreno o Iván Duque, a favor de gobiernos de izquierda, como el de Nicolás Maduro.
En medio de un proceso de derechización en el continente, que empezó con la llegada de Mauricio Macri, en 2015, la Unasur ha sido criticada por guardar “silencio cómplice” frente a Maduro, que ha sido señalado de cometer crímenes de lesa humanidad.
Decepcionados, diferentes países han hecho énfasis en que Venezuela, a pesar de sus dificultades internas, sigue teniendo influencia en el manejo de la Unasur. Tal afirmación toma fuerza si se tiene en cuenta que el régimen chavista ha sido expulsado de organizaciones como Mercosur, donde en los tiempos de Hugo Chávez tuvo gran ascendencia.
Independiente de su inclinación política, el problema de este bloque es su falta de operación. Aunque cuente con 12 consejos con misiones específicas desde salud hasta derechos humanos, en 11 años se ha sabido poco de sus avances. Para Lenin Moreno se trata de un problema de politiquería. “Enviamos misiones de alto nivel a todos los países miembros para encontrar una salida, los cancilleres se entrevistaron en diversos foros, propusimos reconfigurar una agenda para que la Unasur se concentre solo en temas positivos, sin la politiquería perversa de los autodenominados socialistas del Siglo XXI”, dijo el Presidente hace poco.
Ahora bien, aquellos consejos han cumplido funciones que denotan una organización operacional en algunas regiones del continente. El Consejo de Salud Suramericano, por ejemplo, ha ayudado a implementar políticas públicas en el área así como a realizar investigaciones de alto nivel científico. Pero hay consejos, como el de Infraestructura y Planeamiento, cuyo objetivo es “concretar la construcción de redes de infraestructura, transporte y telecomunicaciones” en la región, algo que no se ha visto.
Prosur, ¿uno más?
Hace una semana y algo más, ocho presidentes firmaron una declaración en Santiago de Chile para crear un “espacio regional de coordinación y cooperación sin exclusiones, para avanzar hacia una integración más efectiva que nos permita contribuir al crecimiento, progreso y desarrollo de los países de América del Sur”. Se trata de Prosur, el organismo promovido por Iván Duque y Sebastián Piñera, que entraría a reemplazar a la moribunda Unasur.
La implementación del organismo será gradual, dice el texto, y tendrá “una estructura flexible, liviana, no costosa, con reglas de funcionamiento claras”. Busca entre otras cosas, acabar con la pesada burocracia de Unasur, han dicho algunos de los miembros.
En el papel este nuevo bloque regional es el escenario predilecto para reemplazar a la organización fundada por la izquierda suramericana, hoy oposición en la mayoría de países. A pesar de que aún no se ha firmado un tratado de constitución, parece claro que esta será una organización que defienda ideologías como el libre mercado y el neoliberalismo, algo con lo que los países socialistas no estarían del todo de acuerdo. ¿Se caería, entonces, de nuevo en la politización institucional? Aún no es posible saberlo.
Otro interrogante es su necesidad. Latinoamérica se destaca por tener numerosos organismos multilaterales, unos más efectivos que otros. Hoy los 12 reconocidos son: Aladi, Alba, Alianza del Pacífico, Caricom, Celac, Comunidad Andina, Grupo de Lima, Mercosur, Parlatino, Sistema de Integración Centroamericano y Unasur.
Esas instituciones, marcadas en algunos casos por visiones políticas de derecha o izquierda, demuestran que la región no ha logrado un proceso de integración basado en una organización estructural. Por el contrario, acá persiste una idea diversificada y fraccionada de la integración regional.
Para darse cuenta de ello solo basta con ver la comparación hecha por el profesor de la Universidad de Columbia, experto en Latinoamérica, Christopher Sabatini. “Prosur se podría transformar fácilmente en lo que fue la Alianza Bolivariana para los Pueblos de América (Alba), organización lanzada por el fallecido expresidente de Venezuela Hugo Chávez para reunir a los miembros de su proyecto socialista de siglo XXI y creada en contra del Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), un acuerdo auspiciado por Estados Unidos”.
“Cuando un bloque tiene como único objetivo implícito de nacimiento ser respuesta a otro bloque con el cual no comparte visión, no hace más que seguir emparchando una integración que necesita un liderazgo real y no diversificado”, escribió Sabatini en The New York Times.
América Latina cuenta con más de 40 pactos derivados de estas organizaciones y otra serie de acuerdos de orden político y económico. Muchos de ellos se contradicen entre sí. Parece, más bien, el momento de hacer una depuración y mirar, de una vez por todas, cómo se construye un bloque regional, de verdad.