El martes, 1 de enero, Jair Bolsonaro se posesiona como presidente de Brasil en un país que enfrenta una marcada división entre derecha e izquierda. En su gobierno, promete recuperar la economía, generar empleo y combatir la inseguridad, así como eliminar el adoctrinamiento marxista en las escuelas públicas. De entrada, por sus declaraciones, el PT califica su mandato de “vuelta a la dictadura”
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No ES un deja vu de la dictadura (1964-85). Tampoco se puede decir de entrada que será tan exitoso como los gobiernos desarrollistas de Getulio Vargas y Juscelino Kubitschek.
Estadista para algunos, autoritario para otros, Jair Bolsonaro asume el poder este martes en medio de una presunta “radicalización” que, al menos, por ahora, no ha comenzado. Su gabinete, conformado por hombres técnicos, de experiencia (casi todos mayores de 50 años) y algunos de carrera militar (la mitad), indica que en Brasil habrá un giro hacia el neoliberalismo y el conservadurismo social, cuya base serán las fuerzas militares.
Acostumbrados a un crecimiento económico sostenible que llevó a su país a ser considerado como potencia mundial, los brasileños lo han elegido para -como se dice muchas veces en política- ‘volver a ser’. Los últimos años han sido de pánico. La economía no ha crecido más de 2 puntos porcentuales, la inseguridad ha aumentado y, ahogado por su falta de legitimidad, el sistema político ha enfrentado su reto más difícil desde que volvió la democracia en 1985: un outsider que derrotó al modelo tradicional de partidos.
Esta mezcla de indicadores negativos, que generaron un caldo de cultivo para el auge de discursos calificados como mesiánicos, ha hecho que el panorama para el Presidente entrante sea radicalmente distinto al que enfrentaron sus antecesores. Son opuestos al clima que existía aquella vez en que Cardozo se convirtió en el presidente de la transición democrática y prometió gobernar sin los militares; también, se presentan como los tiempos donde el proyecto político genera más divisiones que puntos en común, como contrariamente, en su primero período, logró Luiz Inácio Lula da Silva.
Antes que cualquier medida popular, Bolsonaro debe recuperar la confianza de los brasileños, que, en una mayoría, apoyaron su propuesta, más por necesidad que por creencia, más por rechazo que por gusto. El verdadero reto está en devolverle a la ciudadanía esa visión de un país próspero, que vive obnubilado por la corrupción y las malas decisiones económicas.
Para lograr este reto, este exmilitar de 63 años ha enfocado su gobierno en tres ejes centrales: recuperación económica, seguridad y lucha anticorrupción, todos guiados por el conservadurismo social, una doctrina que ha caracterizado al Partido Social Liberal (PSL), del que es fundador y hoy constituye la segunda fuerza más importante en el Congreso.
Una economía abierta
Por el encargado de la economía brasileña, todos supondrían que el país se abrirá al mercado internacional como nunca lo ha hecho, ni siquiera durante el gobierno de Fernando Collor de Melho, considerado un expresidente liberal. Paulo Guedes, un Chicago Boy con una larga trayectoria en el sector privado, se ha convertido en la mano derecha de Bolsonaro y ha sido designado un ‘superministro’ cuya tarea principal será reactivar la economía.
Defensor de las privatizaciones de todos los bienes del Estado, Guedes ha tenido una serie de declaraciones opuestas a las de Bolsonaro, quien en apariencia es menos neoliberal a nivel económico y cree, en cierta medida, en el rol interventor del Estado.
Tras ganar con el 55% de los votos el 28 de octubre de 2018, Bolsonaro ha logrado un respaldo muy favorable de los mercados financieros y ha dicho que recortará los gastos en pensiones y rebajará los impuestos. Particularmente, ha negado cualquier interés por privatizar Petrobras, un rumor que tomó fuerza durante la campaña presidencial.
El principal problema de política pública en Brasil, lejos de los escándalos de corrupción y la división cada vez más fuerte entre la izquierda y la derecha, es la crisis pensional, que, como han dicho todo los candidatos, resulta “insostenible”.
“No podemos salvar a Brasil matando a personas mayores”, ha dicho Bolsonaro a propósito del tema, pero aún no es claro qué hará el Presidente entrante, teniendo en cuenta su propuesta de recortar el presupuesto pensional. El gobierno gasta cerca del 12% de PIB en pensiones, cuatro puntos porcentuales más que la media de los países de la OCDE (8%).
Otro de las problemáticas que recibe el gobierno son los altos índices de desempleo, que para el cierre de este año llegaron a casi 13%.
Manejo político
La sincronía entre Guedes y el ministro de la Presidencia, Onyx Lorenzoni, un hombre con una probada experiencia en política, será determinante para la implementación de las medidas económicas y su aprobación en el Congreso, donde el bolsonarismo es mayoría, pero cuenta con una sólida oposición liderada por el Partido de los Trabajadores (PT).
Hace poco, sobre la reforma pensional que presentó el gobierno saliente de Michel Temer, la cual es defendida por Bolsonaro, Lorenzoni salió a contradecir a Paulo Guedes y dijo que no se respaldará dicho proyecto, una muestra de los posibles roces que tendrá el gabinete, conformado por muchos hombres de experiencia, tal vez poco proclives a la deliberación continua sobre sus propuestas.
Algunos analistas prevén que, además de una serie de características políticas y personales, Bolsonaro tendrá un manejo político con su gabinete y con el Congreso, similar al que ha tenido Donald Trump en sus ya dos años de gobierno. Parece, sin embargo, que el brasileño, por su formación militar, tiene una idea mucho más clara de las jerarquías y en ese sentido tendería a estar más apegado al orden de mando de las decisiones.
En unos de los congresos “más fragmentados” del mundo, con más de 30 partidos, Bolsonaro ha logrado construir una coalición invitando a sectores de centro-derecha y centro a que trabaje conjuntamente en el legislativo. Por ahora, partidos como el socialdemócrata de Cardozo y el PDB de Michel Temer han dicho que harán coalición con el PSL, la agrupación de derecha de la que hace parte Bolsonaro. Además de ellos, la bancada del BBB (Bois (vaca), Bala y Biblia), una cohesión de pequeños partidos que defiende políticas a favor de la ganadería, el porte legal de armas por parte de civiles y las causas de sectores evangélicos, también ha dicho que respaldará al “Capitán”.
Mano dura
En parte, Bolsonaro fue elegido por la inseguridad en un país que reporta 30,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, cinco más que México. Exmilitar, de ceño fruncido y palabras cortas y certeras, el Presidente entrante ha dicho que les devolverá la confianza a los ciudadanos para que salgan con “tranquilidad” a las calles.
Para lograrlo, ha planteado que buscará ampliar el decreto que les permite a los militares intervenir en las favelas (comunas), cuya temporalidad está fijada en meses. La semana pasada, en Rio de Janeiro, terminó la última operación de las fuerzas militares brasileñas en varias de estas comunidades.
Con 175 muertes por día en un país de 208 millones de habitantes, Jair Bolsonaro ha propuesto derogar el decreto promulgado por Lula, que en 2003 prohibió el porte legal de armas a manos de civiles, para combatir las altas tasas de criminalidad. Cree que de esta manera se reducirán los altos índices de violencia, mismo argumento que presentó Lula hace 15 años, pero bajo una fórmula opuesta.
Este tema, antes y después de las elecciones de octubre, ha generado la crítica de sectores anti armas, que niegan que tenga algún impacto en la reducción de la violencia. Los bolsonaristas, sin embargo, han dicho que la medida no solo será exitosa en ese tema, sino que también representa un triunfo de algunos sectores –sobre todo en el sur- que culturalmente siempre han estado armados como expresión cultural.
Influenciado por un gabinete que tiene siete ministros con pasado militar y por su vicepresidente, el exgeneral Hamilton Mourão, Bolsonaro ha insistido en que las fuerzas armadas tendrán un rol más “protagónico”. Estará por verse qué se entiende por ello, ya que no se puede asegurar de entrada que será, como dice la izquierda del PT, “una vuelta a la dictadura”.
Antiliberal
Conceptualmente, se tiende a confundir el liberalismo con el neoliberalismo. El segundo, como ha aclarado el ministro de Economía, Guedes, hace referencia a un sistema económico basado en privatizaciones y libre mercado. No es así en el caso del primero, que se entiende como un modelo de principios políticos, como el respeto por la división de poderes, las minorías y los derechos humanos.
Bolsonaro, especialmente, ha sido un crítico del liberalismo. De fuertes convicciones religiosas, ha dicho que el PT aprovechó sus 16 años de gobierno para fomentar en universidades y colegios públicos enfoques de género e idea de familia distintas a la tradicional. En un país con 73,6% de católicos y 22,2% de evangélicos, este tipo de medidas parecen haber caído mal en algunos sectores, críticos de los proyectos progresistas de la izquierda.
El Presidente entrante ha dicho, entonces, que lanzará un proyecto conocido como “Escuelas sin Partido”, para impulsar una educación neutra sin influencia ideológica por parte de los profesores en clase, ni propaganda de ningún partido político.
Enfocado en la doctrina del pedagogo y filósofo Paulo Friere, criticado por sus posiciones a favor de la Unión Soviética y Cuba, el PT fomentó un modelo educativo, que, según Bolsonaro, ha generado “un adoctrinamiento marxista”.
La apuesta contra el liberalismo también tiene como eje limitar los derechos de las minorías, como la LGBT y las poblaciones indígenas, que para el gobierno entrante se les han concedido demasiados derechos en detrimento de mayorías más significativas.
Hace unos días, Fernando Henrique Cardozo dijo que esperaba “acciones concretas para opinar”. Posesionándose hasta ahora, ese parece ser el camino más indicado para analizar a Bolsonaro.