¿En qué momento se jodió Cataluña? | El Nuevo Siglo
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Sábado, 4 de Noviembre de 2017
Joaquín Roy

Esta palabra altisonante la uso para identificar los momentos en que una crisis actual o una permanente pauta existencial pueden identificarse. Los líderes independentistas, en coalición con los nuevos partidos y movimientos populistas, buscaron chivos expiatorios para el desastre

Por: Joaquín Roy (*)

SI LOS editores reproducen fielmente el título original de este artículo, los lectores deberán regalarme una buena dosis de comprensión por usar expresiones que pueden herir ciertas susceptibilidades. Si se ha optado por el maquillaje de la palabra altisonante, los observadores perceptibles sin duda detectarán que es un calco de una pregunta crucial que se hace un personaje central de una de las mejores novelas de Mario Vargas Llosa, “Conversación en La Catedral”.

Zavalita, un periodista peruano, ante el panorama desolador de un Perú en su peor época, plagado de dictaduras y corrupción, se pregunta si se puede anclar el tiempo en que el país tomó el camino hacia el endémico desastre.

La expresión se ha usado frecuentemente por analistas e intelectuales mayoritariamente latinoamericanos, adaptada a otros países del hemisferio.

La empleo hasta el aburrimiento de mis estudiantes en mi curso sobre el pensamiento latinoamericano (la más notable contribución a la cultura en español que ha dado América Latina), deletreando la palabra o simplemente mediante la inicial de “j”.

La uso para identificar los momentos en que una crisis actual o una permanente pauta existencial pueden identificarse como el marco temporal de un estado de ánimo, conducta o preocupación nacional. Es una excusa útil para interpretar vanidosamente la historia.

Los principales pensadores latinoamericanos han estado aplicando la pregunta sistemáticamente en sus clásicos ensayos de identidad nacional. Así se ha intentado señalar algún acontecimiento fácilmente identificable.

Destacan el surgimiento del peronismo en la Argentina, la imposición de la Enmienda Platt en Cuba, la caída de Fulgencio Batista y el surgimiento de Fidel Castro, el congelamiento de la Revolución Mexicana. En Estados Unidos la crisis de Donald Trump está anclada en la lamentable aventura de Vietnam y la vergonzosa dimisión de Richard Nixon.

En contraste, esta explícita expresión-pregunta se ha usado muy raramente para indagar sobre las crisis de España, aparte del “Desastre” (así entronizado) de 1898. Toda la obra de los maestros de ese agrupamiento, desde Miguel de Unamuno a José Ortega y Gasset, está bajo la sombra de la pregunta.

En el panorama de Cataluña, muchos intelectuales desde la Renaixença trabajaron bajo similar influjo, con el poeta Joan Maragall al frente.

Pero la referencia directa a la alusión del Perú es ignota. Más concretamente sobre el caso de Cataluña, la detecté en un artículo solamente conocido para los lectores de El Periódico de Cataluña. La empleó Joan Tapia, un exdirector de otro rotativo de Barcelona, la centenaria La Vanguardia, donde hubiera resultado insólito el uso de la palabra maldita.

En fin, Tapia se preguntaba si se podía fijar el origen de la crisis que atenazaba a Cataluña a causa del proceso independentista.

Se había acelerado por la pareja formada por el partido heredero de la Convergència del ahora caído en desgracia Jordi Pujol, y Esquerra Republicana, la venerada formación de Francesc Macià. Ahora liderada por Oriol Junqueras, su ideario explícitamente republicano contrasta con la evolución oportunista de sus socios, que ha ido desde el conservadurismo catalanista y burgués hasta el agresivo independentismo, aliado con la anticapitalista y populista CUP.

Numerosos analistas hemos remachado hasta la saciedad que el origen más reciente del deterioro que ha llevado a la drástica decisión del gobierno español para intervenir (suspender, ejecutar, neutralizar) la autonomía catalana fue la lamentable sentencia del Tribunal Constitucional en 2010.

Examinando con lupa el proyecto de reforma en 2006 del Estatut venerable de 1979, todo un record en el tormentoso proceso constitucional de Cataluña, este ente resolvió enmendarle la plana a los gobiernos español y catalán, a ambos parlamentos, e incluso abofetear a los electores catalanes que lo habían aprobado (aunque con una elevada abstención) en impecable referéndum.

Irritados por la fatídica inclusión de una manipulada (y peor entendida) palabra (“nación”), y una evidente ampliación de las competencias de autogobierno, la decena de miembros del Tribunal resolvió (en apretado voto de 6-4) afeitar drásticamente el documento.

La irritación catalana (que estalló en una manifestación impresionante) no se redujo a los sectores ya declarados como independentistas, sino también a los moderados que debieran ser calificados, como mucho, como “catalanistas”, amantes de la sardana y los “castellers”, burgueses, católicos, rentistas, y obreros de toda clase.

Residen tanto en el barrio del Eixample barcelonés como en la “Catalunya profunda”, en el interior donde se cosecha el vino del espumoso cava. En ese momento podría decirse que se “jodió” la paciencia de muchos catalanes.

Pero el panorama es más amplio, aunque no tan exagerado como algunos independentistas lo reclaman. De esa misma época es la crisis económica de 2008 que comenzó a arrojar a la calle a más de un tercio de la población laboral y se cebó especialmente en los mayores de 50 años, y mucho más en los jóvenes.

Paradójicamente, la generación mejor preparada (al menos, formalmente) de la historia de Catalunya y España, se abocó a ser “ninis” (ni “estudian”, ya, ni “trabajan”). Nada menos que 50 por ciento.

Los líderes independentistas, en coalición con los nuevos partidos y movimientos populistas, buscaron chivos expiatorios para el desastre.

Vendieron magistralmente la idea de que la culpa no era de la corrupción capitalista que había socavado los pies de barro de una economía basada en el “ladrillo”, con la construcción desmesurada de segundas y terceras residencias.

El culpable era el “Estado Español”, esa referencia despectiva con la que se describía a “España”. Más concretamente, estaba personalizada por ese actor al que se llama “Madrid”. Fue el broche definitivo de cuándo se jodió Catalunya.

(*) Joaquín Roy es catedrático Jean Monnet y director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami. jroy@miami.edu. Este texto fue originalmente publicado en IPS noticias