AMÉN de ser el archivo privado de los papas es uno de los centros de investigación histórica más importante del mundo. Es el Archivo Secreto del Vaticano que posee más de 150 mil documentos divididos en cerca de 650 fondos de archivos distintos. La extensión de sus estanterías es de más de 850 kilómetros lineales (casi lo que hay de Bogotá a Cartagena) y contemplan más de ochocientos años de historia.
Actualmente el acceso al archivo está restringido a investigadores e historiadores, previa acreditación y visto bueno del Vaticano.
Los primeros archivos de la Sede Apostólica se crearon en el siglo IV en la Basílica de San Juan de Letrán, pero fueron destruidos y algunos de ellos se rescataron para ser llevado al Castel Sant´Angelo, pero, en el siglo XVII el papa Paulo V decidió organizarlos tal y como funcionan hoy: Bajo la reserva pontificia.
En 1810, por orden del emperador Napoleón, los archivos de la Santa Sede se trasladaron a París y luego volvieron mutilados al Vaticano en 1817. Mientras tanto, varios cardenales accedieron a los fondos bibliográficos y documentales y quemaron expedientes para deshacerse de pruebas que la Santa Sede podía usar en su contra.
En 1884, León XIII expidió una normativa acerca del Archivo y decidió fijar la confidencialidad, no obstante que ya el papa Juan Pablo II en el año 2002 decretó de forma extraordinaria y a partir del 2003, la disponibilidad a investigadores de documentos relacionados con Alemania entre el período 1922-1939 para contrarrestar las críticas de algunas organizaciones respecto a la posición de la iglesia católica con el genocidio de los nazis.
La decisión que ha tomado mediante Motu propio el papa Francisco, para que a partir del 3 de marzo de 2020 se puedan revisar la documentación del período comprendido entre 1939 y 1945, fechas que enmarcan a la Segunda Guerra Mundial, es muy importante, para poder así develar la verdadera posición del papa Pío XII en relación con la protección y acogimiento de los judíos en forma secreta en el Vaticano, o el supuesto apoyo pontificio a los gobiernos fascista de Mussolini y Nazista de Hitler, respectivamente. En esos momentos, se vivieron los terribles y trágicos días entre el 12 de septiembre y el mes de octubre de 1943, por la ocupación nazi de Roma y la deportación de los judíos del Gueto de la Ciudad Eterna.
Como se sabe, el jefe de las SS de Roma, un oficial alemán de apellido Kappler pidió 50 kg de oro antes de 36 horas, de lo contrario 200 judíos serían arrestados y deportados a Alemania. Los judíos tan sólo consiguieron 35 Kg de oro y los católicos de Roma hicieron llegar a la Sinagoga los 15 Kg faltantes, pero, creyéndose a salvo por haber pagado el valor del rescate, 1.259 judíos fueron apresados y llevados a un Colegio Militar a orillas del Tíber donde fueron torturados. Los gritos llegaron a los oídos de la princesa Enza Pignatelli Cortes Aragona, quien con la ayuda de un diplomático alemán se trasladó en carro con bandera alemana al Vaticano, no obstante el toque de queda. Ella llegó hasta el Papa quien a su vez hizo llamar al Secretario de Estado, cardenal Maglione, quien telefoneó al embajador de Alemania para manifestar la queja del pontífice, pero el embajador dijo: “Eminencia, esto no sirve de nada, usted sabe por experiencia que toda protesta pública contra Hitler no sólo no tiene efectos positivos. Al contrario, tiene efectos negativos, él se enfada y se pone furioso, no sólo contra los judíos, sino también contra la Iglesia católica, contra la cual es ya muy hostil”, así que Pío XII, para evitar un mal mayor, a mi juicio guardó doloroso silencio, pues, como lo dijo el papa Francisco, tuvo delante “decisiones atormentadas, de prudencia humana y cristiana, que a algunos podrían haber parecido reticencia”, pero con la esperanza de “posibles buenas aperturas de corazones”.
Ya el padre Peter Gumpel, relator de la causa de beatificación de Eugenio Pacceli, Pío XII, señaló desde 2013, que en aquella época todo pasada a través de la Secretaría de Estado, integrada por monseñor Montini, monseñor Tardini y el Secretario de Estado cardenal Luigi Maglione; ellos eran quienes redactaban las notas y correspondencia de Pío XII con las diversas Nunciaturas en el mundo, las que para los críticos, además de ser un libro cerrado con siete sellos, es el entramado de espionaje más completo del planeta.
En realidad, los documentos demuestran que Pío XII hizo todo lo posible por ayudar a los judíos. Por su parte, siempre se ha dicho que los comunistas, los masones y diversos ambientes judíos han querido desprestigiar la figura del pontífice y arrojar innumerables leyendas negras, no obstante que el Papa y sus colaboradores protegieron y ayudaron a 6.288 judíos, el 63,04 % de los judíos de Roma: 336 fueron ocultados en los colegios pontificios y las parroquias de Roma; 4.112 se escondieron en 235 monasterios; 160 se resguardaron en el Vaticano y sus sedes extraterritoriales y 1.680 judíos extranjeros fueron ayudados por la Asociación Delasem con apoyo económico del Vaticano. Así, Pío XII guio la Barca de Pedro en momentos de tristes tempestades, donde incluso muchos obispos y cardenales eran fascistas o filonazis.
Al decretar la apertura del Archivo en el Fondo Documental de Pío XII, también llamadas “fuentes pacellianas”, Francisco, quien expresó que la Iglesia “no tiene miedo de la historia, dijo estar “seguro” de que se producirá una investigación histórica “seria y objetiva” y con ella se podrán evaluar y dar luz, “con la crítica apropiada” los momentos más significativos del pontificado de Eugenio Paccelli.
*Vaticanólogo